En este contexto, el primer ministro canadiense Justin Trudeau declaró a finales de diciembre en una alocución pública: «Sabemos que estamos atacando derechos fundamentales y que la Constitución (la ‘Carta’, en realidad) no lo permite, pero vamos a seguir haciéndolo».
Trudeau se despachó a gusto contra los canadienses que no quieren inocularse una terapia génica experimental de la que, incluso, el CEO de Pfizer, Albert Bourla, ha dicho que las dos dosis a las que se ha sometido media humanidad «apenas protege» contra el virus. «No creen en la ciencia y el progreso y son con frecuencia misóginos y racistas», ha dicho Trudeau, tirando de los anatemas habituales de la postmodernidad. «Son un grupo muy pequeño de gente, pero eso no quita para que ocupen cierto espacio en la arena pública».
En otros países está pasando lo mismo
En España, el Tribunal Constitucional se pronunció sobre los dos estados de alarma para decir que ambos habían sido inconstitucionales. Sin consecuencia alguna. Más aún: el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha declarado que lo volvería a hacer. Es decir, que la máxima magistratura política española proclama que no tiene que obedecer la ley de leyes.
En la vecina Francia, el presidente de la República, Emmanuel Macron, ha hecho público su deseo de ‘joder’ a los franceses no vacunados, a quienes ha privado retóricamente de la ciudadanía. La vacunación no es obligatoria, con lo que los no vacunados no están cometiendo delito alguno. Que el presidente quiera “joderles”, en abstracto, castigar su no delito, y que ni siquiera les considere conciudadanos es un caso insólito de anarcotiranía.
En Estados Unidos, Joe Biden ha seguido erre que erre con un mandato vacunal evidentemente inconstitucional que han tirado varios tribunales federales hasta que el hombre le ha pasado la pelota a los estados, pero no porque reconozca que se ha extralimitado, sino simplemente porque no está funcionando para detener la pandemia.
En definitiva, aquí no es una cuestión de ponerse o no una inyección experimental y opcional -solo faltaría- sino lo que nos estamos jugando es la libertad. Y para ello no pueden permitir ningún tipo de disidencia porque, aunque fueran pocos en número, siempre demostrarían con su actitud el engaño al que han sometido a la mayoría de la población mundial. A modo de ejemplo, en Israel, pionero en la vacunación masiva, ya se están levantando voces. El prestigioso jefe del Departamento de Microbiología e Inmunología de la Universidad de Tel Aviv, Dr. Ehud Qimron, ha asegurado en una carta abierta al gobierno que la estrategia nacional e incluso mundial de lucha contra la pandemia se ha basado en «propaganda engañosa» y está «condenada al fracaso».
(Con información de la Gaceta)