La OMS aprueba su tratado pandémico: un paso más hacia el control global

EE.UU. se retira mientras Europa se entrega al globalismo

El pasado 20 de mayo, la Organización Mundial de la Salud aprobó el nuevo tratado internacional sobre pandemias tras tres años de negociaciones. El acuerdo, disfrazado de cooperación sanitaria, refuerza el poder central de la OMS y debilita la soberanía nacional.

Frente al relato oficial, Estados Unidos, bajo la orden ejecutiva de Donald Trump, se retiró del tratado y de la propia organización. La decisión de la Casa Blanca fue firme: «no tendrá fuerza vinculante para los Estados Unidos». Trump denunció la gestión opaca del COVID-19 y la falta de reformas estructurales en la OMS. Mientras tanto, la Unión Europea optó por rendirse ante la presión globalista, aceptando cláusulas ambiguas que abren la puerta al intervencionismo transnacional.

El tratado aprobado: dos pasos adelante, uno atrás

La presión ciudadana y la retirada de potencias como EE.UU. y Argentina obligaron a la OMS a moderar el texto. La versión final no impone mandatos directos sobre confinamientos o vacunaciones forzosas. En el papel, el tratado no autoriza al Director General de la OMS a alterar la legislación interna de los países.

Sin embargo, el peligro persiste. El nuevo acuerdo abre la puerta a futuras imposiciones. Establece que las farmacéuticas deberán entregar hasta un 20% de sus vacunas a la OMS, que decidirá su reparto «según necesidades de salud pública». También exige que los países entrenen a su personal sanitario bajo criterios unificados, erosionando la libertad educativa y profesional.

Un tratado sin dientes obligatorios… por ahora

El texto carece de mecanismos coercitivos claros. No hay sanciones ni obligaciones de cumplimiento real. Todo depende de la «buena voluntad» de los gobiernos. Por ejemplo, la transferencia de tecnología queda como algo «voluntario». Tampoco existen garantías reales para que los países más pobres accedan a medicamentos.

El sistema PABS, que debería regular el reparto de beneficios derivados de la investigación, está pendiente de negociación. Hasta 2026 no se definirá su anexo. Así, el tratado funciona como una puerta abierta al control futuro sin dar la cara hoy.

Los globalistas celebran. Los soberanistas resisten

La ministra de Salud de Namibia, Esperance Luvindao, una de las promotoras del texto, lo calificó como un «compromiso con los principios de solidaridad, equidad y soberanía». Palabras vacías que contrastan con la denuncia del primer ministro eslovaco, Robert Fico, quien escribió en la plataforma de redes sociales X que el acuerdo «socava el principio de soberanía de los Estados miembros e interfiere desproporcionadamente en el ámbito de los derechos humanos».

El tratado toma como base el Reglamento Sanitario Internacional de 2005. Pero como demostró China durante el COVID-19, estos acuerdos resultan inservibles si no hay voluntad de cumplimiento. Esta versión suavizada no impide que la OMS centralice cada vez más poder.

El globalismo no duerme: hacia un gobierno sanitario mundial

La estrategia globalista está clara: avanzar de forma gradual. El tratado aprobado hoy no impone nada… de momento. Pero sienta las bases de una gobernanza global en materia de salud. Una excusa perfecta para imponer agendas ideológicas y modelos de vigilancia digital en futuras «emergencias sanitarias».

La Agenda 2030 vuelve a aparecer disfrazada de «cooperación». Bajo el enfoque «Una Salud», el tratado vincula salud humana, animal y ambiental. Así, cualquier crisis podrá justificar medidas extraordinarias sin consultar a los ciudadanos.

La OMS ha dado un paso significativo hacia la consolidación de un poder sanitario global. Aunque el tratado pandémico aprobado no impone aún mandatos coercitivos, sienta las bases para futuras imposiciones. La retirada de EE.UU. representa una señal de esperanza para quienes defienden la soberanía nacional.

Soberanía o sumisión: el dilema sigue vigente

Para que entre en vigor, al menos 60 países deben ratificar el tratado. Entonces comenzará la verdadera batalla política en los parlamentos nacionales. El pueblo debe exigir transparencia, soberanía y libertad frente a estos avances del control supranacional.

Mientras tanto, debemos celebrar que algunos líderes y movimientos ciudadanos han resistido. El globalismo ha sufrido una derrota parcial. Pero el combate está lejos de terminar.

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