Javier Barraycoa: «Sin el apoyo del clero, el separatismo catalán no hubiera tenido ni la mitad de fuerza»

iglesias esteladas

Javier Barraycoa, doctor en Filosofía, fundador del think tank Somatemps, y autor, entre otros, del libro Eso no estaba en mi libro de historia de Cataluña. Barraycoa bucea ahora en las raíces del separatismo catalán actual y el apoyo del clero con el libro El origen del catalanismo. Polémicas católicas en su génesis y su primera transfiguración (Almuzara).

El periodista Guillermo Altarriba Vilanova le entrevista para el Debate. Por su interés reproducimos dicha entrevista.

Sobre el nacionalismo catalán se ha escrito mucho, ¿por qué cree que era necesario este libro?

— El libro busca dos cosas. Por un lado, desmontar el discurso de que el nacionalismo catalán es hijo natural del carlismo. Por otro, revisar profundamente el relato consolidado de [Antoni] Rovira i Virgili, que hoy se estudia hasta en las oposiciones a Mossos d’Esquadra. Rovira i Virgili era masón y republicano, y crea una historia del nacionalismo para justificar estas tesis, sobredimensionando las fuentes republicanas del catalanismo y minimizando su origen en ambientes católicos.

 Hablamos del siglo XIX, ¿verdad?

— Sí, en el último tercio del siglo XIX aparecen unas polémicas brutales en Cataluña entre los católicos tradicionalistas, fieles al carlismo, y los católicos liberales, que apoyaban la restauración borbónica. Es una paradoja, pero el catalanismo católico era capaz de aceptar el régimen de la restauración, provocado por un golpe de Estado en Madrid. A principios del siglo XX, es cuando este catalanismo cultural pasa a ser un movimiento político, con la creación de la Lliga Regionalista.

Este partido nació en 1901: es una formación muy paradójica, porque sus cuadros dirigentes eran conscientes de que les votaba una parte importante de los católicos catalanes —y, por tanto, que eran un partido conservador—, pero a la vez querían ser un partido muy moderno, capaz de pactar con los progresistas y de aprobar incluso leyes anticatólicas, como la Ley del Candado en 1910.

 Con otros nombres, hoy también vemos este tipo de tensiones…

— Sí, por ejemplo en un partido como Junts, al que vota sociológicamente gente conservadora, e incluso gente de misa, pero que está dispuesto a aprobar cualquier cosa ideológicamente contraria a lo católico o a la moral.

 En el libro describe un conflicto entre un clero joven tradicionalista y unos obispos modernistas, ¿en qué consistió?

— En medio de la transfiguración del catalanismo social en un partido político están los conflictos creados por lo que llamamos la «pastoral catalanista», empezada por José María Urquinaona [obispo de Barcelona entre 1878 y 1883], un gaditano que era profundamente anti-carlista y pro-restauración. Él fue quien empezó a crear el mito de Montserrat como centro espiritual de Cataluña.

Urquinaona buscaba diluir el tradicionalismo en el clero, y con este objetivo fue colocando a los suyos estratégicamente, en las sedes episcopales y, sobre todo, en los seminarios. En estos lugares se leía a escondidas El Correo Catalán o El Siglo Futuro —dos diarios carlistas—, pero 30 años después todos los seminaristas de Barcelona leen ya La Publicitat, un diario catalanista que hace constantes guiños al progresismo.

La pastoral catalanista se creó con la connivencia de los gobiernos de Madrid —recordemos que los obispos debían ser aprobados por el Ministerio de Gracia y Justicia—, pero cuando intentaron frenarlo, asustados al ver que el catalanismo se les había ido de las manos, ya era tarde.

Los efectos de la pastoral catalanista continuaron durante la Segunda República, en la Guerra Civil —con obispos como Vidal i Barraquer— y también después, ya que el catalanismo eclesiástico acabará siendo parte de la lucha contra el franquismo, pactando con los marxistas. Todas estas contradicciones llevan a una secularización brutal en Cataluña.

 También se vio durante el procés, con las esteladas en las torres de los campanarios.

— Bueno, y que en muchos pueblos el referéndum se hacía en la iglesia: se ponía la urna encima del altar, y todo el mundo a votar. Sin el apoyo de una parte del clero, el movimiento separatista no hubiera tenido ni la mitad de fuerza, no hubiera ido a ningún lado. La fuerza, en el fondo se la da este espíritu místico que se nota mucho todavía en la Cataluña interior, donde el separatismo está contagiado de entusiasmo religioso.

 Hablando de obispos, en el libro destaca el papel de Josep Torras i Bages, ¿por qué?

— Es un personaje fundamental. Forma parte de ese grupo de clero a favor de la restauración, pero que sigue siendo católico en el sentido más puro. El catalanismo estaba contagiado del romanticismo extranjerizante que venía de Inglaterra o Alemania, y cuando reivindicaba la Edad Media o los fueros lo hacía en un sentido sentimental. Torras i Bages también apelaba a la Edad Media y a la cristiandad, pero lo hacía en un sentido histórico, real, desde la filosofía tomista.

Pensemos que en esa época ya había empezado la Revolución Industrial, iban llegando las nuevas ideas revolucionarias y anticlericales… En ese ambiente, Torras i Bages quería reconstruir la cristiandad, y ve el regionalismo como una forma pastoral de ir evangelizando Cataluña poco a poco. Él formó la Lliga Espiritual de la Mare de Déu de Montserrat, donde se forman artistas de prestigio, como Antoni Gaudí, y los que serán los cuadros dirigentes de la Lliga, el partido que decía antes.

 A Gaudí hoy todo el mundo se lo quiere apropiar: los cristianos, los independentistas… ¿Quién era realmente Gaudí?

— Bueno, primero era firmemente católico. Y también era catalanista, pero no en un sentido nacionalista, sino en el sentido en el que Torras i Bages lo entendía: como una forma de regenerar y de glorificar espiritualmente a Cataluña. De hecho, cuando Torras i Bages va a Vic, nadie de la Lliga le va a visitar, pero Gaudí sí. Se le ha descontextualizado totalmente: no podemos decir que Gaudí es un catalanista de corte moderno, sino que lo entendía como un regionalismo —nada separatista— para el servicio de Cristo.

 Otra cuestión que a menudo no se entiende es que el nacionalismo, como señala en su libro, no surge de la Cataluña rural, sino de las ciudades.

— Si el nacionalismo hubiera sido hijo del carlismo, por lógica hubiera tenido que surgir del interior de Cataluña, pero no es así. Es un movimiento casi exclusivamente de Barcelona, y que de ahí se va irradiando a las zonas industriales: al Vallès, a Reus, al Maresme… y tarda mucho en penetrar en la Cataluña interior.

El catalanismo es un movimiento romántico que influye en las élites urbanitas, y se desarrolla porque a la burguesía le interesa muchísimo presionar a los gobiernos de Madrid. Y si a esto le sumamos que una gran parte de los obispos catalanes quieren domeñar al clero tradicionalista usando el catalanismo… De este cóctel aparecen los orígenes del catalanismo, que luego va deslizándose hacia formas políticas cada vez más radicales, secularizadas y anticlericales. Algunos de los que se escindieron de la Lliga participaron en la fundación de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), por ejemplo.

 Tal vez el último exponente de este romanticismo medievalizante sea Sílvia Orriols y Aliança Catalana, desde Ripoll.

— Sí, y es muy simbólico porque Ripoll fue uno de los hitos del catalanismo: mientras Urquinaona creaba el mito del montserratismo, el obispo de Vic Josep Morgades promovía la restauración del monasterio de Ripoll, que estaba en ruinas, que cuyo renacimiento era como el renacer de Cataluña.

Aliança Catalana está cayendo en las mismas contradicciones internas que lleva acarreando el catalanismo desde sus inicios, porque Orriols conjuga esta idea romántica de la Cataluña medieval y el odio a España con un programa que es casi, casi el de Vox… pero al que luego se añade un discurso a favor del aborto y de los colectivos LGTBI. Volvemos a ver la contradicción del catalanismo que quiere convivir con el liberalismo y el republicanismo… con tal de no aceptar el tradicionalismo.

Comparte con tus contactos:

Deja un comentario