Por tierras de España: Ávila ciudad | José Riqueni Barrios

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Ávila ciudad

Siendo culillos de mal asiento cuyo sino es curvear, subir y bajar puertos por todos y cada uno de los rincones de España, por aquello del necesario respiro entre tanto kilometrear y a la par por la llamada de los eventos culturales “Las Edades del Hombre” y el “Programa V Centenario Santa Teresa 2015”, dimos en pasar un par de días en el Palacio de los Velada, hotel con grande encanto, muy céntrico y al que teníamos echado el ojo desde hacía muchos años y por fin ahora dábamos debida cuenta de su uso y, nunca mejor dicho,  disfrute, ya que los recuerdos que nos llegan de aquellos días son tan dulces como el azúcar.

Ávila es una ciudad pequeña salpicada de iglesias y cercada por una muralla (2,5 km de perímetro, 80 torres y 8 puertas), un mar de calles con sabor al resguardo de una pared. El campaneo de antaño nos sorprende por doquier, la paz de un recinto recogido se hace perceptible tanto a parroquianos como a forasteros, un cielo azul intenso, el de una Castilla del ayer, el de un color especial, en cierta forma perdura en la atmósfera. Pero es la memoria de Santa Teresa la que de alguna manera se materializa en cada rincón de la ciudad hasta contagiarnos un cierto misticismo -misticismo teresiano, diríase-, dado que la santa dejo su huella en numerosas iglesias y conventos del lugar.

Así que, sin ser uno dado a misas, homilías, pláticas, comuniones y demás ritos eclesiales perfumados con olor a incienso, a cera de velas y cirios, por aquello del respeto a la cultura e historia de nuestra tierra y personalidades relevantes, orientamos nuestro ánimo en la senda de la hermandad y el aprendizaje de todo aquello que pudiésemos observar, escuchar y leer, llevando, cómo no, nuestro cuaderno de viajes y bolígrafo prestos a anotar lo que juzgásemos más relevante de cara a completar las páginas de la nostalgia, notas del pasado que ahora, en nuestros días de la vejez, mucho y bueno nos están sirviendo para volcarlas en estos relatos de viajes y andanzas por la piel de toro en una escritura envuelta en un clima alegrado por la remembranza de un tiempo sin tanto achaque.

De modo que equipados con lo esencial de todo viaje, moza lozana, cantarina y paciente sufridora de tantas horas de carretera, llegados a nuestro teresiano destino, una vez debidamente ordenado nuestro equipaje en la tranquila habitación que por indicaciones nuestras nos asignaron en el Palacio de los Velada, tras un fugaz pero justo paso por la ducha y el cambio diligente de ropas, pisamos Ávila la mística y de seguido, una vez completado un primer paseo de reconocimiento del entorno de nuestro lugar de hospedaje, recalamos en el restaurante “El Torreón”, en la misma plaza de la catedral, dado que toda moza viajera debe conservar intactas sus energías de cara a lo que pueda acontecer y en lo que a uno se refiere, alimentar debidamente los músculos que mueven su pluma con la que dejar constancia escrita en su cuaderno de viaje de cuanto sucede a su alrededor e interior, que no todo en este mundo es físico, ya que el espíritu reclama su espacio y además tiene su propia voz, máxime en el lugar en que nos encontrábamos. De modo que a tales fines gastronómicos dimos cuenta de un sabroso queso manchego, huevos rotos con jamón, sendos bistecs tiernísimos de ternera de Ávila, gazpacho -por aquello de recordar el sur- y cafelillo como cierre, todo ello regado con un caldo del lugar tras un atento estudio de la carta de vinos y consejos del jefe de sala.

Por su parte, tantos kilómetros a la espalda y un almuerzo justo en cantidad, medido milimétricamente en su exactitud, al objeto de dejar paso a la repostería de la tarde, reclamaban un rato de reposo tras el que salir en busca de una pastelería de postín en la Plaza Mayor y acompañar los dulces del lugar con un café, repasando in situ, en el velador de turno, el programa de la tarde.

Pero vayamos al núcleo de esta ruta urbana y recopilemos lo más notable de cada puntual lugar de esta capital:

          Catedral: La catedral de Ávila está considerada como la primera catedral gótica de España y su planta posee influencias francesas, así como cierta semejanza con la basílica de Saint-Denis. En esta catedral reposan los restos mortales del penúltimo presidente del gobierno de la II República en el exilio, el historiador Claudio Sánchez-Albornoz, y los del presidente del Gobierno de España Adolfo Suárez (1976 a 1981) y su esposa, Amparo Illana. ​

San Vicente (Ávila)

 Basílica de San Vicente: Fue declarada Monumento Nacional en 1923 y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985, como elemento individual integrante del conjunto Ciudad vieja de Ávila e iglesias extramuros.

Junto con San Isidoro de León y Santa Gadea de Burgos fue uno de los 3 “templos juraderos” del reino de Castilla. Se prestaba juramento decisorio y sagrado acerca de diferentes cuestiones hasta que el rito fue prohibido por los Reyes Católicos en 1505. En San Vicente se juraba ante el Cristo del lado posterior del cenotafio y se apoyaba la mano sobre la rosa que hay bajo el mismo, que se conoce como “rosa juradera”.

Portada románica en cuyo ábside central el hombre encuentra a Dios. A finales del siglo XI, Alfonso VI se dedica a repoblar Ávila, Salamanca y Segovia. Los primeros repobladores, procedentes de las tierras altas de Soria y La Rioja, trajeron con ellos a su virgen, La Valvanera.

En 1120 comienza la construcción de San Vicente. La primera fase -románica- concluye el crucero y cinco pilares de la nave central. El gótico añadirá una notable altura en los cimborrios y una novedad, la bóveda de crucería, una innovación arquitectónica que reparte y hace descender el peso de la cubierta por las ojivas o nervios de los pilares. De esta forma se consigue liberar el muro y abrir las ventanas.

El retablo mayor, barroco de principios del siglo XVIII presenta obras sencillas y económicas: Madera de pino, fina capa de estuco y láminas de pan de oro.

Por su parte, la iglesia católica, en su Concilio de Trento, reafirmó los tres principios cuestionados por los protestantes: Legitimidad del culto a la Virgen; veneración de los Santos y presencia real y verdadera de Jesucristo en la eucaristía.

San Vicente, Sabina y Cristeta

Los romanos atraviesan Gredos persiguiendo a los fugitivos, en especial a quienes tienen una significación cristiana, y dan con San Vicente y sus hermanas Sabina y Cristeta. Los tres fueron martirizados un 7 de octubre del año 306 por orden del pretor Publio Daciano, azotados, descoyuntados y golpeados hasta la muerte en Abula (Ávila). Aquí yacen las reliquias de los tres hermanos. Cuenta la leyenda que, durante el interrogatorio, el pretor mandó a Vicente que fuera al templo para ofrecer un sacrificio a Júpiter. Cuando el santo entró en el templo el suelo se reblandeció y las huellas de Vicente se quedaron grabadas para siempre en la piedra.

Bajamos a la cripta por la escalera que se encuentra en la nave del evangelio de la iglesia, cercana al crucero, y anotamos que hace siglos, antes de pisar el solar de la cripta, era preciso leer en un pergamino que escribe lo que sigue: “Si a la Soterraña vas, Ve, que la Virgen te espera; que, por esta escalera, quien más vaja sube más. Pon del silencio el compás a lo que vayas pensando. Vaja y subirás volando al cielo de tu consuelo; que para subir al cielo siempre se sube vajando”.

En esta cripta se encuentra la imagen de la virgen de la Soterraña, patrona de Ávila, una talla románica policromada del siglo XIII que representa a María sedente con el niño, devoción de Fernando III El Santo y que fue venerada por Santa Teresa de Jesús. La piedra arenisca ferruginosa usada en partes de su construcción es conocida como “piedra sangrante” que también puede observarse en la cabecera de la catedral de esta ciudad.

En Ávila, una tradición que pasa de padres a hijos, recuerda que Santa Teresa de Jesús, cuando una vez iba del Convento de la Encarnación al de San José, allá en 1563, pasó por la Basílica de San Vicente, y allí se descalzó frente a la Virgen de la Soterraña como muestra del paso definitivo que daba en dirección a su reforma carmelitana.

Convento de San José: Aquí encontramos una reproducción de la celda que usó en su día Santa Teresa. Ella escribía sobre un poyato que le servía de cama, sentada en el suelo, y como almohada empleaba una tarima o madera a modo de penitencia.

Celda de Santa Teresa (Convento de San José)

En este monasterio estuvo su ataúd nueve meses (25/11/1585 al 22/08/1586). En la capilla primitiva, en la primera misa, se dio el santo hábito a las primeras carmelitas descalzas, sería allá un lunes 24 de agosto de 1562, día de San Bartolomé.

Iglesia de Santa Teresa y Museo: Se levanta sobre la que fuera casa natal de la santa en cuyo solar se ubica en iglesia de Santa Teresa, en la plaza del mismo nombre y junto a la muralla.

En la sala de recuerdos encontramos una bula de pablo VI declarando Doctora de la Iglesia a Santa teresa, autógrafos de la santa y el dedo anular de su mano derecha.

La cripta de esta iglesia alberga el Museo en el que podemos contemplar el memorial de la familia y apellido Cepeda (S.XVII) en una de cuyas hojas se lee Ahumada. También se exponen biblias contemporáneas a Santa Teresa (1551,1557 y 1562), documentos que recogen la fundación del monasterio de San José de Ávila (7/02/1562), dos cartas de Santa teresa, la primera edición de “Camino de Perfección” (1883), sellos, estampas, monedas…

De convento en convento, centrados y concentrados en seguir los pasos y la vida de Santa Teresa, empleamos nuestro tiempo los días que transitamos por esta guapa ciudad. Claro que, entre templo y convento, siempre acudíamos a la Plaza Mayor, paseando por sus castellanos soportales, olisqueando los escaparates, consultando la carta de un bar aquí, un restaurante allí, hasta dar con nuestros santeados huesos en uno de nuestro agrado dando cuenta de patatas revolconas con torreznos, croquetas de ternera de Ávila y ternera de Ávila a la parrilla en locales como Barbacana, El Buen yantar, Zaguán, El Portalón…

Y así dejar pasar las horas hasta asistir a un lento atardecer de verano extramuros de las murallas, conscientes de ese romanticismo que todo lo inunda, una gama de rojos que va muriendo allá en el horizonte, una luz de oro que torna mortecina, en apagándose, y con ella llevándose un día cargado de vida y vitalidad en esta ciudad de quietud, asistiendo a ese tránsito que da paso a la noche abulense. Ya duerme Ávila y duerme Castilla, nuestra Castilla.

Si el misticismo tiene un lugar, si uno precisa una ciudad pequeña y con encanto, recogida en sí misma, intensa, concentrada y plena de sabor, algo así como el regazo de una madre, un escenario urbano por el que pasear y dejarse enamorar por la magia de una piedra antigua, Ávila ciudad seguro que no le defraudará y muy probablemente pase a ocupar un lugar preferente en su libro de la nostalgia, ese que se completa con imágenes y gratos recuerdos del pasado, el que se ubica en un rincón de nuestra alma.

© José Riqueni Barrios | Escritor

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