Estoy viendo en la televisión, durante varios días, la campaña electoral de las elecciones en las provincias catalanas. Me llama la atención, no solo lo que dicen la mayoría de los políticos y comentaristas, porque ciertamente algunas cosas son como para que se las hicieran ver. No digo yo que estén, presuntamente por supuesto, algo mal de las células nerviosas de la cabeza, sino que, verdaderamente, y si entramos en la línea más lógica, que es la más sencilla de las líneas de la lógica, incluso infantil; lo indefectible es que o no saben muy bien lo que dicen o han entrado en la dinámica de quién la dice más gorda.
Pero si bien eso me preocupa, lo que más me llama la atención es el halo que desprenden. La pose física, los efluvios que sus posturas desprenden y, sobre todo, la cara que ponen. La verdad, ponen faz de infelicidad absoluta, y eso sí que me preocupa, porque cómo me pueden prometer el paraíso en la tierra si les voto, cuando se ve que ellos, lejos de vivir en ese paraíso, están más bien con esa manifestación de su cara, totalmente agriada, y nada de presuntamente, porque no hay más que fijarse en las fotos y en el rictus de su cara para darse cuenta. En definitiva, no son felices. Pero, si ellos no son felices y, se supone, que son los representantes de sus votantes, estos tampoco son mucho más allá. Más bien, los políticos son reflejo de la masa que les vota.
Bueno, la verdad es que la cara la tienen de amargados, pero no todos. Presuntamente, los que dicen que son de izquierdas, la tienen bastante más agriada. En fin, esto nos aboca a definir lo que es un votante de izquierdas. Lo primero que habría que hacer es diferenciar a los dos tipos de votantes. Los que no nos interesan para este estudio son los que votan porque sí, porque su padre o su abuelo le contó que fue un luchador por la República o uno de los que estaban en contra del Régimen de 1939. La verdad es que bastante tienen los pobrecillos con que les cuenten estas trolas, que se las crean y además que se pongan muy dignos pidiendo que les devuelvan los huesos de su finado antecesor que yace en una cuneta para enterrarlo dignamente en un cementerio. Gran preocupación, pero no se preocupan de ir a visitar a sus familiares más directos que encerraron en una residencia de ancianos, para que no les molestaran. No, de esto no vamos a hablar hoy.
Por lo tanto, no vamos a hablar del votante “bobo”, ese que se cree que la izquierda va a arreglar las cosas que ellos han provocado su destrucción y/o mal funcionamiento, y cuya culpa achacan por ejemplo a lo de: “Madrid nos roba”. Lo típico, vamos. La culpa la tienen los fachas, pero nosotros lo vamos a arreglar, pero no les ha dado tiempo en los últimos 75 años, de los cuales la izquierda ha gobernado en un tercio del tiempo aproximadamente. Es decir, votan por inercia, sin plantearse nada y puede hasta que sean felices. De hecho, estoy seguro que no saben por qué votan a la izquierda y en su ignorancia, como la de cualquiera de su nivel intelectual, hasta casi seguro que son felices.
Vamos a hablar de los que saben, conocen y son conscientes de lo que votan. Que conocen, pues, cuales son los planes de la izquierda, lo que pretenden y no pueden alegar ignorancia de lo que hacen, pues lo hacen a sabiendas de lo que hacen. ¿Y por qué decimos esto? Porque yo conozco a varios, mejor dicho, a demasiados, y su comportamiento relacional es el que describimos al principio. Y, ¿por qué están siempre como amargados? Pues a los que yo conozco me remito. Abunda en ellos la envidia, el por qué los demás tienen esto y aquello y. además, lo han conseguido sin tener que arrodillarse ante los gerifaltes de su partido.
¿Y por qué decimos esto? Porque el planteamiento base del socialismo, del comunismo o la socialdemocracia, que en el fondo y en la forma es lo mismo, consiste en decir: “mira lo que tiene ese….” y en poner en duda la honrada adquisición de lo que tiene. La envidia es lo más tóxico que existe y alguien que envidie a otros jamás podrá ser feliz. Porque está pendiente de lo que hacen o les sucede a otros, en vez de estar procurando mejorar tu vida. Por desgracia, esta patología es de por vida, y el envidioso no puede cambiar, aunque tenga todo y mejor que los demás, porque nunca estará satisfecho y eso le impedirá ser feliz. Miren a su alrededor, y evalúen, sacando las pertinentes conclusiones. Pónganse nombre y apellidos, y verán. Aunque también se encontrarán de otras facciones, pero en mucha menor medida.
Por desgracia, este motivo les lleva a sentirse inferiores, más que nada porque, posiblemente, lo sean. Además de que los que conocen esa inferioridad, o sea la mayoría, tienen hay su puntito de conocimiento que les corroe y les lleva a esas caras de infelicidad. Porque son conscientes de que, aunque el socialismo fuese verdad, su baja capacidad no puede nunca imponer el que todos seamos iguales, porque los que son verdaderamente superiores en algo, nunca van a consentir que se les iguale por abajo con los que tienen más pequeña la cosa. Por lo que, en el fondo, su problema es, ni más ni menos, que un problema de tamaño… bueno, me estoy refiriendo al “ego”, no sean mal pensados. Y para evitar más malos pensamientos, ahí lo dejo.
José Antonio Ruiz de la Hermosa es, de primera formación, Sanitario y Capitán retirado de Sanidad Militar. Después, historiador, escritor y divulgador. Actualmente dirige en Decisión Radio varios programas de divulgación histórica y “La Cortina de Humo” sobre la actualidad nacional. |
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