Penosos alborozos | Francisco Alonso-Graña

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Para empezar, es necesario recordar que en su día, los diputados favorables a la ley de eutanasia acogieron su aprobación con cuatro minutos de aplausos.

Reconozco que no es una cuestión que pueda admitir bromas pero no me resisto a comentar aunque sea de pasada, que eutanasia es femenino y por ello deben de estar más que satisfechas nuestras sabias doctoras hoy en los puestos de mando de esta nave que derrota hacia el naufragio porque si en vez de eutanasia fuese eutanasio, no me imagino cómo serían las leyes en su entorno por aquello de la igualdad.

Pero dejémonos de risas ya que el tema está más bien cercano al llanto. La prensa nos informó en su día, como dije al principio que, tras el resultado de la votación favorable de la citada ley que admitía tal práctica, la mayoría de los parlamentarios que había propiciado su aprobación prorrumpió en un aplauso que se prolongó durante cuatro minutos que por cierto fueron interrumpidos por la señora presidente para pedir a los representantes de VOX que retirasen unas pancartas exhibidas simultáneamente, en las que se leía: “LA DEROGAREMOS”.

Por asociación de ideas y, en relación a otro de los temas en que se toman decisiones sobre la vida humana, reproduzco la siguiente entrada aparecida días atrás en este mismo diario:

Esta semana se votará una proposición de ley para modificar el Código Penal y criminalizar a los voluntarios que acuden a las puertas de los centros de abortos para rezar o hablar con las mujeres y ofrecerles ayuda para llevar adelante el embarazo.

 O sea que, toda una iniciativa que puede ser incluida en la práctica de la más elemental caridad o filantropía, camino de ser criminalizada. Sorprendente y lamentable.

 Ya fuimos testigos también, hace años, de la emoción incontenida de varias parlamentarias que dieron saltos de alegría al tiempo que se abrazaban y aplaudían entusiasmadas con motivo de la aprobación de alguna ley, decreto o lo que fuera a favor del aborto. En ambos casos, esta para mí insana alegría corrió en paralelo con algo directamente relacionado con la muerte: triste alegría es, aunque suene a contrasentido, el hecho de figurar entre los siete países que admiten legalmente acabar con la vida de una persona: Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá, Colombia, Nueva Zelanda y España, siete, entre ciento noventa y cuatro  reconocidos por la ONU.

El fin esencial y razón de ser de la medicina es sanar, dar vida y, por consiguiente el médico debe ser un agente de vida, nunca de muerte. Extraídos del texto actualizado del juramento hipocrático son los siguientes compromisos que deben presidir toda recta trayectoria profesional médica:

La salud y la vida de mi enfermo será la primera de mis preocupaciones” y “Tendré absoluto respeto por la vida humana”.

Parece que en esta mi querida España, esta España mía, esta España nuestra, vivimos en una balsa de aceite, sin problemas, sin contratiempos, sin otras necesidades, ya que contemplamos como primordial y motivo de enorme alborozo, el ayudar (hablando eufemísticamente) a morir a los ciudadanos, junto con la posibilidad también de impedirles nacer.

El estado, mediante sus leyes, se apropia la voluntad de vivir y morir de los gobernados porque dichas leyes, aunque vayan acompañadas de algunos requisitos para su puesta en práctica, se prestan a infinidad de interpretaciones y componendas. Y, aunque la muerte, en la creencia cristiana, abundante entre nosotros, no es el final del camino…, no por ello se puede admitir que otras voluntades puedan entrometerse, pese a todos los requisitos de la ley, en lo que la naturaleza disponga, utilizando la disculpa de acabar con el sufrimiento, en vez de utilizar  todos los medios paliativos de que hoy disponemos. Se trata de que el enfermo no sea un cargo y una carga para las arcas del estado para el que ese enfermo junto con el anciano, el impedido, etc. son unos estorbos que suponen un gasto inútil y, por esa razón, ese teóricamente estado bienhechor, buscará la forma de ajustar cada caso a una supuesta legalidad para deshacerse de semejantes cargas y cargos.

Como muestra algo lejana pero que ya marcaba una tendencia, puede ser el testimonio que reproduzco y del que doy fe de autenticidad:

En este caso…”tendría indicación de implante de DAI; pero dada la edad y expectativa de vida (del paciente), se decide tratamiento exclusivamente farmacológico y control evolutivo…”

Este texto, lógicamente no de mi cosecha, es copia literal de una parte de la redacción de un informe hospitalario que contiene expresa la opinión clínica del sr. facultativo, supongo que licenciado en medicina y, por tanto quizá bajo el juramento de Hipócrates que aquel día, ya hace más de tres años, hizo una revisión cardiológica a una persona que viene realizando ese control  hace treinta y ocho. Creo que no se necesita ser muy sutil ni saber leer entre líneas para interpretar el sentido o intención final de este texto que, repito he reproducido literalmente.

Y yo me pregunto: ¿quién conoce esa expectativa? y ¿quién sabe o juzga qué precio tiene una vida? Sin duda que, en este caso concreto será inferior al de un DAI (desfibrilador automático implantable) en la opinión de este sagaz profesional que redacta un texto en el que admite que, según su diagnóstico, tendría indicación la implantación de dicho aparato o artilugio. No me extiendo en más detalles o consideraciones sobre el caso y solamente para final me queda lamentar una vez más la ignorancia, pobreza y ruindad de la clase política que nos gobierna y para la que la vida y la muerte han pasado a ser meros eventos que pueden ser manejados a voluntad y la aprobación de las leyes que apoyan estos manejos constituye un motivo de gran alborozo. Penoso, lamentablemente.

Poca esperanza nos queda de un cambio que creemos tan necesario en estas cuestiones. Partidos cuya ideología parece que podría propiciarlo, nos tienen acostumbrados a ponerse de perfil cuando de ello se trata, esquivando pronunciamientos claros y tajantes. Hoy parece que VOX mantiene el tipo. Confiemos y, por nuestra parte, solo nos queda aportar ese grano de arena que siempre estará en nuestra mano en la forma que estimemos más eficaz.

Francisco Alonso-Graña

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