En el escenario político español, hay parejas que buscan construir un relato de poder, estilo y magnetismo. Pedro Sánchez y Begoña Gómez han intentado proyectar una imagen de modernidad y glamour, como si fueran una versión local y asequible de los Kennedy aunque sean de «mercadillo» o «low-cost». Una fachada cuidadosamente diseñada para intentar enamorar al público: trajes impecables, eventos exclusivos, fotografías estudiadas. Sin embargo, tras el barniz, la realidad es mucho más próxima a la de los célebres forajidos Bonnie y Clyde, cuya ambición desmedida y falta de escrúpulos los convirtió en villanos de su tiempo.
Pedro y Begoña no roban bancos, -aunque están acusados de corrupción-, pero sí han demostrado un talento excepcional para saquear principios, traspasar líneas éticas y de envolver sus decisiones en una maraña de intereses oscuros, pactar con quien haga falta y convertir la política en un juego de intereses personales.
Su historia es la de una pareja que ha hecho del poder y la corrupción sus objetivos únicos, sin importar las consecuencias ni las alianzas necesarias para mantenerse en la cúspide. En su incansable búsqueda de poder, han demostrado ser capaces de traicionar tanto a sus aliados como a sus ideales, siempre guiados por una soberbia y un egocentrismo que han hecho de ellos figuras divisivas. No es el crimen común lo que define su trayectoria, sino una corrupción moral y política que desprecia principios y valores fundamentales.
Al igual que Bonnie y Clyde, avanzan sin mirar atrás, dejando a su paso una estela de división, crisis institucional y, sobre todo, desconfianza. La política, para ellos, no es un servicio al bien común, sino un escenario donde prima la ambición personal, la corrupción y la perpetuación en el poder.
En su intento por emular a los Kennedy, Pedro Sánchez posa como el líder que quiere transformar España, mientras Begoña Gómez adopta el rol de una primera dama emprendedora, eclipsando con frecuencia la discreción que caracterizó a otras figuras en su posición. Pero la diferencia es abismal: los Kennedy, pese a sus sombras, representaban un sueño colectivo; Sánchez y Gómez simbolizan un proyecto donde lo único que importa son ellos mismos. Su narcisismo político ha convertido a España en un tablero de juego donde las piezas se mueven al servicio de su relato personal.
El desenlace de Bonnie y Clyde es bien conocido: una huida que terminó en un callejón sin salida. Sánchez y Gómez, atrapados en su propia narrativa de propaganda, postureos y corrupciones, parecen encaminados hacia un destino similar en el terreno político. La historia nos enseña que las apariencias engañan y que los líderes que priorizan la imagen sobre los principios terminan enfrentándose a la cruda realidad de sus acciones.
Si algo queda claro es que España no necesita unos «Kennedy de mercadillo o low-cost» ni políticos capaces de traicionar cualquier principio para mantenerse en el poder. Lo que el país reclama son líderes que pongan el interés nacional por encima de sus egos y de sus ambiciones. Hasta que Pedro Sánchez y Begoña Gómez no abandonen esta tragicomedia de protagonismo y soberbia, España seguirá atrapada en su particular «era del espectáculo y de la corrupción».
Gonzalo Torres | Escritor
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