El Congreso convertido en un teatro: Ni dignidad en el gobierno ni fuerza en la oposición

Bajo la falsa apariencia de polarización, se interpreta una farsa

La política española ha alcanzado un punto de degradación absoluta. Las sesiones de control al Gobierno ya no son herramientas de fiscalización democrática. Se han transformado en representaciones teatrales donde Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo se cruzan monólogos vacíos que no convencen a nadie. No discuten, no argumentan, no confrontan visiones de Estado. Solo interpretan un guión prefabricado para fingir una democracia que hace tiempo dejó de representar a los españoles. Simulan una pugna estéril mientras Europa dicta las leyes que se aprueban y la sociedad les da la espalda.

Sánchez y Feijóo: dos actores sin credibilidad

La escena política recuerda cada vez más a una comedia de enredo. Por un lado, Sánchez, desgastado, acosado por la corrupción, aislado en Europa y con un proyecto agotado. Por el otro, Feijóo, al que le han prometido ser presidente siempre que no haga oposición real, y se ha mostrado dispuesto a obedecer sin rechistar. Ambos representan el papel que se les ha asignado desde instancias superiores. Son títeres.

Ya no hay diferencias sustanciales entre ellos. El Partido Popular se limita al “antisanchismo de hacendado” mientras acepta sin rechistar todas las imposiciones que vienen de Bruselas. La esencia de la política, que debería ser el debate profundo sobre el futuro de la nación, se ha perdido por completo.

La escenificación vacía del Congreso de los Diputados

El Congreso ya no es un templo de la soberanía nacional. Hoy es un plató de televisión donde se representa la gran farsa institucional. Mientras tanto, fuera de esas paredes, los ciudadanos han dejado de creer. Ya nadie espera nada de sus representantes. Se ha generado una desafección profunda, irreversible, hacia una clase política que vive de espaldas a los problemas reales de la sociedad.

Las encuestas y estudios sociológicos muestran que una parte significativa de los jóvenes preferiría otro sistema de gobierno antes que esta partitocracia disfuncional, fracasada y corrupta. ¿Y por qué no? El sistema les condena al alquiler precario, la exclusión laboral, y la imposibilidad de formar una familia. Aspiraciones que en la España de los años sesenta y setenta eran accesibles para la mayoría.

Las manifestaciones ya no llenan

Basta observar las escasas movilizaciones en la calle. Las manifestaciones apenas congregan a nadie. La media de edad ronda los 65-70 años de media. La juventud ha renunciado a implicarse porque ha entendido que nada cambia. ¿Para qué manifestarse si el 72% de las leyes que aprueba el Congreso se diseñan en Bruselas?

España ha perdido su soberanía, y ni Sánchez ni Feijóo tienen la intención de recuperarla. En su lugar, compiten por ver quién obedece mejor a las élites extranjeras. Europa marca el rumbo legislativo, define las políticas económicas, y hasta decide las cuestiones culturales e ideológicas que deben implementarse. Y lo hace sin tener en cuenta las raíces, la historia y los valores del pueblo español.

Feijóo: el político gris que no genera esperanza

La figura de Feijóo resulta cada vez más anodina. Ni emociona ni lidera. Su estrategia consiste en parecer moderado, obediente y tecnocrático. Pero esa táctica no funciona en tiempos de crisis radical. España necesita un liderazgo firme, valiente, que confronte el modelo impuesto desde Bruselas y defienda los intereses nacionales.

Feijóo no ha ofrecido nada más allá del rechazo blando a Sánchez. No presenta un modelo alternativo. No habla de España, de familia, de vida, de libertad educativa ni de soberanía. Solo administra el consenso progre desde la derecha domesticada. Y así, aunque pueda ganar unas elecciones, jamás podrá transformar España.

El proyecto globalista y el secuestro de la soberanía

Lo más grave es que el ciudadano ha perdido el control sobre su destino. Ni la izquierda ni la derecha ofrecen resistencia al globalismo que impone desde fuera una Agenda 2030 contraria a nuestra identidad. Las leyes, normas, y presupuestos ya no se elaboran en Madrid, sino en despachos de Bruselas donde nadie ha votado a sus burócratas.

Este secuestro institucional explica la creciente indiferencia del pueblo español. Saben que voten lo que voten, nada cambiará. Porque quienes mandan no están en el Congreso ni en La Moncloa. Están en la Comisión Europea, en el FMI, en el BCE, y en fundaciones ideológicas globalistas que dictan el pensamiento único.

La gran farsa democrática

Todo esto nos lleva a una conclusión que cada vez más ciudadanos comparten: el Congreso de los Diputados se ha convertido en un teatro sin guion propio. Sánchez y Feijóo hacen como que se enfrentan, pero en realidad colaboran en mantener el sistema intacto. Uno finge ser de izquierdas; el otro, conservador. Pero ambos defienden el mismo modelo entreguista, globalista y tecnocrático.

Los debates parlamentarios ya no emocionan ni indignan. Solo provocan indiferencia. Porque todos saben que, más allá de los micrófonos, ya han pactado los límites de la discusión. Saben que no pueden salirse del guion globalista, que no pueden cuestionar las imposiciones de Bruselas, ni defender la unidad de España, ni la vida, ni la familia.

¿Qué nos queda por hacer?

En esta situación de descomposición institucional, la única salida posible es una reacción del pueblo español. No a través de los cauces convencionales, sino desde abajo, desde las familias, las parroquias, las asociaciones civiles y los medios libres. Debemos reconstruir España desde sus raíces, sin esperar nada de unas élites políticas que han traicionado su misión.

El patriotismo debe despertar, no como ideología vacía, sino como un compromiso con la verdad, la justicia y la libertad. Necesitamos volver a creer en nuestros valores. En nuestra historia. En nuestras tradiciones. En nuestras libertades.

La regeneración de España no vendrá del Congreso. Vendrá de la sociedad que aún conserva el sentido común. Que aún defiende a la familia, la vida, y la soberanía nacional. Solo desde ahí podremos derrotar la gran farsa que hoy ocupa nuestras instituciones.

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