Por tierras de España: Monasterio de San Juan de la Peña | José Riqueni Barrios

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En pleno recorrido de un larguísimo viaje que nos llevaría de Sevilla a Jaca, a la que llegamos con las primeras luces de las farolas, a esa zona muerta entre las últimas luces del Señor y las primeras del hombre, una vez alcanzada la capital de Huesca, sin siquiera entrar en ella, tomamos la A-132 que nos dejó en Ayerbe. Allí almorzamos, en un restaurante con una amplia cristalera que nos permitía observar el coche, cargado el maletero de éste con equipaje de sobra para una semana, ya que, durante las idas y venidas, estemos donde estemos y vayamos donde vayamos, es esencial no perder de vista el coche.

Tras el almuerzo visitamos el castillo de Loarre, distante unos 6 km de esta localidad. De Loarre seguimos por la A-132 en dirección a Puente la Reina de Jaca -no confundir con la otra Puente la Reina, la de Navarra- y al poco, desde el coche, a lo lejos, a nuestra derecha conforme avanzábamos, contemplamos los impresionantes Mallos de Riglos, unas paredes rocosas de color rojizo bajo las que se agrupa el blanco caserío de Riglos.

 Mallos de Riglos

A la altura de Puente la Reina de Jaca, tomamos la N-240 -a día de hoy ya existe una autovía por arriba de la carretera nacional-, vía que conecta Pamplona con Jaca en un trazado horizontal según consta en el mapa. Ya entrados en la dirección hacia Jaca, a unos 9 kilómetros, salimos hacia la derecha buscando la Santa Cruz de la Serós y avanzando un poco más llegamos al Monasterio San Juan de la Peña.

Aunque sólo fuese desde el exterior, ya que llegamos a una hora tardía, contemplar el claustro de ese monasterio encajado en una enorme peña, un conjunto de columnas alineadas, algunas enlazadas con sus arcos, en medio del paisaje, en la soledad de un atardecer, la atmósfera y la misma piedra tenidas de tonos dorados, brillantes rojos llenos de vida, hizo que aquella estampa vaya con nosotros como congelada en el tiempo y viaje a lo largo de los años como si de un instante se tratase.

De ahí que ahora, rindamos tributo a aquel momento y presentemos algunas notas sobre dicho monasterio. Sin lugar a dudas, y con todo merecimiento, unos de los monasterios de imprescindible visita a lo largo y ancho de toda España, por su historia, por su singularidad y por su peso específico.

En los orígenes de este monasterio, en palabras de Jaime Cobreros extraídas de su libro “Los mejores destinos del románico en España”, una de nuestras obras de consulta, está el anacoreta solitario tras cuya muerte, a la sombra de sus restos, llegan unos cuantos eremitas que terminan formando una comunidad.

Ya en el siglo IX -prosigue Cobreros- el monasterio se conoce como San Juan Bautista del Monte Pano- y se ha convertido en un foco destacado de religiosidad en Aragón.

Claustro (San Juan de la Peña)

Contando primero con la protección de los reyes navarros y después con los de Aragón, el rey Sancho Ramírez dona el monasterio a la orden de Cluny y pasa a llamarse San Juan de la Peña, convirtiéndose en faro de la reforma litúrgica gregoriana y un arte importado, el románico. En 1071, el nuevo rito llega al monasterio.

En los siglos XV y XVII, el monasterio sufre dos grandes incendios. Tras el último, la comunidad decide construir la parte superior.

Este monasterio puede servirnos como ejemplo de lo necesario que es prever con bastante antelación nuestra visita, antes llamando por teléfono o bien escribiendo un email, concertando hora, coste y demás recomendaciones a seguir. Recomendación que servirá para trazar nuestra ruta del día, respetando el horario de esa visita que es de gran interés para nosotros.

© José Riqueni Barrios | Escritor

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