Tomemos un ejemplo especialmente significativo: una diputada, no importa su partido, se presenta en las Cortes con una camiseta con un letrero en inglés. ¿Qué indica con ello? Tres cosas, pare empezar: que no cree estar ya ante un parlamento culturalmente español; que políticamente sigue siendo español, pero solo de modo transitorio; que el inglés es la lengua por así decir superior, más “global”, aunque hoy por hoy tenga que expresarse mejor o peor en la de aquí.
Podría ser incluso que la diputada en cuestión apenas supiera chapurrear cuatro frases en inglés, pero eso importa poco, pues está convencida de que esa lengua es la cool , la “guay”, “chachi”, la que da cultura y “oportunidades” a “la gente”, y que como política lo que debe hacer es promoverlo al máximo. Esto es precisamente lo que hace el jefe del PP, que ha expresado varias veces su sentimiento por no saber inglés, al paso que ha advertido que el “problema” en España es la poca educación en inglés.
Un gran número de votantes cree, por pura inercia o necedad, que ese partido defiende a España, cuando en los hechos y también en las palabras, sus dirigentes se han ocupado de desmentirlos. El que fue ministro de Exteriores de Rajoy, Margallo, acaba de aclarar que el PP no es partidario de la independencia o soberanía de España, sino de su disolución en lo que él llama “Europa” y en la OTAN. Él mismo se encargó en su tiempo de ministro de aclarar su intención de regalar la soberanía “por grandes toneladas” a la burocracia de Bruselas. El PP no cree estar al servicio de España, sino que esta es una especie de finca del partido, con la que puede hacer lo que quiera.
Esto no es casual ni ocasional. El PP es un partido de la antes llamada Internacional democristiana, que cambió su nombre a “Demócrata de Centro”, y en Europa a “Partido Popular Europeo” del que los partidos nacionales serían simples agencias. Estas cosas pasan inadvertidas para el gran público, cuando son precisamente las decisivas, las que marcan la gran política o la gran estrategia, que dan continuidad y permanencia a través de cambios circunstanciales, giros o efectos de lenguaje. Bajo nuevos nombres, la ideología democristiana permanece.
Para entenderlo en España: la democracia cristiana se impuso en la transición en la UCD y luego en el PP. Fue ella la que planeó abrir la verja de Gibraltar y entrar en la OTAN, aunque ambas cosas las realizara el PSOE (por una vez, este imitó a aquella); y fue la que promovió los separatismos –también democristianos, casualmente– entregándoles, entre otras cosas, la enseñanza. Para ellos España, su soberanía, su cultura y su mismo idioma, son cosas de un pasado más bien lamentable , que persistirá un tiempo pero que no puede oponerse a lo que ellos consideran “la marcha de los tiempos”.
(Pío Moa | Escritor | https://www.piomoa.es/)