La Tiranía de la mediocridad malintencionada | Eusebio Alonso

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En una sociedad sensata y civilizada, cualquier persona que intente acceder a una responsabilidad profesional en una empresa privada que se precie, tendrá que competir con otros profesionales interesados por el mismo puesto en un concurso de méritos. Concurso en el que se valorará su formación académica acreditada, su experiencia para ejercer el cargo y su actitud para afrontar las responsabilidades a las que se enfrentará si finalmente es elegido.  En eso consiste un proceso de selección de personal, no adulterado, que tenga por intención escoger objetivamente a la persona más idónea para un determinado puesto. No obstante, como ya veremos más adelante el negocio de la política no resulta tan objetivo en su proceso de selección de candidatos.

Un buen proceso de selección de personal suele incluir también un test psicológico para obtener otra información relevante del máximo interés sobre el aspirante:

  • Perfil de personalidad. Resulta fundamental para conocer si la tarea a encomendar está de acuerdo con las habilidades naturales y preferencias del candidato.
  • Perfil de motivación. Permite conocer aquellas cosas que motivan más al individuo, con objeto de mantener su nivel de motivación en el puesto, lo más elevado posible, consiguiendo así un mejor desempeño y aceptación de la responsabilidad asignada. Ojo, aunque haya quien no se lo termine de creer, una vez satisfechas razonablemente las necesidades vitales, no siempre el salario es el factor de  mayor motivación.
  • Salud mental. Detectar a tiempo una enfermedad mental o desviación grave de la personalidad. Circunstancia que no solo podrá facilitar la curación temprana del individuo, sino que también evitará riesgos que pudiesen afectar a la empresa en la que va a trabajar y/o a la gente que le rodee.

A lo largo del ejercicio de su profesión, un profesional puede ser también objeto de evaluaciones periódicas que permitan conocer su grado de desempeño y de adaptación al puesto de trabajo, así como el tipo de integración que ha alcanzado con la organización. Y, en particular, con sus jefes, colegas y subordinados cuando la evaluación es del tipo 360º. Las evaluaciones periódicas permiten medir también el crecimiento profesional y la aptitud para acometer nuevos retos de mayor responsabilidad en una organización.

Por si todo esto fuese poco, cada vez resulta más habitual que las empresas dispongan de un código ético de comportamiento que el profesional debe suscribir. Estoy seguro de que a muchos de nuestros lectores les resultará conocido, o al menos familiar, el concepto de código ético. Permítanme, en cualquier caso, hacer una breve presentación para aquellos lectores que se lo encuentren por primera vez.

El código ético es un documento que establece los principios básicos y los comportamientos necesarios para alcanzar los objetivos de una empresa sin que se comprometan sus valores éticos fundacionales. Se podría expresar de forma breve, que el código ético establece el tipo de conductas que son aceptables para la empresa y aquellas que no lo son, determinando dónde se encuentran los límites en la conducta de los miembros de la organización.

Aunque pudiese pasarnos desapercibido, el adjetivo ético resulta mucho más exigente que el adjetivo moral. Para saber a qué me refiero, las siguientes definiciones nos dan la explicación de ello.

La ética es una rama de la filosofía que estudia y sistematiza los conceptos del bien y del mal. Esta disciplina tiene como objetivo definir de forma racional qué constituye un acto bueno o virtuoso, con independencia de la cultura en la que se enmarque y permaneciendo inalterable a lo largo del tiempo.

Por otro lado, la moral se define como el conjunto de normas que rigen el comportamiento de las personas que forman parte de una sociedad determinada, de modo que puedan contribuir al mantenimiento de la estabilidad y la cohesión de la estructura social.

La moral se encarga de determinar qué conductas son adecuadas y cuáles no, en un contexto determinado espacio-temporal, mientras que la ética se refiere a los principios generales que definen qué comportamientos son beneficiosos para todas las personas en cualquier momento y contexto social. Es decir, la moral matiza e incluso podría llegar a pervertir, según conveniencia social, los principios de la ética. En definitiva, todo depende de la posición que adopte, en cada momento, la famosa ventana de Overton. Un ejemplo que nunca me cansaré de poner y que ilustra perfectamente la diferencia entre ética y moral es: el aborto. Se trataría de un hecho que no es ni medio aceptable por la ética porque va contra el derecho sagrado a la vida humana. Sin embargo, actualmente, determinadas sociedades, autoproclamadas de forma ostentosa “progresistas”, han preferido declararlo un derecho para tranquilizar a una parroquia de moral distraída que no quiere complicarse la vida con incómodas restricciones éticas. Como diría Patxi: “y a ti que más te da”

Las organizaciones que aplican un código ético, aunque tal vez deberíamos plantearnos la alternativa de llamarlo código moral que resulta mucho menos exigente y proporciona más grados de libertad adaptándose a la conveniencia social, necesitan establecer mecanismos de vigilancia y de detección de posibles vulneraciones. En política existen, al menos en teoría, mecanismos de vigilancia como son: las instituciones, la oposición, los jueces y la prensa. Sin embargo, la triste realidad es que no siempre realizan su labor de forma independiente y pueden llegar a resultar, con excesiva frecuencia, completamente inútiles.

¿Por qué un proceso de selección puede resultar tan laborioso? Pues para intentar objetivar la elección de una persona adecuadamente capacitada para un puesto de trabajo. Este protocolo será tanto más necesario en la medida que una selección inadecuada pueda conllevar riesgos importantes de cualquier índole. ¿Imaginan el daño que podrían causar un cirujano, un piloto de avión o un conductor de ferrocarril sin la adecuada preparación o con un grave desequilibrio psíquico?

Llegados a este punto, hay que decir que no todas las organizaciones son tan exigentes en la selección de su personal. El caso paradigmático, como ya anticipamos, es la selección de aquellos que van a formar parte de una lista electoral o de un gabinete ministerial. De esta forma, los políticos, cuyo desempeño tiene un mayor impacto social, porque manejan nuestros impuestos con la excusa de mejorar el bienestar de la sociedad, son, por añadidura, los que sufren un proceso de selección más laxo y carente de objetividad. Busquemos algunas hipotéticas explicaciones del por qué:

  • Las consideraciones de selección de un político no son, casi nunca: su formación, su experiencia o su actitud de servicio ante la responsabilidad que se le va a encomendar. Más bien se valora la fidelidad a los intereses del que va a realizar su elección, o su relación personal o familiar con éste. El nepotismo es el pan de cada día en política sin excepción de siglas. ¿Qué necesidad tienen de objetivar el proceso de selección del mejor candidato, poniendo en peligro la capacidad de mangoneo del líder de la manada? A fin de cuentas, la buena gestión de los intereses ciudadanos no parece ser el objetivo primordial. Por otra parte, algunos partidos, principalmente los de izquierda, tienen a gala que cualquier afiliado, con independencia de su grado de preparación y experiencia, puede llegar a ejercer las más altas responsabilidades. Supongo que a esto le podríamos llamar el “sueño de la izquierda”. Concedámosles, al menos, el mérito de reducir las cifras del paro, gracias a acoger en sus filas y en los múltiples chiringuitos que crean a costa del erario público, a la parroquia de «hooligans» más afecta y menos preparada. Recuerden que la fidelidad no solo puede entenderse como virtud. La fidelidad de aquel que no tiene libertad de elección o del que prefiere vivir del cuento incentivado en lugar de ganarse la vida con su esfuerzo, créanme que no tiene valor ético alguno. Pues estos son los que nos gobiernan. ¿Verdad?
  • Sin embargo, hay otra fidelidad que puede resultar un grave lastre en política. Me refiero a la fidelidad a los valores. Todo partido político, con honrosas excepciones, termina convirtiéndose  en una máquina de negocio para la que sólo cuenta el poder que se pueda conseguir y, como resultado, el dinero público que se alcance a gestionar. Dinero que les permite, entre otras cosas, una vida de privilegios salariales, impositivos y de acceso ventajoso al sistema de pensiones. Para conseguir el poder se tiene que buscar el nicho de votos más favorable según corresponda a la moral imperante de la sociedad. Es decir, los valores inalterables han dejado de ser fundamentales, convirtiéndose en un escollo. Se dan paradojas increíbles. Un ejemplo lacerante es la evolución que ha sufrido el PP en los últimos años para acercarse a la oferta del PSOE. De no ser así, ¿Cómo se explica la contradicción que ofrece un partido cuando pone un recurso de inconstitucionalidad contra la ley del aborto de Zapatero y, 12 años después cuando sale una resolución desfavorable, se felicita del rechazo del recurso que ellos mismos presentaron?
  • Recordemos a Milton Friedman que describe a la perfección las diferentes formas de gastar dinero:
    • En la empresa privada, el dinero que se arriesga es el del empresario, que legítimamente buscará gastarlo de una forma eficaz, buscando el mayor rendimiento, sin descuidar la fidelización de sus empleados valiosos para evitar que la oferta del libre mercado se los pudiera arrebatar. Recuerdo de mis años en Francia que algunas empresas de por allí tenían la habilidad de reconocer a los profesionales acreditados que no tenían titulación universitaria, pero sí una gran experiencia y resultaban insustituibles en el ejercicio de sus funciones, con el título de “ingenieur maison” (ingeniero de la casa), con objeto de que su limitación formativa no fuese un obstáculo en su retribución salarial ni en su fidelización.
    • En lo que respecta a la gestión política del gasto, ya conocemos la opinión de la socialista Carmen Calvo: “el dinero público no es de nadie”. En consecuencia, en el mejor de los casos, cuando alguien va a gastar dinero que no es propio en los demás, no estará preocupado ni por la cantidad que gasta ni por la eficiencia obtenida con el resultado del gasto. En el peor de los casos, buscará la forma de encontrar un retorno, inadvertido por los demás, en su propio beneficio.
    • Lo miremos como lo miremos, la política es el negocio de unos pocos que están ahí para servirse de todos los demás, en lugar de ofrecer su servicio a la sociedad que representan; como correspondería a un comportamiento ético. No hay que olvidar que, según nuestra Constitución, «la soberanía reside en el pueblo» que nunca debería admitir la degeneración hacia una partitocracia. Tal vez por ese perverso interés de la casta política, en general, la oposición no ejerce vigilancia efectiva que detecte los excesos cometidos por el que detenta, en cada momento, el poder. Tan solo una parte de la sociedad civil, los jueces, en su mayoría independientes, y la escasa prensa libre intentan hacer visibles, con medios muy limitados, algunos escándalos de corrupción.

En definitiva, parece que la clase dirigente no es: ni la más preparada, ni la más experimentada, ni la más ética del panorama nacional. Posiblemente sea la menos dotada intelectualmente y cuyo único mérito, para estar donde está, sea su docilidad para plegarse a los intereses del poder y del dinero. De esta manera hemos llegado a convertirnos en una idiocracia (gobierno de las personas de menor valor intelectual y ético) que tiene secuestrada, tal vez de forma irreversible, nuestra democracia. Sin duda, éste es el perfil político más idóneo para someterse a los intereses de los poderes globalistas que rigen los destinos de buena parte de nuestro mundo. Poderes que han dado sobradas muestras de querer transformar nuestra sociedad, mediante sus agendas, para peor de una forma progresiva para que resulte más desapercibida. Primero fue la agenda 2030 y ahora la 2045. Limitémonos a presentar unas pocas evidencias de esta peligrosa transformación social a la que se nos está conduciendo:

  • Intentan empobrecernos aumentando los impuestos indefinidamente y limitando la actividad económica con absurdas reglamentaciones. Basta con seguir la evolución del número de familias en riesgo de exclusión social en España para comprobar que esto es una realidad. Una persona con insuficientes recursos económicos, que vive principalmente de las ayudas sociales, resulta muy fácil de manipular. Nada especialmente novedoso para la izquierda, que tiene una historia acreditada en manipulación y control social, carente de escrúpulos éticos de ningún tipo.
  • Intentan controlar las redes sociales mediante la censura de todo aquello que no quieren que la gente oiga: Desaparecen contenidos de la red y se censuran opiniones mediante hipotéticos verificadores de la verdad al servicio de sus intereses.
  • Persiguen la libertad de expresión mediante leyes de censura, bajo la excusa de proteger al ciudadano de la desinformación y de los bulos.
  • Dificultan el acceso a la propiedad privada con gravámenes altos, control del terreno edificable e impuestos redundantes, así como favoreciendo el crecimiento de la inflación que supone la depreciación del poder adquisitivo del dinero. Ya casi nadie puede comprarse una vivienda. Por otra parte, la legislación vigente desprotege la propiedad, permitiendo el fenómeno de la ocupación. Según Bill Gates, nos dirigimos hacia una sociedad en la que “serás pobre, pero serás feliz”. Sin duda es un señuelo para aceptar un empobrecimiento social programado. No me resulta nada tranquilizador. Supongo que a ustedes tampoco.
  • Reducen de forma progresiva las libertades mediante nuevas reglamentaciones coercitivas, tasas por cualquier actividad y nuevas multas. Dentro de muy poco tiempo ya nadie podrá comprarse un automóvil que no sea eléctrico, con la excusa de proteger el planeta. Vehículos que, a la larga (desde su fabricación hasta el reciclado), resultan mucho más contaminantes que un vehículo diésel de nueva generación, debido a sus baterías y a las pérdidas debidas a la doble conversión energética que precisa su funcionamiento. Sin embargo, sí se podrán comprar vehículos de combustión aquellos que dispongan de dinero para adquirir uno de gran cilindrada como, por ejemplo, un Lamborghini.
  • Infunden miedo para facilitar el control social mediante la gestión informativa de pandemias y supuestos cataclismos climáticos que justifiquen el andamiaje globalista. Fue una curiosa experiencia la que vivimos con la pandemia del Covid. Enfermedad que mató a más de 15 millones de personas en el mundo y cuyo origen fue, como poco, cuestionable. Origen sobre el que nadie ha dado explicaciones y tampoco nadie las ha exigido. Resulta difícil sacar ninguna lección aprendida, a nivel social, con esta actitud tan indolente por parte de los gobernantes. La gestión del Covid produjo en España dos confinamientos ilegales por los que nadie ha pedido disculpas y mucho menos ha tenido la vergüenza gitana de dimitir. Pandemia que trajo la aparición de unas vacunas que hubo que inocularse mediante coacción y que, a la postre, no demostraron ser ni tan necesarias, ni tan seguras, ni tan efectivas como se nos había prometido. Ahí están las cifras a la vista de todo el mundo, donde se puede ver que muchos países con grado de vacunación casi nulo han tenido menos muertos por millón de habitantes que aquellos que se vacunaron con una tasa cercana al 100%. ¿Hemos aprendido algo de esa experiencia o necesitamos otra más amarga para que se nos abran los ojos?
  • Financian chiringuitos ideológicos con objeto de: asegurar el adoctrinamiento de la población, opacar partidas presupuestarias y garantizar puertas giratorias para políticos una vez que éstos hayan acabado su recorrido.
  • Buscan, los partidos de izquierda, rentabilizar el enfrentamiento social mediante leyes y discursos incendiarios. Ya no nos sorprende el enfrentamiento tradicional de los pobres contra los ricos y trabajadores contra empresarios, sino que ahora son las mujeres contra los hombres, que son calificados de machistas sin pudor alguno. Incluso se han atrevido a resucitar los odios de la guerra civil con la pretensión de enfrentar con su ley de memoria histórica a los herederos de los valores y creencias de ambos bandos contendientes. Tal vez los próximos colectivos a enfrentar en su loca estrategia, cuando los recursos no sean demasiado abundantes, puede ser el de los jóvenes contra los viejos. La cuestión es echar la culpa a unos de las desgracias que padecen los otros. Una sociedad que quiera sobrevivir no puede alimentarse del enfrentamiento social.
  • Alimentan la leyenda negra, nada fundamentada en la realidad histórica, contra la labor que ejerció España tras el descubrimiento del nuevo mundo. Muy posiblemente, con el ánimo de conseguir que la población repudie su historia y su identidad, haciéndola más vulnerable a un cambio social planificado.
  • Controlan todos los resortes del poder, eliminando de facto cualquier atisbo de independencia de poderes. Independencia que es necesaria en cualquier democracia que se precie de serlo, según indicaba Montesquieu. Con un poder absoluto hasta a un burro le resulta fácil gobernar (Lord Acton).
  • Asfixian el sector primario con la excusa de prevenir una indemostrable futura crisis climática. A cambio, nos ofrecen compensar nuestra ingesta de proteínas con una alimentación basada en insectos porque dicen que son más sanos para conseguir un planeta sostenible. Estaría dispuesto a apostar la mitad de la vida que me queda, a que los políticos y los globalistas que nos lo imponen jamás se someterán a esa dieta indigna.
  • Destruyen la sanidad pública demorando la atención primaria y ampliando indefinidamente las listas de espera en pruebas diagnósticas y para intervenciones quirúrgicas. Tal vez ustedes no vean la mano negra de los dirigentes políticos, pero yo sí. ¿Por qué? Pues porque:
    • Los políticos son culpables de hacer una sanidad universal gratuita, de la que muchos extranjeros se aprovechan a coste cero, cuando no hay recursos suficientes siquiera que aseguren una asistencia sanitaria adecuada para los españoles que la financian con sus impuestos.
    • Los políticos son responsables de no ofrecer suficientes incentivos a nuestros universitarios de la rama sanitaria que tienen que buscar trabajo en otros países. Países que acogen, como no podría ser de otra forma, con los brazos abiertos a nuestros profesionales ya formados.
    • Los políticos son los que rechazan el uso del cheque sanitario que permitiría utilizar los recursos de la sanidad privada en caso de exceso de demanda. Ellos, los políticos que provocan este desastre, no sufren ninguna demora sanitaria, porque pueden pagarse, a diferencia de buena parte de los españoles, una sanidad privada con nuestros impuestos.
  • Adulteran la enseñanza con contenidos ideológicos, especialmente en materia de educación sexual que se deja en manos, principalmente, de los colectivos LGTB. Se da la paradoja que a pesar de gastar en Educación mucho más dinero que hace 50 años, se obtengan peores resultados comparativos. Prueba de ello es el retroceso de España hasta el puesto 29 en el informe PISA.
  • Evitan la aparición de opciones políticas diferentes (no controladas por los poderes políticos y económicos) mediante el descrédito, la difamación, el bulo y el control de los medios de comunicación apesebrados que actúan al dictado creando un cinturón sanitario alrededor de los nuevos partidos.
  • Inundan nuestro país con inmigrantes ilegales que incrementan la inseguridad, como lo demuestran las estadísticas penitenciarias, pero que suponen una cantera de votos asegurada a cambio de las ayudas que perciben con cargo a nuestros impuestos. Si queremos revertir el estado actual de la pirámide de población, que cuestiona nuestra supervivencia demográfica, deberíamos controlar, con criterio, la inmigración recibida y tener políticas familiares que premien la natalidad de los españoles. Ofreciendo, entre otras cosas, alternativas éticas al aborto para proporcionar una auténtica libertad de elección a la madre en dificultades. De paso, conseguiríamos asegurar nuestras pensiones futuras y nuestra identidad nacional.

Lejos de buscar la regeneración democrática, el bienestar, la creación de riqueza y la salvaguarda de las libertades; el objetivo que preocupa mayoritariamente a los políticos de nuestro país, y a los de buena parte de Europa, es el de hacer callar todas las voces disidentes que puedan alertar a la población y pongan en peligro su negocio, haciendo visible su ineficacia malintencionada, su corrupción y la falta de mecanismos eficaces que nos protejan. La excusa usada, para convencer a los ingenuos de que no se trata de una censura descarada, es la protección de la sociedad ante hipotéticos bulos malintencionados. Se trata pues de aplicar la famosa Tolerancia Represiva de Marcuse (filósofo de izquierdas de la escuela de Frankfurt) que afirma que: “No todas las opiniones se deben permitir, sino tan solo aquellas que se consideran liberadoras”. Según esto, solo aquellas opiniones que acepta el poder, de forma paternalista, son adecuadas para la población. Malos tiempos corren para la libertad y el bienestar, si la sociedad no termina de despertar e implicarse, dejando de colaborar, con su voto, con los responsables de este despropósito.

Eusebio Alonso | Licenciado en ciencias físicas. Subdirector del diario online  Adelante España.

 

 

 

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