La soledad no deseada afecta al 13% de la población española

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La mayor esperanza de vida de la población  española condiciona los tres tipos de la soledad no deseada: soledad social, soledad emocional y soledad existencial

La soledad no deseada es el sentimiento negativo que aparece cuando las personas sienten carencias en sus relaciones, bien porque las perciben como insuficientes o no son de la calidad o intensidad para ofrecerles el apoyo emocional que desearían.

La soledad no deseada no se escoge, se impone a pesar de nuestra voluntad y perdura en el tiempo. Así lo constatan en el Consejo General de Psicología de España, afirmando que es muy difícil objetivarla porque además, en muchas ocasiones, se naturaliza como un hecho asociado al envejecimiento.

Sin embargo, la soledad no deseada afecta a todas las etapas de la vida, desde la infancia hasta la senectud, a raíz de experiencias vitales relacionadas con pérdidas como la muerte de un ser querido, desempleo, rupturas, situaciones de dependencia, etc.

En los últimos años, se han publicado numerosos estudios científicos que muestran el impacto que la soledad no deseada tiene sobre la salud de las personas. Se asocia a peor percepción del estado de salud general, mayor mortalidad por todas las causas incluido el suicidio, mayor riesgo de hipertensión arterial y de sufrir enfermedades coronarias, problemas de salud mental (depresión), así como una mayor probabilidad de adoptar conductas insalubres como tabaquismo, mala higiene del sueño, sedentarismo, obesidad o malnutrición.

La soledad en todas las etapas de la vida

La soledad no deseada constituye un problema social de importancia creciente en sociedades europeas como la española. Según un reciente informe de la Fundación ONCE, el 13,4% de las personas sufren soledad no deseada (datos del 2023). Este sentimiento es más prevalente en las personas con discapacidad (23 %), los adolescentes, jóvenes y, obviamente, en las personas mayores.

Si nos referimos a costes sociales, cuando deriva en depresiones, agrava enfermedades crónicas o requiere asistencia en domicilio, se estima que la soledad no deseada supone unos gastos anuales por frecuentación de los servicios sanitarios y por consumo de medicamentos. Por otra parte, la soledad no deseada puede afectar nuestra productividad por disminución del tiempo de trabajo y muertes prematuras.

Además, aunque sea una dimensión de difícil medida, se han calculado los costes intangibles como reducción de la calidad de vida provocada por el sufrimiento físico y emocional que ocasiona esta soledad.

Su magnitud, evolución y efectos en la salud ha llevado a considerar este fenómeno como un importante problema de salud pública. Hasta fechas recientes, la intervención sobre la soledad no deseada se ha centrado en población mayor por ser mayoritaria, hasta el punto de que se ha asociado la soledad no deseada a una característica del envejecimiento. Sin embargo, estudios epidemiológicos recientes muestran la importancia que este fenómeno tiene en otras etapas del ciclo vital, tanto por su prevalencia, su impacto en la salud aún en jóvenes, como por las diferentes características de la soledad en las diferentes etapas de la vida, exigiendo intervenciones específicas adaptadas a las distintas necesidades.

Soledad no deseada y mujer

Por su visibilidad, es habitual que nuestra imagen de la persona usuaria de un servicio de acompañamiento en soledad no deseada suela ser una mujer, mayor de 80 años, viuda, con problemas de movilidad, que vive sola y se siente sola. 

En las mujeres de edad avanzada, probablemente la mayor esperanza de vida de la mujer española condiciona los tres tipos de fuentes presentes en la descripción de la soledad no deseada: soledad social, soledad emocional y soledad existencial. En edades avanzadas, la pérdida de red social, los cambios en el vecindario de proximidad y los problemas de movilidad , entre otros, son factores que precipitan la sensación de soledad social, dificultando la socialización y participación en actividades que interesan a la persona.

El segundo tipo de soledad, la emocional, acontece frecuentemente tras la pérdida de las personas íntimas y cercanas a la persona mayor, de las que dependía un apoyo emocional importante. La pérdida de la pareja debido a su fallecimiento y la vivencia de la viudedad es un duelo que precipita la soledad no deseada en mujeres mayores, sobre todo en los 3 primeros años.

Finalmente, aunque a edades avanzadas no se considere a priori un factor determinante de la sensación de soledad, la preservación de un envejecimiento satisfactorio exige mantener un proyecto vital motivador. La pérdida de este proyecto en la mujer mayor ocasiona que surja el tercer factor: la soledad existencial. Por encima de este envejecimiento satisfactorio, la pérdida del rol del cuidado tras el fallecimiento o institucionalización de la persona afectada cercana, acaba con el eje que apoyaba muchas de las relaciones sociales y familiares de la mujer cuidadora. Esta pérdida del rol junto a la sobrecarga del cuidado pasa factura, desaparece del horizonte su implicación en cuidados futuros y surge la incertidumbre de quién cuidará de ellas llegado el momento en que sean las que precisen atención.

Los hombres manifiestan una soledad más social, añoran relaciones, ayuda, tener con quién compartir, mientras que las mujeres mayores reconocen mejor su soledad y además de la parte social, muestran una experiencia emocional asociada más compleja y se asocia en mayor medida a sentimientos de vacío y abandono.

Precisamente esta complejidad de soledades en la mujer mayor sumado a la ocultación por temor a preocupar a los hijos o a exponerlo socialmente, dificulta el diseño de programas preventivos o estrategias acordes a las diferentes necesidades que la persona mayor tiene en su círculo social.

(Con información de El Confidencial Digital)

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