La persecución al Rosario de Ferraz: Los ataques sistemáticos a la libertad religiosa de un gobierno cristofóbico

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En la explanada de la Basílica del Inmaculado Corazón de María en Ferraz, en Madrid, se libra una batalla silenciosa que trasciende el simple acto de rezar. Desde hace meses, un grupo de fieles, liderados por el joven José Andrés Calderón, acude diariamente a esta cita espiritual, portando rosarios y rezando por la paz en España y en el Mundo entero. Sin embargo, lo que debería ser un acto de devoción y recogimiento se ha convertido en blanco de una ofensiva llena de odio a la fe católica y provocación.

Primero llegaron las amenazas veladas del delegado del Gobierno, seguidas de prohibiciones injustificadas y multas que parecían más un intento de amedrentar que de garantizar el orden público. A pesar de ello, los rezos han continuado, firmes e inquebrantables, como un testimonio de fe y perseverancia. Pero ahora, en un giro aún más preocupante, se ha implementado una nueva estrategia: grupos de jóvenes pasan cerca de los devotos y lanzan blasfemias, gritos y palabras cargadas de odio, atacando lo más sagrado para los católicos.

Complicidad de la policía con los radicales

Lo que resulta escandaloso no es solo la actitud de estos radicales, sino la complicidad implícita de la Policía Nacional, subordinada al Ministerio del Interior. Los agentes, presentes en el lugar, no hacen nada para frenar estos actos de hostigamiento. Mientras los provocadores escupen insultos contra la fe de quienes rezan pacíficamente, los policías permanecen de pie, hablando entre ellos o distraídos con sus teléfonos móviles, como si fueran meros espectadores de un espectáculo.

La pasividad de las fuerzas de seguridad es tan indignante como reveladora. Al término de estas agresiones verbales, los radicales se marchan tranquilamente, a menudo pasando cerca de los agentes, quienes no intervienen ni siquiera para identificarles. ¿Qué mensaje se envía con este comportamiento? Que en la España de Marlaska, el ejercicio de la libertad religiosa es secundario frente al ruido de los que buscan imponer el miedo.

Estos actos no son incidentes aislados. Forman parte de una estrategia calculada para acosar a los católicos y para desincentivar la expresión pública de su fe. Se ataca lo más sagrado para los creyentes porque se sabe que, en el corazón de la religión, reside la fuerza que los sostiene. El mensaje subyacente es claro: «Si no renuncias a manifestar tu fe, te acosaremos, te multaremos y permitiremos que otros te insulten mientras miramos hacia otro lado».

¿Es este el Estado de Derecho que se supone protege a todos, independientemente de sus creencias? Es inadmisible que, en pleno siglo XXI, los católicos sean tratados como ciudadanos de segunda categoría, víctimas de un odio que no solo no se combate, sino que cuenta con el beneplácito de las autoridades.

En un país donde la libertad de expresión es un derecho constitucional, se permite que quienes rezan sean vejados y humillados. En España, al parecer, hay libertad para ofender, pero no para rezar.

Este atropello no debe quedar impune. Los fieles de Ferraz nos recuerdan cada día que la fe no se doblega ante la persecución. Y, aunque la policía de Marlaska mire hacia otro lado, hay algo que jamás podrán acallar: el eco de un rosario que resuena con la fuerza de quienes defienden su derecho a creer.

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