Una de las nuevas palabras que nos han ido introduciendo paulatinamente es la de “tolerancia”, junto con todo un abanico de términos como el de igualdad, inclusión, género… y todos tienen en común que se les ha vaciado de su significado originario con el que los hemos aprendido a utilizar, en favor de una suerte de herramientas para transformar, sigilosamente, nuestro modo de pensar.
Cuántas veces habremos escuchado etiquetas que se dirigen a todo el que se atreve a cuestionar lo establecido como el pensamiento único orwelliano en el que estamos sumergidos. Tal es el caso de las cuestiones climáticas, sanitarias, de inmigración, y por supuesto del género. Y de esta manera, en lugar de ser una persona pacífica y “tolerante”, directamente eres identificado como un polémico intolerante, negacionista, racista o machista. E incluso te pueden criticar si tienes más de 2 hijos por ayudar con ello, según nos cuentan, a la destrucción del planeta.
Sin embargo, como decía, “tolerancia”, aunque actualmente la utilicemos como respeto al que tiene ideas diferentes a nosotros[1], en su origen se empleaba como el soportar algo con paciencia por respeto a su dignidad humana[2]. Y con el pretexto de respetar a los demás, estamos observando ante nuestras narices, todo un atropello a derechos fundamentales, la creación de una masa de ofendiditos que saltan como fieras ante cualquier discrepancia y, lo que viene siendo más grave, censura y persecución a todo aquel que difiere de lo que, unos pocos, han decido que es lo aceptable. Situación que, como explicaré más adelante, está más que planeada.
Y de esta manera, bajo esta tolerancia se pueden ofender a las creencias cristianas, a los que se emparejan con personas de un sexo distinto al suyo o a los que tienen ideas conservadoras. Estos y muchos más ejemplos suceden, mientras gran parte de la sociedad menea la cabeza de arriba hacia abajo, que, como robots, dicen “amen” a lo que han asumido ciegamente que es lo correcto, es decir, lo que se puede tolerar.
Bajo la bandera de la tolerancia dejamos que a los niños se les enseñe en las aulas los beneficios de la masturbación, del cambio de sexo o de las relaciones sexuales consentidas. O permitimos que millones de euros se inviertan para acoger a miles de ilegales mientras aumenta la pobreza en cada vez más familias españolas. Y, por supuesto, no se puede hablar del genocidio que se está realizando mediante el aborto, pero sí es muy actual el trabajar en favor de la protección del oso polar y demás animalitos. Querido lector, el intolerante somos tú y yo si se nos ocurre cuestionar estas líneas de actuación impuestas.
No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de la tomadura de pelo que esta tolerancia maquillada y fabricada supone. Porque sí, querido lector, esos pensamientos y comportamientos han sido programados e ideados por gobernantes políticos de tinte izquierdista que, queriendo proteger a unas minorías, ejercen la violencia, de un modo intolerante, contra el que consideran el adversario.
La coacción, el miedo a ser rechazados o etiquetados, la propaganda subvencionada o la legislación, se utilizan déspotamente para amaestrar a los ciudadanos, que, lejos de poder ejercer sus derechos a las distintas libertades que, supuestamente deberían ser posibles en un Estado democrático y de darse cuenta de la esclavitud ideológica que les aplasta, aplauden a los tiranos y obedecen convencidos (y reprimidos) de que eso es lo más adecuado para mantener la armonía, el orden y la paz en una sociedad, que, descarada y paradójicamente, cada vez está más polarizada y enfrentada.
Nos enfrentamos a un prototipo de individuo, alienado, cuya capacidad crítica y de oposición han sido exterminadas paulatinamente, propio de una sociedad bajo dominación totalitaria con apariencia democrática. Esto ya lo avisó Hermes Marcuse en 1954 cuando publicó su obra El hombre unidimensional[3], cuyo análisis de las ideologías imperantes en la sociedad quedó más que completado en La tolerancia represiva publicado en 1965.
Tal y como comentaba, el plan para domesticar la mente de las personas quedó definido en este ensayo en el que se indica la idea de una tolerancia de las clases dominantes reprimiendo a la par cualquier acción que pretenda acabar con la misma violencia que estas clases dominantes promueven. Esta idea la captó la política de izquierdas que la hizo suya y, todo sea dicho, domina de maravilla. De esta manera, dándole la vuelta a la tortilla, han inducido la idea de que ciertos colectivos son los oprimidos y el resto, somos los que ejercemos el dominio sobre ellos, ante lo cual, la censura recae sobre todo aquel que no acepte lo que el Gobierno proclame como bien a proteger, es decir, ideas que en la balanza ideológica van desde la izquierda al centro- derecha izquierdizada.
Así que, si quieres unirte al club de los tolerantes debes permanecer calladito y bueno, porque de lo contrario, puedes perder hasta tu puesto de trabajo.
Pero no me despido, querido lector, sin invitarte a meditar sobre qué sociedad deseas que dejemos a las siguientes generaciones. Si vas a ser parte de los sumisos o vas a luchar por la defensa de la libertad.
Te dejo con este párrafo, escrito en 1947, que te puede ayudar a reflexionar:
«Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los ministerios de propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela”[4].
Un saludo y hasta la próxima cita
Alicia Beatriz Montes Ferrer | Casada, madre de 6 hijos, máster en Ciencias de la Familia, maestra de religión católica
[1] https://www.rae.es/drae2001/tolerancia
[2] https://vlex.es/vid/precursores-tolerancia-espana-siglo-878502010
[3] https://economiadelaviolencia.iiec.unam.mx/node/377
[4] ALDOUS HUXLEY “Un mundo feliz”, prólogo. 1947
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1 comentario en «La mentalidad prefabricada de la tolerancia represiva | Alicia Beatriz Montes Ferrer»