La inferioridad moral de la izquierda | Javier Toledano

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

Me vinieron con el cuento de que un diputado de derechas fue sorprendido en la calle girándose para mirarle el trasero a una señora. Y que en una cacería disparó contra un venado (una birria, no obstante, al lado de las monterías de Baltasar Garzón y el ex ministro Bermejo en el Parque Natural de Sierra Mágina, provincia de Jaén). Un escándalo mayúsculo. Crímenes abyectos, insoportables. Y que, por todo ello, habría que incoar un expediente de ilegalización a su partido, pues ni su ideario ni la conducta de los suyos encajarían en los parámetros democráticos más elementales. Me refiero a Vox, la formación que más fielmente representa a la derecha, pues en el PP, dirigentes destacados como Cristóbal Montoro (“descolocaremos a la izquierda subiendo impuestos”), Arriola (el gurú), Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría, Teodoro García Egea (campeón mundial de lanzamiento de huesos de aceituna), Cuca Gamarra, Borja Sémper o Bendodo (paladín de la plurinacionalidad), se han esforzado cuanto han podido en persuadirnos de lo contrario: que ellos no lo son, de derechas, quiero decir.

¿En qué se basaba ese interlocutor para sostener tan peregrina causa de ilegalización? En la “infinita superioridad moral de la izquierda” para juzgar a los demás. ¿Infinita?… Ya no. Desde el día en que se consuma la nueva investidura de “Pinganillo” Sánchez, la izquierda decae oficialmente de esa pretendida supremacía moral. Es un blasón que jamás podrán exhibir sin incurrir en falsía, hipocresía e indignidad. Blasón troca en “baldón” y habrá que recordárselo hasta el día del Juicio Final.

Qué no diría esta cochambre de izquierda española (sic) si un gobierno regional de la derecha (y aquí admito PP como partido de derechas en igual medida que acepto “pulpo” por “animal de compañía”) hubiera hecho lo mismo que ERC y como entonces se llamara CiU en el año 2017. A saber: promulgar leyes de “desconexión” los días 6 y 7 de septiembre quebrantando la legalidad constitucional, privando de derechos civiles y políticos a los diputados no nacionalistas en el parlamento, y con ellos, a sus electores, promover y consumar un referéndum ilegal, desobedecer a los tribunales y proclamar, si bien de manera efímera (8 segundos), la independencia de una región española. Nadie de entre esas filas de la izquierda dudaría en calificar de golpe de Estado de manual semejante quermés, un golpe 2.0, sin tanques Leopard, pero con tractores John Derek, invasión multitudinaria de infraestructuras estratégicas, agresiones, concentraciones ante organismos oficiales (y más moviditas que ésas en la calle Ferraz), quema de contendores, cortes de carreteras utilizando bebés, ruptura de la convivencia, fragmentación social, malversación de caudales públicos, resistencia a la autoridad y un largo etcétera. ¿Se atrevería alguien no ya sólo a indultar a los culpables, extinguiendo penas individuales, sino a promulgar una ley de amnistía que a su vez extinguiera los delitos enumerados y que, por mor de la misma, pasarían a considerarse actividades no punibles e incluso actos de cívica ejemplaridad?

La unanimidad en la actual izquierda española (sic) es total, clamorosa, a la búlgara. En el parlamento, sin honrosa excepción alguna, todos los diputados de esa bandería han votado a favor de la investidura (que conlleva la amnistía). Todos. Nemine discrepante. En España 0 diputados de izquierdas defienden hoy la detención del fugado Puigdemont y su cuadrilla. Consideran que no debe ser sometido a juicio. Que no hay motivo para ello. Que no delinquió, al contrario, fue injustamente perseguido por el capricho de unos jueces corruptos atizados por un ponzoñoso discurso de Felipe VI. Una actuación, la de aquéllos, a lo que se ve, irreprochable. En definitiva, que Puigdemont es un fugado “de conciencia” (que no preso, pues huyó a tiempo) y que presos políticos haberlos haylos, como Oriol Junqueras y otros que sí ingresaron en presidio y abandonaron al fin su infausta reclusión, todo hay que decirlo, con unos quilos de más y sin apenas rozaduras de bolas y herrajes en los tobillos.

No digo que no haya gentes de izquierdas abochornadas por el espectáculo, disconformes con esta deriva de baja estofa política, de bananerismo tercermundista, pero a día de hoy no gozan de representación política. No tienen partido, ni votos, ni diputados. Son extraparlamentarios. Es su problema. Que se organicen y, como se dice ahora, ganen “visibilidad” como los “trans” fluidos, no binarios y poliamorosos. Que salgan del armario. Hasta que tal cosa suceda, ser de izquierdas en España significa favorecer la desigualdad ante la ley, creer firmemente en que hay personas que están por encima de aquélla, que hay ciudadanos de primera y de segunda, que no todos debemos gozar de los mismos derechos y que hay territorios que merecen trato preferencial. Ya es oficial: ser de izquierdas en España es sinónimo de liberticidio. Hasta nuevo aviso la izquierda española (sic) abjura de toda legitimidad moral, partiendo del generoso supuesto de que alguna vez la haya conocido.

De modo que la izquierda española (sic), sus 150 diputados, y sus votantes, promueve la inversión en espejo de los valores aceptados tradicionalmente y que informan la más elemental convivencia en democracia. Cierto que la asimetría de derechos ya era una realidad tangible en la España anterior al golpe separatista al que se suma con entusiasmo el gobierno de la nación. Tangible y troncal, como ha sucedido con la vergonzosa política vigente en materia lingüística, especialmente en el ámbito de la Educación pública, gracias al consenso tácito entre los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, movidos a veces por la cobardía y otras por la propia voluntad y convicción.

Esto ha sido la traca final. Empozada en el detrito mefítico la separación de poderes (“Montesquieu ha muerto”… y su tumba, profanada), ya sólo falta dar el jaque al Rey, que al menor desliz sabrá lo que es tener encima una jauría de lobos hambrientos. Con esta izquierda española (sic) es inviable una república democrática a la manera europea, occidental, si se quiere. El sueño de Zapatero y de su alumno aventajado “Pinganillo” Sánchez es alinear lo que quede de España en el bloque habanero y narcobolivariano, miles de quilómetros allende el Partenón y la Puerta de Brandemburgo, abrazados a Irán y a los degolla-bebés de Hamás. Que cada palo aguante su vela.

Javier Toledano | Escritor

1 comentario en «La inferioridad moral de la izquierda | Javier Toledano»

  1. Esta vez aun que voy cansada y sin un minuto para respirar sola, lo reenvío. Si pudiera poner un 12, ó un 15 lo pondría,
    pero sólo se me permite un 10. ¡¡¡FANTÁSTICO ARTÍCULO!!!
    Raquel Casviner Cañellas

    Responder

Deja un comentario