Hace años, un dirigente de un partido conservador español afirmó: “Si el movimiento provida nos da votos, seremos providas”. Estas palabras, cargadas de pragmatismo político, exponen con crudeza la lógica de los partidos: su relación con los movimientos sociales obedece, con demasiada frecuencia, al cálculo electoral, dejando en segundo plano la afinidad ideológica y la defensa de principios fundamentales.
Es una anécdota que nos da varias claves que debemos tener en cuenta: La primera radica en que los partidos políticos solo escuchan a la sociedad civil cuando esta es fuerte, organizada e independiente, con capacidad para movilizar votos. De lo contrario, las demandas sociales suelen ser relegadas o ignoradas una vez alcanzan el poder. Incluso movimientos con valores sólidos y afinidad ideológica han sido ignorados debido a su falta de organización y visibilidad. En política, no basta con tener la razón; es imprescindible tener la fuerza para defenderla..
La segunda clave es que los partidos políticos buscan moldear una sociedad civil dócil y sumisa, que siga su hoja de ruta sin cuestionamientos y les brinde una sensación de respaldo social. Con demasiada frecuencia, esta sociedad cae en la trampa de los políticos, que apelan a promesas vacías y estrategias emocionales para ganarse su favor. Paradójicamente, los partidos reaccionan con hostilidad cuando la sociedad civil ejerce su legítima crítica, como si fueran amos incapaces de tolerar las críticas de sus vasallos.
Por fortuna, existen excepciones que destacan por su valentía, independencia y compromiso. Organizaciones como Manos Limpias, Hazte Oír, Liberum, Familias Numerosas o Abogados Cristianos son ejemplos de una sociedad civil sólida que libra importantes batallas sin doblegarse ante los partidos políticos. Estas entidades prueban que es posible defender principios esenciales con firmeza, actuando como contrapeso frente a la hegemonía del poder político.
Una tercera clave es el complejo de inferioridad existente en la sociedad civil ante los partidos políticos y en no reconocer la magnitud de su propio poder y la capacidad transformadora que posee. En lugar de exigir responsabilidad y coherencia a los líderes y a los partidos, se deja arrastrar por discursos demagógicos que prometen soluciones inmediatas, pero que terminan debilitando su influencia real en la toma de decisiones. Esta falta de conciencia sobre su papel como motor de cambio perpetúa un ciclo de manipulación y decepción.
Los partidos políticos nos han convencido de que nuestra participación ciudadana se reduce a votar cada cuatro años, otorgándoles un cheque en blanco para legislar y decidir sin rendir cuentas reales a quienes les dieron su confianza.. Esta idea no solo es una falacia, sino también un auténtico engaño que desvirtúa el principio de representación. Lo que nos venden como «representatividad» es, en realidad, una fachada que oculta un modelo de poder concentrado y alejado de las verdaderas inquietudes y necesidades de la sociedad. La participación, crítica y continua de los ciudadanos no solo es un derecho, sino una obligación para evitar caer en el sometimiento a esta falsa representación.
La cuarta clave es darse cuenta de que nos han engañado: La fuerza de la sociedad civil es el motor del verdadero cambio, no la de los partidos políticos. El verdadero motor del cambio social y político no reside únicamente en los parlamentos, sino en la capacidad de la sociedad civil para hacerse escuchar y exigir que sus propuestas sean incluidas en las agendas políticas y llevadas a cabo en los gobiernos. Y en este contexto, los partidos políticos solo actuarán si perciben que la sociedad civil es fuerte e independiente. Y, para ello, valora dos elementos: un gran poder movilizador en la calle y el respaldo de un medio de comunicación influyente.
Los partidos políticos son conscientes de que cada persona que sale a manifestarse representa un voto movilizado que se dirige hacia un sitio u otro. La presión en las calles no solo es una herramienta legítima, sino que es necesaria aunque no la única, para garantizar que las demandas sociales no sean ignoradas.
Además, los medios de comunicación desempeñan un papel decisivo en este equilibrio de fuerzas. Controlar la narrativa mediática significa influir en la opinión pública y, en consecuencia, en las decisiones de los partidos políticos. Un medio de comunicación independiente y comprometido con los valores fundamentales puede convertirse en el altavoz de las demandas ciudadanas, llegando a los corazones y mentes de quienes tienen el poder de legislar. Un medio de comunicación, además, crea el relato.
La quinta clave es que la sociedad civil tiene que darse cuenta que no debe limitarse a acciones puntuales, ya que, aunque puedan parecer exitosas a corto plazo, a menudo resultan infructuosas, generan desgaste y no producen un cambio real y duradero. Los partidos políticos son plenamente conscientes de ello y saben cómo aprovechar esa fragmentación de esfuerzos. Por ello, la acción de la sociedad civil debe ser constante, estratégica y sostenida en el tiempo, con una visión clara y a largo plazo. Además, la agenda de la sociedad civil no puede supeditarse a los tiempos ni a los intereses de los partidos políticos; debe situarse por encima de los ciclos electorales, iniciando antes de las elecciones y continuando después de ellas, con independencia y firmeza, para garantizar que su impacto trascienda los límites de la política partidista.
En definitiva, la verdadera solución radica en una sociedad civil fuerte, organizada e independiente, capaz de actuar como contrapeso frente a los partidos políticos y sus intereses. Los ciudadanos deben ser conscientes de que el poder real no radica únicamente en los escaños del Congreso o en los despachos de los ministerios, sino en su capacidad para organizarse, movilizarse y actuar como contrapeso al poder político.
En este sentido, resulta imprescindible que los movimientos sociales, las asociaciones y los medios de comunicación comprometidos con la defensa de valores fundamentales actúen con unidad y determinación. Solo a través de la unión y la fuerza organizada será posible que los partidos políticos incluyan en sus programas las demandas legítimas de los ciudadanos y las traduzcan en políticas concretas cuando lleguen al gobierno.
Los partidos políticos no son una divinidad a la que la sociedad deba rendir sumisión ciega o incondicional. Son, en esencia, instrumentos al servicio del bien común y, como tales, deben ser constantemente vigilados y cuestionados. Una sociedad civil que critique y exija rendición de cuentas a los partidos políticos cuando estos se desvíen de sus promesas no solo fortalece la sociedad, sino que impide que el poder caiga en la autocomplacencia o en el abuso.
Una ciudadanía activa e independiente es la única garantía de que los intereses generales prevalezcan sobre los particulares. La verdadera fuerza de la sociedad civil radica en su capacidad para actuar como árbitro imparcial, defendiendo principios y valores por encima de las ideologías de turno.
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1 comentario en «La necesaria independencia de la sociedad civil frente a los partidos políticos»