La narcotización de la sociedad civil: entre porros, pantallas y comodidad

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En una sociedad ideal, los ciudadanos estarían alerta y comprometidos, dispuestos a exigir justicia y defender sus derechos. Y además, tal como dijimos hace unos días, sería una sociedad civil fuerte e independiente de los partidos políticos  consciente de su importancia para construir una sociedad libre de las ataduras ideológicas que buscan imponer agendas partidistas por encima del interés común.

Sin embargo, vivimos tiempos en los que la pasividad y la indiferencia parecen haberse instalado como norma. Este fenómeno, que podríamos llamar “narcotización de la sociedad civil”, no es otra cosa que la pérdida de vigor moral y político de una población que ha decidido entregarse al adormecimiento.

Un ejemplo revelador de esta tendencia lo encontramos en un reciente episodio ocurrido en Alemania, durante la Eurocopa. La policía de Gelsenkirchen, preocupada por posibles enfrentamientos entre hinchas de Inglaterra y Serbia, propuso algo insólito: que los aficionados fumaran cannabis en lugar de consumir alcohol. Según el portavoz policial, “el consumo de alcohol puede hacer que la gente se vuelva agresiva, mientras fumar cannabis provoca un ambiente de relajación”. ¿Qué mensaje se está transmitiendo aquí? En lugar de apelar al autocontrol, la responsabilidad o el civismo, se promueve la evasión. Fumar porros para calmar las tensiones es una metáfora perfecta de cómo las sociedades contemporáneas lidian con sus problemas: no enfrentándolos, sino adormeciéndolos.

En España, este adormecimiento es evidente. La indignación frente a los desmanes políticos, la corrupción y la degradación institucional apenas se traduce en movimientos significativos de protesta o cambio. Nos hemos convertido en espectadores de nuestra propia decadencia, anestesiados por una cultura que nos invita, a toda hora, a buscar la comodidad y el entretenimiento a cualquier precio.

Las principales claves de esta narcotización son, en primer lugar,  la búsqueda de la comodidad: La obsesión por evitar el esfuerzo y el sacrificio es uno de los pilares de esta narcotización. Desde una política que prioriza los subsidios sobre el fomento del trabajo digno, hasta una mentalidad social que idolatra la pereza como si fuese una virtud, la idea de “vivir bien sin hacer mucho” se ha convertido en un mantra. Esta búsqueda de una vida cómoda, sin conflictos ni sobresaltos, nos ha hecho alérgicos a las luchas que conllevan sacrificios personales.

En segundo lugar, la evasión a través del entretenimiento: La televisión, las plataformas de streaming y las redes sociales son hoy los nuevos opio del pueblo. La avalancha de series, realities y contenido diseñado para distraernos no es casualidad; es una herramienta que perpetúa la apatía. Pasar horas frente a una pantalla, siguiendo la vida ficticia de personajes de una serie o los dramas banales de un reality show, desactiva cualquier impulso crítico hacia lo que ocurre en el mundo real. Es más fácil discutir el último episodio de una serie de moda que cuestionar la subida de impuestos o la falta de transparencia del gobierno.

En tercer lugar está el consumo de sustancias para escapar de la realidad: Al igual que en el caso de Gelsenkirchen, vivimos en una sociedad que fomenta el consumo de sustancias como una vía de escape. Ya no se trata solo del alcohol o el cannabis; incluso los ansiolíticos y antidepresivos se han normalizado hasta tal punto que el malestar personal se enfrenta, no con reflexión o cambio de vida, sino con pastillas. Esto no solo adormece a la persona, sino que la desconecta de su entorno y de los problemas colectivos.

Por último está la pérdida de valores trascendentes: En una cultura que ha renunciado a Dios, al sentido de comunidad y a los valores tradicionales, el vacío moral es inevitable. Sin un horizonte ético o espiritual, la sociedad se entrega al hedonismo y al relativismo. Esto crea ciudadanos incapaces de discernir lo que es justo de lo que no lo es, más preocupados por sus placeres inmediatos que por las generaciones futuras.

Y ante este panorama desolado, ¿cómo revertir esta narcotización?

El primer paso para despertar a una sociedad narcotizada es devolverle el sentido de responsabilidad. Los problemas no desaparecen con porros, series o una vida cómoda. Hace falta valor para enfrentarlos, para salir de nuestra zona de confort y luchar por un futuro mejor. También es imprescindible recuperar los valores que nos dieron identidad como sociedad: el esfuerzo, el sacrificio, la fe, la familia y la justicia.

La narcotización de la sociedad no es un fenómeno inevitable; es una elección colectiva que aún estamos a tiempo de revertir. Dejemos de evadirnos y asumamos el papel que nos corresponde como ciudadanos de una democracia que no puede permitirse caer en el letargo. Es hora de despertar.

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2 comentarios en «La narcotización de la sociedad civil: entre porros, pantallas y comodidad»

  1. Es cierto que una gran parte de la sociedad está » narcotizada » y, consecuentemente, manipulada. Pero no se puede responsabilizar l enteramente a la sociedad de esta situación. Dicha responsabilidad la tienen sus dirigentes. Sus dirigentes económicos, políticos, culturales, científicos, filosóficos, ideológicos y morales, son los responsables máximos. Ellos surgen de la sociedad, pero se acomodan en situación de privilegio, orgullo y prepotencia, desviándose progresivamente de su misión rectora de la sociedad en términos de humanidad, trascendencia, dignidad, igualdad, respeto, esfuerzo y solidaridad. Se crean así «sistemas» que no contribuyen nada al crecimiento social en valores positivos de igualdad, justicia, moralidad, solidaridad y responsabilidad colectiva.
    La sociedad no es pasiva por que «quiere»….sino por que «no puede», para evolucionar y mejorarse, precisa de una motivación fuere promovida por líderes de acreditada solvencia cultural, moral y vocacional, difíciles de encontrar (no imposible), que tengan la audacia de dedicar su vida al «bien común» y atraer todos los apoyos. No perdamos la esperanza.

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  2. En mi opinión no se puede dejar la responsabilidad en unos dirigentes que lo único que han echo es prostituir todas y cada una de las instituciones mientras el ciudadano se a convertido en un percebe

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