El tiempo de la finiquitada y nefasta Transición, transformada ahora en Farsa del 78, ha constituido un soliloquio del nuevo frentepopulismo, regido como siempre por los socialcomunistas. Sin duda, esta dominación de la antiespaña puede resumirse en un largo monólogo cultural y sociopolítico en busca del tiempo perdido, de la historia perdida, del prestigio perdido, de la mancilla a una Cruzada Nacional que les retrató en toda su vileza.
Los socialcomunistas han de tapar sus vergüenzas y no pueden detenerse, porque si dejan de pedalear y se bloquea la bicicleta de su agitprop se caen. Por eso hablan mucho y seguido, siempre mintiendo, porque temen a su propio silencio, que daría paso a la verdad histórica. Mienten y mienten, sobrados de facundia, como los niños cantan al cruzar el bosque: porque tienen miedo, no de su realidad, ni de la espesura de sus atrocidades, sino de que éstas se sepan y les resulten condenatorias.
La Farsa del 78, pues, ha sido una disertación antiespañola, pero no al estilo intelectual de Hamlet, que duda, sino al estilo de los truhanes con labia y hambre de lo ajeno, una charla unidireccional retórica y efectista, bien tramada y deliberada por su intelligentsia y por su publicidad.
No sólo han monologado mediante un lenguaje falso, sino también a través de los hechos. Gobernar patrimonializando el Estado o repartiéndoselo con la plutocracia globalista es una gravísima traición. Ninguna sociedad, por muy enferma que esté, puede aceptar, sin desacreditarse y humillarse de manera absoluta, la elusión del castigo que merecen los culpables por su deslealtad a la Patria. Y aún mucho menos recurriendo a la tolerancia o al olvido.
Los socialcomunistas, como sector axial del frentepopulismo, llevan a cuestas un baldón nauseabundo: legislar contra la verdad, contra la familia y contra la vida. Y, aparte de ignorar y denigrar a los ciudadanos convirtiéndolos en súbditos, han desmantelado la potente industria nacional por indicaciones de esa oligarquía enemiga; forzaron en su día la entrada en una OTAN turbia y han enriquecido a un Gibraltar que se arrastraba agonizante tras las sagaces y efectivas medidas franquistas.
Y por si no fuera suficiente, han expedido tropas a guerras que no son nuestras, al tiempo que han debilitado a propósito nuestras fronteras y nuestras capacidades disuasorias frente a naciones desafiantes y competidoras, alentando invasiones y desplantes vejatorios. Sin dejar de cometer, mientras tanto, golpes de Estado. Todo ello, eso sí, con el beneplácito de la Corona.
Estos hechos y miles de traiciones, escándalos y perversiones más que han recogido las crónicas, no dejan de ser, repetimos, un largo monólogo cocinado y aliñado por el poder totalitario socialcomunista durante más de cuarenta años. Pero los integrantes del conchabe frentepopulista siempre han sido así, envidiosos, perversos y codiciosos, ávidos de poder y depredadores del pueblo que dicen amparar.
Mienten y mienten para no enfrentarse a la realidad que los desenmascara y, sobre todo, para que se desconozca. Los frentepopulistas tienen un problema de credibilidad y de autoridad moral que han de tapar mediante un agitprop habilidoso y permanente.
El largo recitado de aberraciones y de horrores que ha supuesto esta amarga época, no finalizará nunca por la propia voluntad de los protagonistas, porque, como digo, si el que monta el tigre se apea, el tigre lo devora. De ahí que continúe desarrollándose en los activismos incendiarios callejeros y en los soliloquios legislativos y judiciales con que el presidente Sánchez y sus cuates, se están defendiendo -y desnudando- ante la opinión pública.
El cacareado diálogo socialcomunista, no es, por tanto, sino su contrario: un monólogo. Y como éste, así son todos los mitos y símbolos frentepopulistas: pura filfa; tal su democracia y su superioridad moral, que son mero abuso, impostura y degradación, tanto respecto a su práctica como en cuanto al concepto.
Toda la cultura y la política -y la filosofía- de Occidente nacen de unos diálogos, los de Platón. Pero los socialcomunistas odian a la filosofía y a los filósofos que han dignificado al género humano con sus escritos. Su afán no pasa por el progreso de éste, sino por imponerse a él mediante hechos ominosos y palabras falaces, parlamentos trucados y múltiples vicios.
Cuentan a su favor con una eficaz propaganda que no deja de blanquear sus tenebrosos sepulcros ni de culpar a los demás de sus propios crímenes y terribles desatinos. Porque los socialcomunistas son como las hienas, se alimentan de cualquier manjar con tal de que se halle podrido o en proceso de putrefacción. Para ellos, la mugre -moral y física- es una aureola.
Pero la aspiración de todo español de bien, de todo espíritu libre, ha de ser la de enterrar in saecula saeculorum al neofrentepopulismo y a su socialcomunismo muñidor (el puño del crimen y la rosa del engaño y de la perversión). No se debe cejar hasta poder repetir en este sentido la frase con la que Umberto Eco finalizó su novela El nombre de la rosa: «De la rosa nos queda únicamente el nombre». Y del puño, ni los huesos.
Jesús Aguilar Marina | Escritor
