La eutanasia del alma | Francisco Martínez Peñaranda

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Vera Lex Recta Ratio Nature Congruens”. “La verdadera ley es el recto uso de la razón en armonía con la naturaleza”.

Esta frase del gran Cicerón está extraída de su libro: LA REPÚBLICA. De lo que se deduce que un pagano, puede por tanto llegar a la verdadera ley natural, a través del uso de la razón.

Decía Cicerón, que, “La Ley Natural, escrita en los corazones de los hombres es inmutable e inalterable, eterna ley, maestro y tutor de todos los pueblos y todos los tiempos”.

Sabias palabras para un pagano. Es evidente que la debilidad humana, ha tergiversado y oscurecido a lo largo de los tiempos esta ley natural, y es a la luz de la Revelación,  donde verdaderamente, se subraya su importancia y se evidencia la impronta del creador en la criatura creada.

La verdadera racionalidad no queda garantizada por el consenso de un gran número de personas, ni por ningún tipo de  mayorías, sino por la escucha de la razón humana a la Razón Creadora. Ninguna ley hecha por los hombres puede trastocar la norma escrita por el Creador en el corazón del hombre, sin que la sociedad misma quede herida en su alma. Y es así como la ley natural se convierte en la verdadera garantía ofrecida a cada persona para vivir libre, respetada en su dignidad y protegida de toda manipulación ideológica y de todo arbitrio o abuso del más fuerte. No hace falta fe religiosa para conocer los principios de la ley natural, el hecho de que la vida empieza con la concepción y termina con la muerte natural, no es un asunto de fe sino de razón, por lo tanto no se puede considerar justo el aborto o lícita la eutanasia. Incluso un médico ateo o agnóstico puede llegar a estas conclusiones y negarlo es ir contra la verdad objetiva, por motivos ideológicos.

Hipócrates, considerado el “padre de la medicina”, comenzó a ejercerla en la isla griega de Kos en el siglo IV antes de Cristo.  A él se debe el llamado juramento hipocrático, que los jóvenes médicos tienen que hacer antes de ejercer la profesión. Con este juramento, entre otras cosas, se prometía solemnemente, no  dar nunca a nadie medicamento mortal ni tampoco administrar un abortivo, por mucho, que lo soliciten. La ley natural, sabe por tanto reconocer la dignidad del ser humano en cada momento de su existencia. No hay necesidad de tener una fe o poseer una creencia religiosa para llegar a la conclusión de que el aborto, la eutanasia y el suicidio asistido son humanamente inaceptables.

Por otra parte, es fácilmente comprobable que estas leyes de aborto y de eutanasia llevadas a la práctica crean todo un negocio, tal como se puede constatar en el caso del aborto en nuestro país. Y en el caso de la eutanasia en los países donde llevan años de trayectoria se ha creado del mismo modo un entramado de profesionales que se aprovechan del suicidio asistido.  El Estado, regulando cómo y cuándo hay que “suicidar” a la gente, interviene en un área que hasta ahora era íntima y privada, y crea una estructura de funcionarios, médicos, abogados, sicólogos etc. para ello. Y una vez empieza a funcionar, la maquinaria, se convierte cada vez más y más invasivo e incontrolable.

El Estado, da poder a los médicos y tribunales, y lo quita a la familia y a la persona. El Estado y el mercado y no el individuo, buscarán las formas que mejor les convengan para asegurarse que mueras de la forma que más les conviene, ante una oferta y demanda por parte de este segmento de la sociedad que forma la “clientela”  (enfermos terminales, minusválidos, discapacitados, deprimidos, etc.) Y esta es la realidad que se constata en aquellos países donde ya está implantada la eutanasia desde hace años, cualquier teoría buenista sobre esta práctica, está más que descartada porque los hechos de las legislaciones que nos preceden así lo atestiguan.

Curiosamente, el argumento más serio que usan los defensores del suicidio asistido es la autonomía. Pero lo que se puede comprobar en la práctica y en la inmensa mayoría de los casos es precisamente la falta de autonomía lo que prevalece. En los países donde se realiza desde hace años, para que el “suicidio” sea legítimo, basta contar con la aprobación del nuevo “sacerdote”, que es, la autoridad médica, ya que en el 99% de los casos el paciente no está para tomar decisiones. Y al normalizar esta práctica el resultado es que unas vidas valen más que otras. El valor de cada vida humana, no debería medirse, en los años que teóricamente le queden de vida o sus capacidades físicas, por lo que instituir el suicidio asistido amenaza ese precepto moral.

Los dictadores modernos han aprendido que el régimen totalitario ya no se puede basar en la violencia. La violencia y la fuerza siempre generan, tarde o temprano, una reacción en contra del pueblo.  Entonces, las dictaduras modernas han decido utilizar otras formas de manipulación, más sofisticadas, se trata, de las ideologías. Y a través de las ideologías se instaura una especie de prisión, donde los prisioneros no quieren escapar porque no se percatan de que son prisioneros, piensan que es por su bien. Uno de los peores abusos consiste en reducir al hombre a nivel de las cosas, y tratarlo según la lógica del descarte. Hasta ahora, el derecho, tutelaba la vida de cada ser humano independientemente de su voluntad. En esta nueva corriente de pensamiento, los partidarios de la eutanasia, pretenden invocar el derecho a una “muerte dulce” cuando se dan una de estas dos condiciones: En primer lugar, cuando el enfermo terminal, sufra dolores agudos e insoportables, y en segundo lugar, cuando su vida no es digna de ser vivida. Curiosamente, la primera condición se supera fácilmente, porque parece verdaderamente contradictorio defender ese argumento para justificar el suicidio asistido precisamente en una época como la actual, en la que la Medicina ofrece alternativas, como nunca antes, para tratar a los enfermos terminales y aliviar el dolor. Medicina paliativa y nuevos analgésicos. La segunda consideración es más preocupante. La dignidad humana es una condición objetiva y sobre todo irrenunciable. La pregunta que debemos hacernos es: Una sociedad, donde se introduce el descarte de la vida según criterios subjetivos ¿es verdaderamente una sociedad mejor?

Es importante acompañar el momento supremo de la vida de una persona, ya que la persona conserva intacta toda su dignidad humana aun en el umbral de la muerte, hasta el último suspiro. La Medicina  tiene y debe tener como función la curación del enfermo, la salvación de la vida humana cuando es posible, y el alivio moral en el momento supremo de la muerte, cuando la curación no es posible. Y de no hacerlo, nuestra sociedad caerá en la trampa en la que ya otros nos preceden. La espiral del descarte, del negocio, de la muerte y de la cosificación de la persona.

Francisco Martínez Peñaranda. Escribe para usted de vez en cuando, gracias por atenderme.

Francisco Martínez Peñaranda es esposo y padre de siete hijos, artista y compositor, escritor y educador afectivo sexual. Actualmente es director del programa radio La Tierra y la Gente en Decisión Radio

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