Años atrás cualquiera que se diera un garbeo por la cuadrícula de calles del céntrico “ensanche” de Salt (provincia de Gerona) habría entrado en sospechas de que de puertas adentro de muchos de esos domicilios se practicaba la atroz ablación clitoriana a niñas de corta edad, habitual en algunos países africanos. Bastaba con echar un vistazo al fenotipo dominante entre los transeúntes. No se trata de caer en estereotipos ramplones, pero es evidente que en esa barriada no abundan los aficionados a la música wagneriana o reputados estudiosos de la filosofía pre-socrática.
A quien semejante cosa insinuara se le tachaba de alarmista, xenófobo y enemigo declarado de la “multiculturalidad”. En mi caso, lo último, “contrario a la multiculturalidad”, no es inapropiado. En efecto: una cosa es el “cosmopolitismo”, en sentido estricto, gentes convivientes de muy distinta procedencia, pero todos sujetos a la misma normativa legal, y otra muy distinta la “multiculturalidad”, el modelo favorito de la izquierda, acaso también de la derecha “cobardícola”, donde cada grupo se atiene a sus propias leyes como en compartimentos estancos, siendo todas, supuestamente, válidas e igualmente respetables.
Comoquiera que la ablación es un hecho material, fáctico, contrastado y con una larga trayectoria, que se da en algunas culturas, habríamos de tolerarlo bajo el prisma “multicultural”, pues, eso nos dicen, no hay culturas mejores que otras. Y si no lo son las culturas en sentido amplio, no lo son sus rasgos específicos. O cuando menos, la nuestra, la occidental, no lo es al decir de los europeos inficionados de globalismo que cultivan el “autoodio” (“Osama, mátanos”), que son, precisamente, los que hoy rigen los destinos continentales. Cabe añadir que el “cosmopolitismo” fue un delito gravísimo contemplado en el código penal soviético, particularmente en la etapa estalinista, considerado trasunto de espionaje a favor de potencias extranjeras, de aburguesamiento y reaccionarismo. Ser tachado de “cosmopolita” era salvoconducto directo al “gulag”. Condena mínima: 10 años.
Tiempo atrás los propagandistas multiculturales pretendían tranquilizarnos, adobando nuestras conciencias con la dulzarrona píldora del buenismo, diciéndonos que aquí eso no pasaba, por favor, que los casos de ablación documentados obedecían siempre a un mismo esquema: las familias de la infeliz, en período vacacional (no sabía uno que el disfrute de permisos vacacionales estuviera reconocido en la economía sumergida), marchaban a sus países y aldeas de origen donde practicaban impunemente a las niñas esa monstruosa mutilación. Eso podía colar cuando el peso demográfico de las comunidades concernidas era mínimo, anecdótico. De entrada, es más cómodo y económico acordar y reunir entre los interesados la suma necesaria para pagar el billetaje aéreo a un matarife invitado a mantel y cuchillo (y “cuchilla”), que no desplazarse al África todos por separado. Pero cuando el umbral de población es suficiente, es factible disponer de un “especialista” propio para dar cumplimiento, in situ, a tan espeluznante ritual. Es una cuestión de escalas demográficas… y de subir el volumen de la música por no incomodar al vecindario con una supuesta fiesta de “cumpleaños”. Estas cosas se sustancian, pues, en función de una mecánica proporcional, numérica.
Esto que sigue sucede de igual manera. He sabido de muy buena tinta (no revelaré mis fuentes por no causar daño a persona cercana) que en al menos un colegio público del área metropolitana de Barcelona, dónde si no, todos los niños suscritos al servicio de comedor disfrutan por igual de las virtudes alimenticias de la carne llamada “halal”, es decir, aquella en que el animal es sacrificado por degüello y desangrado hasta la muerte con la cabeza orientada a La Meca. La explicación es bien sencilla. Cuando son pocos los alumnos de familias musulmanas, la mayoría becadas por el municipio, esto es, favorecidas con importantes subvenciones por alumno y comida diaria, es fácil satisfacer sus proscripciones religiosas en el ámbito nutricional mediante la confección de menús alternativos (eliminación de la carne de cerdo) aun cuando la carne sustituta no haya sido manipulada conforme a los procedimientos sancionados por la costumbre islámica. Pero cuando crece su número, la cosa cambia. Ya no es suficiente con sustituir cerdo por ternera, pollo o pescado. “Ahora somos muchos, estamos organizados y queremos para nuestros niños comida “halal”, pues tenemos el mismo derecho que los demás”. Y aquí reside el problema. Iba a decir “estalla” la fricción, pero no es así porque no hay fricción alguna. El asunto se zanja mediante la renuncia incondicional de la sociedad receptora, si en ésta priman los valores y dejes globalistas al uso.
Las pequeñas empresas que gestionan los servicios extraescolares, a menudo en régimen de cooperativa, sea el caso del comedor, no pueden permitirse el lujo de duplicar pedidos, líneas de proveedores, ni pueden proceder en cocinas a la separación de elaboraciones en función de las singularidades religiosas del alumnado. Por ello se impone la economía de medios, de personal, y se opta por la solución más inmediata y directa: comida “halal” para todos. Complicaciones, las mínimas. Total, los chicos no la diferencian, el paladar por fino que sea no da para tanto, y los padres no musulmanes no tienen por qué saberlo. Y se opera un balsámico intercambio cultural: “nosotros adoptamos vuestra comida y vosotros aprendéis (es un decir) a multiplicar en catalán”… y aquí paz y después gloria. Basta con guardar el secreto. Lo que pasa en cocina, en la cocina queda. Como en Las Vegas. Y, a buen seguro, a un elevado porcentaje de los padres autóctonos se les da una higa de todo eso mientras Lamine Yamal marque goles y Pedro Sánchez aguante el chaparrón. Por el estómago, es fama, también se conquista a la gente. Que con los corderos ya hacemos camino, y esos saberes, más adelante, pueden aplicarse a otras ganaderías. Buen provecho.
Javier Toledano | escritor
2 comentarios en «Jalar halal | Javier Toledano»
Insisto: es mucho más peligrosa la Progredumbre que la Inmigración (que también lo es, y mucho, desde luego)
completamente de acuerdo, don Rafael… sólo que progredumbre e inmigración ilegal (contra la legal y si es compatible con nuestro «estilo de vida» y valores civilizatorios, por decirlo así, aunque esto último también anda en riesgo especialmente, nada tengo) van de la mano, forman una simbiosis dañina… eso me gustaría enfatizar en un próximo artículo, si hay ocasión)…