Incompetencias básicas | Damià Bardera

«Incompetencias básicas» es la crónica de un disparate educativo, un testimonio directo y honesto sobre qué está fallando en nuestras escuelas.

El profesor Damià Bardera ofrece un relato incisivo sobre las profundas carencias de un sistema educativo que, esencialmente, ha perdido el rumbo. A medio camino entre la narración, el ensayo y el diario personal, este trabajo que presentamos recoge el testimonio de un profesor de secundaria comprometido con el valor del conocimiento, que desenmascara, con humanidad y un afilado humor, las deficiencias, la retórica y las trampas de un sistema educativo inoperante, sostenido en la autocomplacencia y el engaño. ¿Por qué la prensa habla de «la gran renuncia docente»? La respuesta: alumnos desorientados e impertinentes, padres que eluden sus responsabilidades, docentes desmotivados y sin vocación.

El prólogo es del escritor, historiador y articulista Xavier Díez, y el epílogo es del filósofo, pedagogo y ensayista Gregorio Luri.

Señala que los planteamientos de Bardera han causado alarmas y críticas, «pero no se ha debido tanto a lo que dice como a la enorme audiencia que no ha entendido lo que dice. Si este libro hubiese sido un fracaso de ventas, nadie se hubiera rasgado las vestiduras. Pero ha sido un éxito y esto es lo que duele, porque sus ventas han sido interpretadas como una afrenta por personas que, guiadas, sin duda, por las mejores intenciones (pero no sé si con un derroche de sentido común), pusieron en marcha un manifiesto titulado «Por un debate educativo responsable y respetuoso». El obvio malestar docente algo tiene que ver con la sustitución del currículo que se proponía ofrecer a los alumnos conocimientos sobre el mundo por un currículo sin estructura clara que parece preocupado sobre todo por proporcionar a los alumnos conocimientos vagos sobre sí mismos.

Este desconcierto docente es fruto de un conjunto de factores, como la tecnocracia, la postergación del humanismo, con la idea de que la escuela ya no hay suficiente, o «lo que Salamanca no da, el mercado lo garantiza», con la inflación de las calificaciones y la disminución de los conocimientos, y con la singular racionalidad pedagógica.  No importa lo elevadas que sean las intenciones de una ley educativa, lo evidente es que es más fácil aprobarla en el Parlamento que aplicarla en las aulas. Para aprobarla basta con la mayoría de los votos, para aplicarla es imprescindible la aquiescencia activa de los implicados en su puesta en marcha. Como se dará cuenta el lector, sin la complicidad de los docentes toda ley educativa es un brindis al sol.

Este testimonio del autor es significativo: «Cuando hace casi diez años decidí ser profesor de secundaria — en la especialidad de filosofía, ya era consciente de que el sistema educativo del país no funcionaba muy bien. Estaba al corriente de todo porque tenía conocidos que me informaban con detalle y honestidad. La inmensa mayoría de los que trabajaban en secundaria me recomendaban que no hiciera de profesor, que buscara una alternativa, y me ofrecían un amplio abanico de argumentos. Sin embargo, en ese momento, no sé si por idealismo bobo o sencillamente porque siempre me ha gustado dar y recibir clases, no los escuché y me lancé. Quizá pensaba, ¡alma de cántaro!, que el sistema, el omnipresente sistema, se podía enderezar desde dentro con buena disposición y buena voluntad. O quizá en ese momento me sentía en deuda con esa cosa tan etérea que llamamos sociedad, porque después de haber estudiado en una universidad pública y de haber podido hacer el doctorado con una beca también pública, quería que mis conocimientos — fueran muchos o pocos— prestaran algún servicio a la comunidad, más allá del servicio que me hacían a título individual como escritor, como ciudadano y como persona.

Así pues, tras años y años 8 chocando con el sistema para intentar — ¡oh, sorpresa!— hacer de profesor, para intentar que mis alumnos aprendan algo sustancial — me refiero a contenidos que vayan más allá de la educación emocional, las pantallitas y los bloques de plastilina—, me doy cuenta de que quizá tienen razón aquellos que, adictos a los percales emocionales del alumnado e incapaces de leer ningún libro — aunque después promuevan y promocionen la lectura entre los alumnos—, me dicen que la secundaria no es mi lugar (¿y cuál es, pues?), que la educación ha cambiado mucho y que los alumnos de ahora no desean lo que yo puedo ofrecerles. Pero no es cierto que los alumnos no quieran clases intelectual y artísticamente estimulantes, al menos la inmensa mayoría de los que yo he conocido. Es importante no insultar su inteligencia, no subestimarlos, no infantilizarlos, exigirles un buen rendimiento académico desde la coherencia y la honestidad».

A lo largo de treinta sencillas reflexiones, en apenas 100 páginas, Bardera nos abre las puertas de una clase de instituto para entender el triste devenir de la educación en España. Con humanidad y un afilado humor, «Incompetencias básicas» desenmascara las deficiencias, la retórica y las trampas de un modelo que está fracasando en su tarea más esencial: formar ciudadanos críticos y competentes. Y lo hace señalando en todas direcciones, desde la indefensión que sufren muchos docentes hasta las trampas detrás de algunas bajas laborales, pasando por la falta de iniciativa de los alumnos o las contradicciones de unas autoridades educativas mediocres y negligentes.

Ficha técnica:

Incompetencias básicas
Damià Bardera
Editorial Península
134 páginas

@barderadamia
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