Hacia la rendición | Francisco Gilet

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El fin lógico de la guerra defensiva es la rendición”. Así se expresaba Napoleón ante las voces que le reclamaban pasividad y no estrategia ofensiva. Y, posiblemente, de la lectura de los miles y miles de comentarios que se insertan en los digitales, se pueda colegir que, el pueblo llano, y no llano, no desea una guerra defensiva, sino ofensiva por parte de las fuerzas que no conforman el gobierno de España. La sensación que surge de actos, firmas, imágenes, no significa un esfuerzo en la defensa de derechos y libertades, ni en el amparo que implica la división de poderes, ni en la frenética lucha contra el nepotismo más impresentable que jamás se ha contemplado en nuestra historia, desde el duque de Lerma.

Es preciso que surjan las ideas que den soporte a la feroz crítica de las sentencias del TC que, sin competencia jurisdiccional, enmiendan la plana a todo un TS y a TSJ autonómicos. Es inaudito contemplar cómo se está implantado la teoría de que “el crédito nunca delinque”, ya que, los actos condenados como malversación, fueron realizados al amparo de una ley. Una ley presupuestaria que, precisamente, estaba configurada para recoger la partida de esos fondos destinados a ayudas sociolaborales, sin justificación alguna. Ayudas que no eran sino sobornos para conseguir votos, con los cuales continuar ostentando el poder, al más puro estilo caciquil de siglos pasados. El señorito era el propio gobierno socialista y el cliente era todo un entramado social que asumía corresponder a la prebenda con su voto.

La respuesta a tal ocupación del poder judicial debiera ser contundente, sin contemplación alguna, al darse por supuesto que, los votos que dan validez a tal usurpación de funciones han sido preestablecidos con la instalación de hombres y mujeres sumisos al ejecutivo. Desde el momento en que se habla de jueces, magistrados, progresistas y conservadores, no cabe hablar de equidad en sus resoluciones. No aplican la ley, sino que cumplen con el encargo recibido, dando cabal respuesta al mismo con sus razonamientos prefabricados para el objetivo fijado.

Envolviendo todo ello, se percibe un aura de prepotencia superior a todo cuanto pueda rodear a los personajes. A ninguno de ellos les importa la impresión de abuso que impregna sus actos, para ellos no hay más religión que hacer uso del poder discriminadamente.

Un ejemplo diáfano lo hallamos en la petición de la esposa del presidente, solicitando no ser grabada por las cámaras durante su declaración como investigada. Con todo desparpajo alude a su “relevancia pública”, como excusa para su solicitud al juez instructor. Ella y su letrado defensor se anteponen a cuanto político o no político haya tenido que comparecer en sede judicial, asumiendo que su imagen sea captada durante toda su declaración e incluso durante todo el juicio. Y su “relevancia” era tan superior como ser descendiente de toda una dinastía real, que se remonta al siglo XVIII. Y no solicitó trato de favor alguno y soportó cuanta descalificación provocó en el personal. En estos momentos, no se conoce la decisión del instructor, pero…, cuesta creer que la acepte saltándose el principio de igualdad ante la ley de todos los españoles. Aunque, no sería la primera vez que tal salto se produjese.

Todo es posible dada esa prepotencia propia de la progresía, es decir del social comunismo. No tienen tope alguno cuando se trata de echar las culpas a los demás. La ministra de Igualdad, histérica, para tratamiento, ha sido capaz de inculpar a la “globalización androcéntrica”, que, según ella, venimos arrastrando desde hace 10.000 años. Y se queda tan tranquila, sin inmutarse. Como tampoco se inmuta la oposición.

Ella a la defensiva, a no darse a conocer en profundidad, a mantenerse entre dos aguas, como si tuviese el techo de cristal. Está contemplando como desde el gobierno se han colonizado todas las instituciones, empresas, poderes, agencias; se ha incrementado el número de empleados públicos, aumentado la deuda pública, agrandado la presión fiscal, elevado el número de parados, contemplado el desgobierno con la migración, aceptado cómo se gobierna por Decreto, sin embargo, no se levanta el grupo parlamentario de sus escaños para desacreditar y denunciar todo ello.

Hay demasiados silencios, demasiadas sonrisas, demasiadas contemplaciones y poca ofensiva más allá de la dialéctica. O se confrontan ideologías en forma clara, valiente, o se pierde el relato. Es más, cabe la pregunta de si alguien está meditando acerca de la idoneidad jurídica de los indultos emitidos por el TC, ante la posibilidad de carecer de amparo legal. Posiblemente ello sería una guerra ofensiva, conveniente.

Sin embargo, semeja que están más cómodos en la rendición que en el ataque en defensa de los derechos de todos los españoles. Está conducta no nos es extraña, ya la vivió España pronto hará cien años.

Su preocupación por ser descalificada de demócrata, la conduce a ser vencida en el discurso. La valentía se esconde hasta el punto de presumirse que puede ser inexistente. Es preciso abandonar esa “guerra defensiva” para no ir caminando hacia la rendición. Y tal vía, a estas alturas, da la impresión de no ser ya demasiado larga.

Francisco Gilet | Colaborador de Enraizados.

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2 comentarios en «Hacia la rendición | Francisco Gilet»

  1. Me gusta su artículo Francisco Gilet.

    Es asombroso como todo el gobierno en pleno, aguanta carros y carretas, aplaudiendo como focas, todas y cada una de las atrocidades de estos sátrapas que nos llevan a un mundo negro y sin ningún tipo de miras.

    Está claro que su huida es hacia delante, no pueden dar su brazo a torcer, hasta que la propia justicia les sacuda con su martillo de madera.

    No les tengo ninguna lástima, porque todos sabemos el destino que tiene la pareja de moda, Caribe y lujos sin fin…

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    • Comparto contigo todo lo que dices, incluso aquellas cosas que se pueden leer entrelíneas.
      Muy acertado el comentario sobre las sonrisas, silencios y contemplaciones. En ellos no falta alguna institución que, por su implantación en España y su, por lo menos, posible poder de intervención debería mostrarse más beligerante y menos condescendiente

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