La felicidad por decreto será una realidad tangible si se repite el gobierno de coalición PSOE–Sumar (es decir, Podemos y los particularismos separatistas de inspiración golpista y/o filoterrorista al estilo ERC y Bildu/ Batasuna). En efecto, Yolanda Díaz (la misma que dejó en la estacada a Beiras, aquella especie de irascible ogro valleinclanesco del BNG, pronúnciese be-ene-gé) ha incorporado a su programa electoral la consecución de la felicidad a partir del consumo responsable y de otras pampiroladas similares. Aunque de primeras parece, y lo es, una auténtica majadería, no es nada nuevo. Se trata de la rancia propensión de los comunistas a erigir en vida presente el paraíso felicísimo. El mecanismo siempre ha sido el mismo: “La felicidad con sangre entra”, aun contra tu voluntad, lo mismo con el tiro en la nuca en la Lubianka moscovita, que con la tortura en las celdas psicodélicas diseñadas por Laurencic, o en el Gulag y en el Laogai chino, o con el hombre nuevo polpotiano condenado de por vida a doblar el espinazo en el arrozal impelido por afilada bayoneta merodeando su trasero.
La felicidad era obligatoria en el paraíso socialista de los trabajadores. Y el que no lo era, pasaba directamente a la categoría híbrida de elemento a “reeducar”, bien como disidente, bien como “enfermo social”, siempre que hubiese superado la primera criba (la primera pantalla, que dicen): el asesinato político por peligroso contrarrevolucionario. La terapia: medicación psiquiátrica y trabajo forzado. “¿Cómo es posible que Menganito no sea feliz bajo la providente tutela del Partido?”. Derivada actual de esa cosmovisión totalitaria es la facilidad de los “progres” para recetarte, si no piensas como ellos, si manifiestas alguna resistencia a su modo de gestionar la connivencia, unos pildorazos ansiolíticos que son mano de santo para embridar tus pulsiones levantiscas. “Este sujeto sospechoso va de verso suelto en medio del silente y adocenado colectivo… ¿Qué se habrá creído?… Mira que nos amotina el rebaño”.
Como todo el mundo es feliz, no hay lugar para desviaciones psicóticas. Es lo que el ortodoxo comisario del Partido le dice al agente que investiga los más de 50 asesinatos perpetrados por el tristemente célebre “carnicero de Rostov”, Andrei Chikatilo, en la película “Citizen X”, que recrea aquel caso espeluznante: “No puede ser obra (la descomunal matanza) de un asesino en serie, pues en la Unión Soviética no existen ese tipo de criminales… esas conductas perversas son propias del Occidente corrupto, pero aquí no se conocen. Busque usted a 50 asesinos diferentes”. Es decir, el edénico socialismo no puede “engendrar” monstruos de ese calibre. Allí los asesinos en serie tipo Charles Manson o Ted Bundy no harán carrera, pero acaso sí los de masas, liderados por Stalin, Mao, la dinastía Kim y Pol Pot, junto a otros diablillos menores como los Castro o Mengistu. Ni dar lugar a suicidios, que no constaban, “suicidios cero”, en los registros oficiales, sea el caso de ”La vida de los otros”, extraordinaria película sobre las sofisticadas artimañas de la Stasi para huronear en la vida de la gente del común con motivo del inopinado suicidio de un dramaturgo.
La felicidad como obligación, no como proyecto de vida individual, sino a través, por así decir, de la cartilla de racionamiento. Y pensando especialmente en los jóvenes: 400 € anuales para gastar en videojuegos y conciertos de rap. Y, cómo no, la nadería de 20.000 € al cumplir la mayoría de edad. Ya puestos a endeudar a las generaciones venideras para los restos, podrían haberse estirado un poco más y atizarles 40.000, billete sobre billete, pero menos da una piedra. Pasamos de curso con más suspensos que asignaturas. La selectividad, tirada. Las carreras universitarias, devaluadas. La exigencia y el esfuerzo pasan a considerarse conceptos antediluvianos, cavernícolas, invocados exclusivamente por la reacción. Y para los mayores, dos euros, una baratura, por sesión cinematográfica con cargo a los PGE, siempre y cuando la peli sea de Almodóvar o de algún otro cineasta de la misma cuerda (casi todos). Y, por último, una vez allanado el camino, y ya sin ambages, la felicidad por decreto. Y todo ello salpimentado con la recurrente fantasía del desayuno en la cama.
Quieren entrar en tu vida y colonizarla, como aquellas réplicas humanoides y aulladoras de “La invasión de los ultracuerpos”. Es lo que tiene la ingeniería de almas: quieren saberlo todo de ti, controlar hasta el último de tus movimientos. Por bemoles has de ser feliz, pero eso de ti no ha de depender. Se meterán en tu despensa y cocina y dirán qué has de comer y qué no, y ya puedes tachar las carnes rojas de la lista de la compra por consejo de Alberto Garzón, una de las mayores nulidades ministeriales de nuestra Historia, pues están reñidas, entre el consumo de agua (las vacas tienen sed) y las flatulencias liberadas por las reses a la atmosfera, con las exigencias ineludibles de la agenda 2030. Y de la cocina, pasan al dormitorio, si es menester, para decirte con quién has de tener relaciones íntimas y cómo. Y de sólo pensarlo a uno le entran, como al gran Bambino en “Miedo, tengo miedo”, temblores de agonía.
Quieren que vivas tu vida a través de sus consignas, de sus colas ante el economato para retirar el bote semanal de lentejas a cambio de tu lealtad electoral, claro es. Que no la vivas por ti mismo y por tu cuenta, si no a cuenta suya, de ayuditas, paguitas y subvenciones sufragadas vía exacción impositiva a los contribuyentes. Tú ya no eres el protagonista de tu propia vida… eso es lo peor que se le puede decir a una persona, joven o no tanto, a poco que ame la libertad, el libre albedrío. Quien acepta ese chantaje deviene directamente un viviente cesante, un “vivo discontinuo”, como tantos muertos de la pandemia que aún no han sido contabilizados, o como esos fijos discontinuos que distorsionan escandalosamente las cifras del paro, que estadísticamente no son desempleados, pero no tienen empleo conocido.
Vive tu vida, para bien y para mal. No dejes que esos zánganos manejen las riendas de tu destino y te lleven siempre de la mano. Ah, felicità, canta el gran Lucio Dalla, su quale treno della notte viaggerai?… No adoptes, como decía Jean Cau, después de mandar a freír espárragos a Sartre y compañía, el paso del cangrejo y la sonrisa babosa del ilota. Y sé digno de ser libre.
(Javier Toledano | Escritor)