Aquí no se echa cuentas del acentuado sesgo izquierdista de la mayoría de los medios de comunicación, de la pésima campaña electoral del PP (Guardiola, Bendodo o el propio Feijóo/ “Feijoy”) dándole estopa todo el santo día a Vox en lugar de centrarse en Pedro Sánchez y sus infamantes pactos de legislatura con los golpistas de ERC y los filoterroristas de Bildu/ Batasuna, o del nivelazo de un amplio segmento del paisanaje (con estos bueyes hay que arar)… lo cierto es que, tras las elecciones generales celebradas en plena canícula estival, el destino de España está en manos del prófugo Puigdemont. Es decir, de uno de los españoles que más odia a España… transido de un odio visceral, atrabiliario, sólo al alcance, en intensidad, de Josep Lluis Alay, uno de sus más estrechos colaboradores y embajador plenipotenciario del separatismo ante Putin, de su amigo Jaume Asens, nombrado por Yolanda Díaz enlace con Waterloo, o del incalificable Gerardo Pisarello. Hay más odiadores, legiones enteras, pero estos cuatro rompen la pana.
El golpista Puigdemont huyó de España, tras la fugaz proclamación independentista, en el maletero de un coche, acaso en recuerdo de aquella otra cimera hazaña, octubre de 1934, cuando Dencás y compañía tomaron las de Villadiego por el alcantarillado del palacio de la Generalidad. Y regresará en breve en el Falcon Force One de Pedro Sánchez, y será recibido con honores de estadista, alfombra roja, y bajo palio ceremonial que portará entusiasmado Joan Planellas, actual arzobispo de Tarragona, y en tareas de subalterna mayordomía el untuoso monseñor Argüello, siempre dispuesto a deslizarse peritamente por torrenteras de babas. Del indulto, aun no siendo atribución directa, se encargará Conde-Pumpido, tras sacudirse la toga “del polvo del camino”. La suya, polvorienta y al copo de manchurrones, camina sola. En resumidas cuentas, asistiremos a ese “final feliz” para Puigdemont que semanas atrás solicitaba Iceta insistentemente (un señor que “por una sonrisa del destino” ha llegado a ministro), aunque no especificó el dirigente socialista si él mismo se postulará para procurárselo.
El fuyente operativo de Puigdemont, dicen, fue cosa de su abogado y amigo Gonzalo Boye, implicado hace años en el secuestro del empresario Emiliano Revilla, siendo por ello condenado a prisión. Que es abogado también del rapero Valtònic y del asesino Rodrigo Lanza, nieto de un ministro de Pinochet. Lo mejor de cada casa. De Puigdemont, advirtió tiempo atrás alguien de su séquito que estaba desquiciado, que había perdido la chaveta a causa de su prolongada estancia en el casoplón de Waterloo, que veía fantasmas y temía que agentes infiltrados del CNI le envenenaran la comida. Y es que, de un tiempo a esta parte, abundan las infiltraciones policiales en las organizaciones más radicales del separatismo catalán, aunque no tan heroicas como aquella de Miguel Lejarza, El Lobo, para desarticular la cúpula de ETA (años 70). La nueva modalidad “infiltradora” consiste, ni más ni menos, en el viejo truco de seducir al espiado y encamarse con él. Infiltración anatómica total. Los damnificados truecan la habitual divisa de la “brutalidad policial” por la de la “policial dulzura” que, en su opinión, constituye también tortura, bien que “emocional”. Habrían de saber los denunciantes, dicho popular, que en el amor y en la guerra todo vale.
Lo cierto es que el “ido” de Puigdemont (ido porque se fue) ha resucitado políticamente y es el hombre del momento. Lo que era todo guasa, tórnase ahora complicidad con el personaje. No hay tutía, éste es el estado de ignominia y de postración a que ha llegado España. Es duro admitirlo, pero sólo cuando nos enfrentamos cara a cara a un problema grave, podemos solucionarlo. Se pierden, es de cajón, las batallas que no se dan. Para “camelarse” al interfecto, Yolanda Díaz, esa señora que no sabe contar parados, pero sí esconderlos bajo fórmulas imaginativas (fijos discontinuos y “no parados en busca de empleo”), defiende entusiasmada la utilización de lenguas regionales (incluidos bable y silbo gomero) en el Congreso de los Diputados, traductores y pinganillos, cuando la misma aplaude con las orejas que en Cataluña o en Galicia los padres no puedan escolarizar a sus hijos en español. Otro guiño la mar de tentador es la promesa de una “nueva financiación autonómica”, que es la fórmula empleada para designar una generosa condonación de la deuda regional que habrá de transferirse por artificio contable a todos los españoles. Asimismo, Puigdemont le pide a su anfitrión que el gobierno central interfiera en la fiscalidad diseñada para Madrid por Ayuso, que eso de que la doña atraiga tantas inversiones es jugar con ventaja.
No veremos tales cosas, afirmarán algunos (la llegada triunfal de Puigdemont en Falcon y su entrada por la sala de autoridades de Barajas, escoltado por pretorianos y rodeado de una nube de periodistas), pero yo digo que convendría, que nos iría al pelo, pues acaso de las humillaciones colectivas más sangrantes surgirá la catarsis que necesitamos urgentemente. No debemos fingir no ver la patética astracanada que se representa ante nuestras narices. Otras generaciones vivieron, y otras vivirán, tragedias espantosas. Ésta es la nuestra, pues nos sucede en vida. La ruina, sobre todo moral, de España no es culpa de quienes la odian, que hacen bien su trabajo y no descansan. Acaso de quienes la amamos, pues no lo hacemos lo suficiente, o con inteligencia.
No hemos tenido bastante con no saber combatir a quienes, de matar sacaron provecho. Dicen los sicofantes gubernamentales, y otras tibias y blandengues comparsas, que los malos, matando no consiguieron nada, y que si obtienen algún beneficio hoy es porque dejaron de hacerlo. Es un burdo enmascaramiento de la realidad, pues para dejar de matar es preciso apretar el gatillo primero. Sólo Otegui es, por imbéciles y traidorzuelos, blanqueado y agasajado con los laureles, pífanos y tambores, de la “hombría de paz”, cuando fue “hombre de terror”. Los que siempre fueron hombres de paz no merecen, al parecer, tan honorable distinción. Si Batasuna (hoy Bildu) jamás hubiera respaldado los atentados criminales de ETA, probablemente no tendría ni tan amplio respaldo electoral, ni la trascendencia política que le confieren sus aliados en este drama horripilante. Camino llevamos de replicar con exactitud ese modelo deleznable, esta vez con golpistas como Puigdemont y su gente.
Javier Toledano| Escritor