La política exterior de Pedro Sánchez está llevando a España a una posición de preocupante sumisión frente a Marruecos. Cada decisión reciente refuerza una relación de desigualdad que no solo perjudica nuestros intereses nacionales, sino que amenaza con convertirnos en un socio débil, subordinado al reino alauí. Un vasallo.
El último capítulo de esta historia se encuentra en la próxima apertura de las aduanas de Ceuta y Melilla bajo, al parecer, las condiciones impuestas por Rabat. Tres años de negociaciones va a culminar en un acuerdo que deja en manos de Marruecos la determinación de qué productos podrán cruzar estas fronteras. España, en cambio, se limita a aceptar los dictámenes de un vecino que no ha dudado en priorizar sus propios intereses.
Este episodio no es un caso aislado, sino la continuación de un patrón que cuestiona seriamente las prioridades del Gobierno de Sánchez. Desde el espionaje a su teléfono móvil mediante el software Pegasus, cuyas sospechas recaen sobre Marruecos, hasta el escandaloso cambio de postura sobre el Sáhara Occidental, el presidente español ha tomado decisiones que sistemáticamente benefician a Rabat.
El giro unilateral respecto al Sáhara, en el que Sánchez, de manera unilateral y sin consultar al Parlamento, respaldó la propuesta marroquí de convertir el territorio en una autonomía bajo su soberanía, fue una traición a décadas de política exterior española. Más grave aún, esta decisión, tomada sin consultar al Parlamento, supuso un golpe a nuestras relaciones con Argelia, un socio estratégico en materia energética.
A esta lista de concesiones se suma el bochornoso desaire sufrido en la Reunión de Alto Nivel de febrero de 2023 en Rabat, donde Mohamed VI decidió ausentarse mientras Sánchez y su delegación de ministros esperaban. Pese a esta humillación, el Gobierno español no solo no reaccionó, sino que continuó reforzando su relación con Marruecos.
La candidatura conjunta para el Mundial de Fútbol de 2030 fue otro gesto que evidencia la pérdida de liderazgo de España. Lo que debía ser un proyecto ibérico terminó siendo una herramienta para legitimar a Marruecos como socio privilegiado. Sánchez, lejos de defender los intereses españoles, celebró la inclusión de Marruecos como un «mensaje positivo».
El colmo llegó en diciembre de 2024, cuando Sánchez organizó una cumbre de la Internacional Socialista en Rabat, desde donde atacó a la derecha política mundial pero evitó mencionar las restrictivas políticas democráticas del régimen marroquí.
Esta preocupante cadena de actos evidencia que Sánchez no está gobernando con el objetivo de proteger los intereses de España. En cambio, está consolidando una relación en la que el reino alauí marca las pautas, mientras nuestra soberanía se erosiona día a día.
El futuro de nuestra nación no puede estar en manos de un presidente que actúa más como un delegado de Mohamed VI que como el representante de los españoles. La política exterior española necesita recuperar su dignidad y su firmeza, priorizando los intereses de nuestra nación por encima de los de cualquier potencia extranjera.
España no es, ni puede ser, el vasallo de Marruecos. Es hora de que el Gobierno tome medidas que restauren nuestra soberanía y refuercen nuestra posición en el ámbito internacional. Porque si seguimos este camino, no solo perderemos nuestro protagonismo, sino también el respeto que merecemos como nación.
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