La inteligencia artificial ha trazado un paralelismo inquietante: el entorno de Pedro Sánchez recuerda al de Silvio Berlusconi, el magnate italiano cuya carrera política estuvo marcada por escándalos de corrupción.
La IA no miente ni exagera; simplemente analiza patrones. Y los datos son demoledores: nunca en la historia reciente de Occidente un presidente del Gobierno ha tenido a su esposa, su hermano, su secretario general y su fiscal general señalados por presuntos casos de corrupción. Este escenario, insólito en democracias consolidadas, sitúa a España en un peligroso precedente.
Begoña Gómez, su esposa; José Luis Ábalos, su número 2 y su ministro de confianza; Álvaro García Ortiz, su fiscal general y por ahora el último, David Sánchez, su hermano. Estos no son casos aislados, sino un patrón que refleja un sistema donde el poder se entrelaza con el abuso. Ni en Italia, ni en Francia, ni en Alemania encontramos un caso equiparable.
Lo más alarmante es la actitud de Sánchez. Lejos de asumir responsabilidades o dimitir, redobla su apuesta por controlar las instituciones. Desde el Consejo General del Poder Judicial hasta los medios públicos, su estrategia parece clara: consolidar un poder absoluto a costa de la democracia. Los españoles deben despertar ante esta deriva.
No se trata ya de izquierdas o derechas, sino de preservar el Estado de derecho. Sánchez nos lleva a un cruce de caminos: o una dictadura sanchista que perpetúe el saqueo institucional, o su salida del poder para recuperar la decencia política. La sociedad no puede permanecer indiferente.
El deterioro institucional y la corrupción son hechos documentados que ponen en ridículo a España ante el mundo y, lo que es peor, nos han llevado a las puertas de un próximo régimen totalitario a la venezolana al que hay que combatir desesperadamente antes de que se implante definitivamente.
Alfonso P. Sanz | Jurista
