Parece que uno de los efectos colaterales del confinamiento prolongado por la pandemia de la COVID-19, ha sido un aumento de la tasa de suicidios en especial en los rangos de edad de los jóvenes. Se calcula que los intentos de suicidio y autolesión en jóvenes aumentaron un 250% durante la pandemia.
Una vez más el gobierno incumple sus compromisos y parece que esté más por la foto que por atender las necesidades de la población. Anuncia a bombo y platillo un teléfono contra el suicidio y resulta que no estará operativo hasta finales de mayo. Esta irresponsable acción gubernamental, puede estar en la base que muchas personas en esta dramática situación hayan llamado al 024, este es el número de teléfono gratuito de este servicio que no funciona, y se hayan visto abandonadas y frustradas.
El suicidio es la principal causa de muerte no natural entre jóvenes de 15 a 29 años, algo que no había ocurrido nunca, hasta el punto de que el Colegio Oficial de Psicología de Madrid lanza una advertencia y pide más medios ante esta «epidemia silenciosa».
Diversas organizaciones internacionales aseguran que los casos de suicidio durante la pandemia han aumentado por pérdida de empleo, dificultades económicas, el encierro y el distanciamiento social. La Organización Internacional del Trabajo ha constatado que la pandemia ha hecho que la mitad de los jóvenes de entre 18 y 29 años sufran depresión y ansiedad, y que el 20% de los trabajadores sanitarios la padezcan de igual manera.
El hecho de autolesionarse hasta la autolisis es una reacción que contraviene la que llamamos “Ley de la Conservación de la Vida”, donde todos los seres vivos, tienden a continuar existiendo y que se manifiesta de tres formas: La evolución biológica, la autoterapia y el imperativo vital.
Ante este hecho y estos datos, te propongo amable lector que revisemos brevemente desde la óptica de la psiquiatría-psicología que es el suicidio más allá de “es quitarse la vida” y ya.
El suicidio es un ejemplo donde los factores psicológicos, ambientales y genéticos parecen necesarios para que se dé el fenómeno suicida. Según datos de 2019 de la OMS, Cada año, cerca de 700.000 personas se quitan la vida y muchas más intentan hacerlo. Todos los casos son una tragedia que afecta a familias, comunidades, países y tienen efectos duraderos para los allegados de la víctima.
La Teoría Sociocultural que vendría representada por la obra “Suicide” de Émile Durkheim (1982), que recibe la influencia del pensamiento europeo predominante de la época (Adolphe Quatelet, 1842; Buckle, 1850). Durkheim considera que los hechos sociales deben ser estudiados como cosas, es decir, como realidades exteriores al individuo. De esta forma la tasa de suicidio no puede ser explicada por motivaciones individuales.
Es decir, no son los individuos los que se suicidan, sino la misma sociedad a través de ciertos individuos. Hipotetiza que todos los suicidios resultan de perturbaciones en la relación entre el individuo y la sociedad, y en base a ello establece cuatro formas de suicidio: el egoísta, el altruista, el anómico y el fatalista.
En cuanto a las Teorías Genéticas, los trabajos publicados se han movido en el continuo de descubrir si lo que se transmite es una herencia específica del suicidio o es la enfermedad mental. Varios estudios han señalado la asociación entre suicidio y depresión. Las explicaciones iniciales de las teorías genéticas intentan dar una interpretación en aquellos casos donde existían familias con alta incidencia de suicidios. Así, Roy (1983) y Tsuang (1983) encontraron riesgo significativamente más alto de suicidio en las familias de los pacientes depresivos y maniacos que habían cometido suicidio, que en los familiares de aquellos que no lo habían cometido.
Teorías psiquiátricas y psicológicas del suicidio: Con la aparición del psicoanálisis, Freud relaciona el suicidio en el contexto del instinto de muerte y su relación con el instinto sexual o de vida y lo cataloga como un acto individual y único. Otros autores psicoanalíticos, como Jung, Adler o Horney, profundizaron de manera diferente mientras Menninger en el año 1938, realiza aportaciones a los componentes del suicidio, refiriéndose al deseo de matar, al deseo de ser matado y al deseo de morir.
Al describir las innumerables teorías psicológicas del suicidio partimos, por clásica, de la teoría cognitiva de Beck. Expone que la sintomatología depresiva surge progresivamente de patrones cognitivos negativos y distorsionados, a través de lo que denomina la Tríada Cognitiva, en la que incluye: una visión negativa de sí mismo, tendencia a interpretar las experiencias de una forma y una visión negativas acerca del mundo. Las ideas de suicidio surgen como una expresión extrema de un deseo de escapar a problemas o situaciones que la persona concibe como intolerables, insostenibles e irresolubles. La persona puede llegar a verse a sí mismo como una carga inútil, por lo que piensa que lo mejor para todos y para sí mismo sería estar muerto. Aparece el concepto de desesperanza, que para el autor sería un sistema de esquemas cognitivos sobre expectativas negativas de futuro.
Actualmente la mayoría de las teorías psicológicas de la conducta suicida se basan en el modelo de estrés-diátesis, en profundizar como la diátesis o predisposición individual se activa por el estrés, por factores negativos que actúan sobre el individuo. Más recientemente, se han basado en modelos cognitivos y conductuales y otros modelos tienen su base de desarrollo en el campo de las emociones. Entendiendo la conducta suicida como un continuum desde la idea suicida hasta consumar la muerte, hoy en día las teorías psicológicas más recientes y de mayor repercusión en la investigación del suicidio se basan en la importancia de esta transición.
La atención del entorno del potencial suicida es vital a la hora de actuar y evitarlo. La persona que piensa suicidarse suele dar una serie de signos. Una alarma temprana puede significar que esta persona pueda derivarse a una atención especializada que lo evite.
Los signos que advierten sobre el suicidio o los pensamientos suicidas incluyen lo siguiente:
- Hablar acerca del suicidio, por ejemplo, con dichos como “me voy a suicidar”, “desearía estar muerto” o “desearía no haber nacido”
- Obtener los medios para quitarse la vida, por ejemplo, al comprar un arma o almacenar pastillas.
- Aislarse de la sociedad y querer estar solo.
- Tener cambios de humor, como euforia un día y desazón profunda el siguiente.
- Preocuparse por la muerte, por morir o por la violencia.
- Sentirse atrapado o sin esperanzas a causa de alguna situación
- Aumentar el consumo de drogas o bebidas alcohólicas.
- Cambiar la rutina normal, incluidos los patrones de alimentación y sueño.
- Hacer actividades arriesgadas o autodestructivas, como consumir drogas o conducir de manera negligente.
- Regalar las pertenencias o poner los asuntos personales en orden cuando no hay otra explicación lógica para hacerlo.
- Despedirse de las personas como si no se las fuera a ver de nuevo.
- Manifestar cambios de personalidad o sentirse extremadamente ansioso o agitado, en especial cuando se tienen algunos de los signos de advertencia que se mencionaron con anterioridad.
Los signos de advertencia no siempre son obvios y pueden cambiar de persona a persona. Algunos dejan en claro sus intenciones mientras que otros guardan en secreto sus pensamientos y sentimientos suicidas.
La consideración final es:
Los pensamientos suicidas no desaparecen por sí solos, así que de manera imperiosa y urgente hay que buscar ayuda especializada.