Enseñanzas de la dimisión de Casado | Luis Antequera

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La reciente crisis ocurrida en el PP deja para el observador político muchas lecciones y conclusiones que voy a intentar resumir en las siguientes líneas.

En primer lugar, Casado, que no da la impresión de lo que se llama “una mala persona”, había decidido jugar a ser el político más malo y con menos escrúpulos del panorama patrio, creyendo que podía ser el Sánchez del PP. Un comportamiento que ha exhibido en sobradas ocasiones, pero más que nunca, cuando durante la moción de censura propuesta por Vox adoptaba el lenguaje del más rancio rojerío para separarse del partido que proponía la moción, con afirmaciones y argumentos que nunca habrían sido esperables en un representante del PP, y que provocaron en la bancada de la izquierda una algarabía sin precedentes y atronadores aplausos que, de haber sido más listo, deberían haberle hecho pensar: “¡cuidado Pablo, algo no va bien!”, en lugar de henchirse en la autosatisfacción que tan a menudo produce al político “de derechas” el aplauso de la izquierda.

Lo segundo que ha venido a demostrarse es que aunque el PP no sea un partido de derechas, sino uno más de izquierdas de los muchos que asuelan el panorama patrio, con el rol claramente asignado de votar “no” a todas las leyes propuestas por el PSOE mientras se halla en la oposición, para una vez en el gobierno, mantenerlas sigilosamente, y dotarlas presupuestariamente con generosidad, se demuestra que el electorado supuestamente “de derechas” del PP sigue siendo algo más exigente que el del PSOE en lo relativo al comportamiento ético y estético de sus líderes en la arena de la política. Y así, la jugada zafia y grosera urdida por Casado para eliminar a la rival que él y sólo él se había inventado, -una jugada trufada de irregularidades, trampas y comportamientos rayanos en el delito, cuando no directamente delictuales-, no ha sido bien acogida por los suyos, que se han revuelto rabiosos contra él, exigiendo la asunción inmediata e implacable de responsabilidades.

Esto es tanto así que, en tercer lugar, llega a parecer, al final, que un hábil Sánchez, mucho más curtido que su homónimo del PP en las malas artes de la política y en el juego sucio, le hubiera tendido a Casado una trampa en la que éste ha caído con la candidez de un corderito.

En cuarto lugar, provoca hilaridad que tanto mirar hacia Ayuso, encelado como estaba el ínclito Casado en la persona de la líder madrileña, el que al final ha terminado removiéndole la silla no haya sido la rival que él mismo se había autoinventado, -todavía no se acierta a ver muy bien por qué-, sino justamente aquél al que tenía por su aliado: el inquietante Núñez Feijóo, en cuyo espejo se miraba sin decoro ni disimulo alguno, y con cuyo lenguaje y estrategia pretendía encaramarse a un Gobierno de la nación al que ya nunca se aupará por su torpeza.

En quinto lugar, y por último, la presidente de la Comunidad Madrileña se ha mostrado, -y van, como poco, dos veces-, como un auténtico “killer” de la política, con un instinto como tienen pocos otros políticos del escenario patrio, jugando sus cartas con una habilidad estratégica rayana en lo magistral. Algo que ya demostró cuando supo adelantarse, por minutos prácticamente, a la maniobra que pretendía dejarla fuera de juego con una moción de censura inverosímil, aprovechándola incluso para mejorar exponencialmente su posición. Pero que ha vuelto a demostrar ahora, en una situación aún más complicada, convirtiendo una crisis que estaba llamada a saltarle en la cara con calamitosas consecuencias, -una acusación de supuesta corrupción-, en el instrumento para eliminar del escenario a un rival que se había convertido en algo más que un molesto moscardón, y que directa e indisimuladamente, sólo se contentaba ya con la cabeza de su rival autoinventada convenientemente separada del tronco por la cerviz.

Enseñanzas de la presente crisis del PP.

Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

  Luis Antequera | Escritor

 

 

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