Cuento de Navidad: El pastor Zacarías | Herminia Esteso

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Los días eran cortos, y en invierno, las escarchas junto a la desnudez de los árboles, el olor a pan caliente y a dulces artesanos, alertaban a Eloísa, de que las Navidades se aproximaban a pasos agigantados.

¡Muy pronto pondremos el Nacimiento! comentó la madre de Eloísa en voz alta, la Navidad está al caer…

¡Qué bien mami! quiero ayudarte cómo cada año, dijo la niña dando un sonoro palmoteo.

A los pocos días, ya se notaban cambios en la casa. Había que hacer otra distribución de muebles porque, «el Nacimiento», debía ocupar un lugar preferente en el salón. Casi todos los muebles, cambiarían de lugar, y cajas precintadas, ya se amontonaban esperando abrirse de un momento a otro.

Aquí asomaban las piedritas, allí el papel para la decoración y el espumillón, y junto a las estrellas doradas, las pequeñas luces que, con su parpadeo, darían más tarde un toque mágico al Belén.

¿Dónde están las figuritas, mamá?, las estoy buscando y no las encuentro — comentó Eloísa con impaciencia.

Las encontraremos en su momento. Lo primero será preparar la decoración del Nacimiento. Las figuritas las pondremos al final de todo, así pues… ¡no tengas prisa en encontrarlas! -replicó la madre.

Es que estoy impaciente por verlas – insistió la niña – ¿recuerdas mamá, la familia de gallos y de ovejas? Escucha mami – repetía con insistencia la niña – ¿Pondremos también a Herodes?

¡Sí hija! – respondió la madre, dando un suspiro. A Herodes, no se le olvida en El Nacimiento. Él nos recuerda que también por aquellos años, la ambición por el poder era capaz de cometer grandes injusticias.

Mamá – dijo Eloísa – ¿sabes qué personajes son los que más me gustan? Pues mira, son los pastores a los que el Niño siempre dio sus preferencias por ser los mejores.

Los pastores, querida Eloísa , representan al pueblo llano y sencillo de entonces y de ahora, y es que la sencillez, hija mía, es un bien escaso que a veces no se encuentra ni con lupa.

Mamá, si los pastores desaparecieran de Los Nacimientos, ¿Qué personajes pondríamos en su lugar?, preguntó con curiosidad la pequeña.

Mira hija, acércame esa caja con tierra y musgo que ya es hora de comenzar a poner El Nacimiento.

Eloísa , obedeció a su madre y con paciencia e ilusión, fueron componiendo y ambientando los diferentes lugares:

Por aquí, pondremos las montañas, por allí el río, en este lugar el aprisco y en aquella llanura, pondremos a los pastores con sus ovejas y… ¡cómo siempre! el mejor lugar lo dejaremos para colocar el Portal de Belén con La Virgen, San José y el Niño.

¿El buey y la mula también son protagonistas? – preguntó Eloísa .

Pues mira… ¡sí que lo son! Ellos son los eternos olvidados. Los sin nombre. Seguramente que ayudaron en el trabajo a sus dueños y luego… se quedarían en la Cueva de Belén, esperando que pasaran a recogerlos, pero ya sabes que eso no ocurrió, y… ¡mira por dónde en aquella «noche mágica» ambientaron la Cueva de Belén, dando calor, con sus vahídos al Niño, recién nacido.

Mamá mira, aquí están las figuritas…el pastor, la lavandera, el ángel anunciador… ¡todas, todas, están aquí en esta caja! – dijo Eloísa con entusiasmo.

Espera un poco. Ya te las pediré poco a poco -comentó la madre un poco enfadada-. Cada vez, Eloísa iba revolviendo con más nerviosismo las figurillas del ansiado Nacimiento.

Estaba impaciente, por colocar las figuras entrañables de El Nacimiento que, recordaba a todos que había llegado La Navidad.

Al fin, llegó el momento tan esperado: el de terminar de colocar y casi dar vida a todas las figuritas. Primero «El Misterio», después los pastores, por aquí las lavanderas… muy lejanos los Reyes Magos, y allá en lo alto de la montaña y en un lugar elevado y distante… ¡el castillo de Herodes!

Mira mami, dijo Eloísa… ¡aquí está el pastor Zacarías! pobre pastor, como cada año sigue llevando su carga de leña, a pesar de estar manco de una mano y con la pierna rota.

¡Trae Eloísa , a Zacarías! lo pondremos aquí detrás, escondido para que no se vea. El pobre… ¡está hecho una pena! Es la única figurilla que conservo de cuando yo era niña, y alguna vez… ¡hasta me han dado ganas de tirarla!

¡Oh, no mamá, de eso nada! Zacarías es muy bueno, aunque le falte el brazo y la pierna… dime mami, ¿y por qué no lo pones andando por este camino que va hacia el Portal?, comentó la niña.

Pero… ¿Qué dices Eloísa ? ¿Cómo vamos a poner esa figurita tan cochambrosa en el sitio que más se ve? A veces, hija mía, me sorprende tu falta de lógica…

Y como dijo la mamá, a Zacarías se le ocultó en el valle detrás de unos matorrales que estaban junto al río.

El Nacimiento quedó precioso…, pero, cuando llegó la noche y antes de irse a dormir, Eloísa pasó de nuevo junto al Belén para contemplarlo.

La habitación estaba en silencio y a la niña, le pareció escuchar unos sollozos que venían de algún lugar.

Puso atención y siguió escuchando:

– ¡Qué raro, es cómo si alguien llorara! pero ¿quién va a llorar? Todas las figurillas están felices porque están celebrando el Nacimiento del Niño Jesús.

Siguió observando la representación muda del Nacimiento y de nuevo, escuchó unos sollozos contenidos.

– Pues si no me equivoco, alguien está llorando de verdad, dijo Eloísa en voz baja, ¿será el Niño?, pero no, el Niño sonríe y La Virgen también. Los pastores tocan la flauta y aquellos están bailando… ¿Quién podrá ser? ¡Ah, ya sé! es Herodes que ha dejado de ser malo…

Pero no, Herodes seguía con su brazo extendido ordenando que los soldados dieran muerte a todos los niños inocentes, menores de tres años.

Eloísa, siguió mirando y escuchó cómo los sollozos salían de aquel lugar escondido entre los matorrales, donde se encontraba el pastor Zacarías. La niña, alargó el brazo y sacó al pastor de su escondite:

¿Puedo saber por qué lloras?, le preguntó.

Lo que me pasa… ¡no le importa a nadie! por eso lloro, dijo Zacarías.

Oye, dijo Eloísa , no quiero que estés triste y además quiero ayudarte, así que… ¡ya me lo puedes contar!

Es que – dijo Zacarías entre sollozos – ningún año puedo llegar a tiempo al Portal para ver al Niño Jesús, ¿te parece poca mi tristeza? Llevo a cuestas una gran carga de leña, para calentar la Cueva de Belén, pero cómo estoy cojo y manco me ponen lejos y me esconden, ¡y así no llego nunca! es como si les diera vergüenza que me vean los demás y lo tengo tan difícil que… ¡lo paso fatal en Navidad!

Eloísa, secó las lágrimas de la cara del pastor y le dijo:

– Estás muy guapo, y si no lloras… ¡prometo ayudarte!

Sin pensarlo dos veces y en un santiamén, la niña dejó a Zacarías en la mismísima Cueva de Belén y le preguntó:

¿Te parece bien que te deje aquí?

No, acércame un poco más. Déjame exactamente junto a la cuna del Niño, porque quiero verlo de tal manera, que jamás pueda olvidar su cara.

¡No seas así Zacarías! mi madre en cuanto se levante se dará cuenta y te devolverá al sitio de siempre, además, me va a reñir por desobedecerle.

Déjame dónde te digo, le dijo Zacarías, al menos así, podré estar una noche entera junto al Niño.

Eloísa insistió:

– ¿Me prometes que no vas a llorar nunca más? A lo que Zacarías le respondió:

– Puedo llorar de felicidad. Pero esas lágrimas no molestan a nadie.

– Vale, cómo quieras, pero no alborotes ni armes bulla durante este tiempo porque… ¡podríamos ser descubiertos! insistió Eloísa.

¡Duerme en paz, querida niña y que Dios premie tu bondad! Has hecho feliz al más pequeño e insignificante pastorcillo que había en tu Nacimiento.

A Eloísa, se le iluminó la cara, con la alegría que se tiene cuando se hacen bien las cosas pequeñas y con un guiño de complicidad, dio las buenas noches a Zacarías.

Dime, Eloísa ¿Por qué tienes encendida a estas horas la luz del salón?, preguntó la madre, ¿Qué haces que todavía no te has ido a la cama? Seguro que mañana volverás a tener sueño cuando te despierte. ¡Ahora mismo quiero verte en tu cuarto!

¡Sí, mami! -contestó Eloísa – ya me marcho a dormir, pero antes pasaré a darte un beso de buenas noches.

La mamá, muy extrañada comprobó cómo Eloísa depositaba un sonoro beso en su mejilla mientras le decía: Mamá… ¡eres la mejor mami del mundo, gracias por quererme tanto!

La madre extrañada por la actitud de su hija, suspiró mientras decía – ¡A esta chica, no hay quién la entienda!

Eloísa , no sólo fue feliz esa noche, sino muchas noches más, porque la verdadera felicidad, y al menos ella lo creía así, solo está en el intento de hacer felices a las personas que nos rodean.

Contó Eloísa que al día siguiente, fue a visitarles a casa una amiga íntima de la familia, excelente restauradora por más señas, y que recompuso la pierna y el brazo de Zacarías, dejándolo tan perfecto que en años sucesivos su madre, cuando ponía El Nacimiento lo dejaba junto al Portal de Belén, y a partir de entonces, fue siempre el primero que, por Navidad, depositaba su carga de leña en el Portal para calentar al Niño en esa noche que, inexcusablemente cada año llega el veinticuatro de diciembre.

Y… ¡colorín colorado…este cuento se ha acabado!

(Cuento de Navidad extraído del libro «Cuentos de la Abuela»)

 

Herminia Esteso Carnicero, madre y maestra

 

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