Decíamos anteayer “el violador eres tú”. Violador como cualidad inmanente del hombre. Como esencia, como naturaleza masculina. ¿Y por qué no “asesino”?… “El asesino eres tú”… Por la misma regla de tres los hombres no sólo violamos a las mujeres, también las asesinamos. Lo dijo tiempo ha el ministro Ábalos: “Los hombres matamos”… claro que unos más que otros, que el matiz tiene su importancia. Cabe recordar que el interfecto tuvo mano en el PSOE de Valencia, al que llaman allí PSPV, Partit Socialista del País Valencià (sic). Su influencia coincidió con la supuesta financiación ilegal del citado partido que en estas fechas destapa la prensa (caso “Azud”). Una verbena de comisiones que deja a la altura del betún a los antaño tan cacareados líos de las naranjas de la difunta Rita Barberá o de los trajes de Jaume Camps, que en tiempos abrían los noticieros de todas las cadenas TV.
Lo jodido, dicen, es matar por primera vez, que luego a uno ya le dan cuerda. La frase se le atribuye a Stalin: “la muerte de un hombre (“purgado” de un disparo en la nuca en los sótanos de la Lubianka) es una tragedia, la de un millón, un cálculo aritmético”. Y así pasa, “Uno empieza el día matando y acaba por no saludar a sus vecinos”, sostuvo irónicamente Thomas De Quincey en “El asesinato considerado como una de las bellas artes”. Humor negro de alto voltaje y flema británica. Matar embrutece. Bien entendido que en la percepción social tutelada (transmitida por los medios de comunicación) es más alarmante que un hombre mate a una mujer a que le dé matarile a otro hombre. Entre ellos el asesinato es menos. Pueden matarse cuanto quieran. Barra libre.
Tan nefando crimen se devalúa si es una mujer la que mata a otra mujer, y aún más si mata a un hombre, que algún caso se da. Otrosí, tratan de convencernos de que los asesinatos perpetrados contra los hijos, filicidios, cuando son las madres las autoras, no son tales, si no episodios de algo eufemísticamente llamado “suicidio ampliado”. También se maneja la expresión “violencia vicaria”, que de primeras suena a la agresividad descontrolada de sacerdotes iracundos que corren a hisopazos en la cocorota a feligreses propensos al pecado. Según un informe reciente, los hombres aventajamos en ese apartado criminal a las mujeres: el 34% de esos asesinatos son cometidos por los padres (varones) y el 26% por las madres. No se puede hablar de empate técnico, pero casi. Ítem más, cuando matan los hombres a sus hijos es por venganza contra su cónyuge. Cuando lo hacen las madres, es porque las interfectas tienen un serio problema de salud mental. Quiere decirse que no son “responsables” de sus actos.
Lo de “suicidio ampliado” se le escapó a la bellísima Susana Griso en un magazine televisivo con motivo del asesinato de una niña (Olivia) en Gijón (noviembre de 2022). Lo curioso del caso es que la madre acusada del crimen no se suicidó después. Fue detenida e ingresó en prisión. De modo que la única “suicidada” de la tragedia fue la pequeña. El bizarro concepto me recordó esa gansada repulsiva que largan muchos periodistas tras un atentado sangriento perpetrado por el terrorismo islámico: la inmolación del terrorista suicida. Átame esa mosca por el rabo: “inmolación” y “suicida”. “Se inmoló detonando una bomba que traía al pecho y causó nueve víctimas mortales y docenas de heridos”. Uno se “inmola”, esto es, “se ofrece en sacrificio”, solito y sin salpicar a los demás. Si se lleva a otro por delante, ya no es “inmolación” y la trastada se transforma en asesinato, en carnicería, “suicidando” a cuantos semejantes tiene a su alrededor.
Hace unos años, por darle un enfoque “racial” a esta luctuosa disertación, el FBI publicó un informe de su división VICAP (asesinos en serie) y de la escalofriante estadística se deduce que los hombres blancos matan por lo general a otros blancos (hombres o mujeres), contrariamente a lo que muchos progres piensan, que aquéllos se pasan el día disfrazados con los capirotes y vestiduras talares del Klan matando negros, antes “afroamericanos” y ahora “hombres racializados” (esto último no es una guasa, se dice así, “racializados”, luego los demás, de ascendencia europea o asiática, no lo son, “racializados”, o sea, no tienen “raza” a la que adscribirse). “Captan” entre blancos al 90% de sus víctimas. Los asesinos negros son más “inclusivos”, pues la cosecha entre los suyos se reduce a un 70%, aunque sigue siendo un valor dominante. En definitiva, la gente mata, preferiblemente, dentro de su “raza”, por así decirlo.
También los hombres matan más dentro de su propio género, si bien, como ustedes sabrán si han prestado oídos a las continuas pampiroladas de Irene Montero (una señora que es “ministra” sin haber sido antes presidenta de su comunidad de vecinos): “Las personas no tienen género, pero la violencia sí”. Los hombres matan (los hombres que asesinan, claro es) a más hombres que a mujeres, pero es un caso distinto, sin traslado estadístico. No genera “alarma” social. En cambio, el asesinato de mujeres por hombres integra lo que ha sido dado en llamar, por feministas radicales y progres en general, “terrorismo machista”. Que es una desacertada etiqueta, entiendo, pues banaliza un fenómeno tan espantoso como el terrorismo auténtico. También lo es (espantoso) el asesinato de mujeres a manos de sus parejas, pero en este supuesto falta la concertación de voluntades integradas en comandos para ejecutar sus planes. Salvo que nos convenzan un día de estos de que los hombres se reúnen en cónclaves clandestinos y ahí, entre los vapores del vino y pantagruélicas comilonas, se juramentan todos para matar a sus mujeres: “¡Acabemos con todas!”. Replicarán las feministas furibundas que no es necesario que los hombres coordinen sus “atentados”, pues actúan de consuno inducidos por la estructural misoginia de nuestra sociedad a través de la “cultura de la violación… y del asesinato”.
Otro vector de esta lamentable casuística es la procedencia de los asesinos. El dato ha sido computado, pero escamoteado comúnmente por las administraciones, pues presupone una “realidad incómoda”, parafraseando a ese cantamañanas de Al Gore. Con una salvedad que un servidor ha tenido ocasión de percibir paseando por la calle. Me explico. Al parecer, los delitos de agresión sexual y los “feminicidios” los cometen en un 35% de los casos varones extranjeros residentes en España, quedando el 65% restante para los nacionales. Sucede que los primeros suponen alrededor del 12% de la población, por lo que su incidencia criminal es mayor, pues casi triplican la “media”. Matan más y no hace falta ser un lince para verlo.
Y aquí va la salvedad: unas banderolas informativas colgadas de las farolas por el ayuntamiento de El Vendrell (provincia de Tarragona). El citado consistorio pretendía aleccionar al paisanaje de las innúmeras virtudes del multiculturalismo combatiendo prejuicios. En la banderola figuraba, a un lado, la cita entrecomillada de un hipotético vecino animado por la xenofobia: “Las agresiones sexuales son cosa de los extranjeros (traducido del catalán)”. Y a otro, un dato estadístico: “Los extranjeros cometen sólo un 27’5% de las agresiones sexuales”. De modo que 27’5% < 72’5%, siendo los “nacionales”, ésa es la pretendida conclusión, más productivos en ese ámbito delictivo. Pero hurtando al vecindario el dato clave del porcentaje de la población inmigrante sobre el total, que por unas décimas no llega al 12%. Salta a la vista, los números no mienten, que los foráneos, atendidas las proporciones, duplican (y algo más) a los nacionales en ese terreno. Bien entendido que el ayuntamiento de El Vendrell rebaja a un 27’5% la incidencia que otras estadísticas elevan en 8 puntos hasta un 35%.
Y es así como se construye un estereotipo. Hombre blanco y heterosexual: violador (“homo stuprator”), asesino de mujeres, homófobo y racista, pues en sus ratos libres se dedicada indistintamente a sacudir sin descanso a parejas gays o a personas, cómo era, “racializadas”… y si queda un hueco en su apretada agenda, también hace sus pinitos como “cazador de ciervos”. Y es de derechas, por supuesto.
Javier Toledano | Escritor