La élite política, empresarial y mediática promueve desde distintos ámbitos y países la ciudad de los 15 minutos como el urbanismo de un futuro impuesto. La idea que subyace a esta planificación es bien sencilla: diseñar urbes de forma que todos los servicios básicos y necesarios estén a una distancia de 15 minutos a pie: salud, compras, ocio, estudio, trabajo, etc. Los medios de comunicación oficialistas cuentan que la alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo, fue la que tuvo la idea, pero esta propuesta se ha replicado en otros lugares como, por ejemplo, Madrid de la mano de Rita Maestre de Más Madrid.
El concepto de ciudades de 15 minutos es, como otros tantos a los que estamos acostumbrados desde hace años, una idea estupenda sobre el papel de la que se suele omitir su cara B al gran público para no generar descontento. Estas dudas, a todas luces legítimas, ya han sido utilizadas por los medios oficialistas para tachar a los contrarios de lo de siempre: ultraderecha o conspiracionistas.
El proyecto urbanístico supone redibujar el diseño de las ciudades para que toda persona tenga lo que necesite para vivir a 15 minutos andando o en bicicleta. ¿Y los coches? Quien se pueda permitir un coche eléctrico no tendrá problemas, aunque no es del todo seguro que sea el escenario definitivo por el alto coste de producción de este tipo de transporte. La excusa que subyace a todo esto, cómo no, es el del cuidado del medio ambiente.
Sobre el papel todo es ideal, pero la puesta en práctica conlleva una serie de limitaciones. Nadie está en contra de las comunidades más amenas, con menos estrés y contaminación. Lo que parece que han descubierto algunos en pleno siglo XXI son el tipo de ciudades repartidas por toda Europa y desde hace varios siglos. Ese tipo de ciudades que asombran al mundo como museos al aire libre pero que parece que nadie entendía hasta ahora.
El hilo narrativo utilizado por la élite se sustenta sobre dos factores, cuya conjunción ha despertado el interés de los gobernantes en este tipo de urbanismo: el impacto de la crisis sanitaria del virus y la presión por cumplir con los objetivos de emisión cero de la Agenda 2030. En el Reino Unido, varios ayuntamientos como los de Bristol, Sheffield, Birmingham o Canterbury han declarado su deseo de transformación, pero el que más fervor ha mostrado ha sido el de Oxford, ya que planea tener ese tipo de ciudad completamente operativa para 2040.
Esto quizás suene muy lejano, aunque no tanto si se tienen en cuenta las medidas que ya están aplicando en todas las ciudades de más de 50.000 habitantes. La prohibición de circular con determinados vehículos por el centro urbano como ocurre con Madrid Central (ampliado por Almeida a Madrid 360) es una consecuencia de esta idea, por lo que se puede concluir que es un proyecto planificado antes de que presenten esta idea. Todo tiene un desarrollo lógico del que las zonas de bajas emisiones son el primer paso.
Este diseño urbanístico viene de la mano de la implantación de sistemas de control tecnológicos avanzados, los mismos que se han ido instalando en los últimos años. Como cuando Marlaska dijo que estaba instalando cámaras de seguridad y térmicas para controlar el coronavirus. Se conoce la finalidad real, y nada tiene que ver con la sanidad. Una vez estas nuevas ciudades se desarrollen, cada ciudadano tendrá un área asignada, el registro será obligatorio, así como el de los vehículos. Si alguien deseara salir de sus circunscripciones obligatorias con su vehículo, lo más seguro es que tuviera que pedir un permiso limitado en momentos o días al año. Para ir al trabajo, transporte público. Sólo los dueños de vehículos de un coste elevado y de producción reducida no se verán afectados por las medidas de reducción de emisión de carbono. Lo llaman enmienda Ferrari.
Parece que quisieran vender la excelencia de vivir como en un pueblo dentro de una ciudad, con la particularidad de no tener un prado cerca ni vacas ni libertad ni nada parecido a lo que supone una vida rural. Hoy, Londres es la capital del mundo que más veces graba a sus habitantes, cerca de 300 veces al día. Algunos dicen que es la capital del mundo libre. Igual de libre que Australia y los campos de concentración por un virus o Nueva Zelanda con su ex primera ministra que pensaba imponer impuestos al metano de las vacas, etc.
Lo anterior va aparejado a la lucha contra el cambio climático, por lo que no es descartable que en un futuro nada lejano se planteen los confinamientos climáticos. Nada mejor que fijarse en China: todos en casa, en barrios controlados con policía y cámaras de seguridad. Muchos piensan que eso no va a pasar aquí. Creen que por ser un país con un gobierno totalitario esas medidas nunca podrían llegar a nuestros países, pero la realidad es que China ha servido como campo de concentración tecnológico de pruebas para, posteriormente, expandir esas medidas a otros países. El pasaporte del bueno ciudadano será nuestro pasaporte digital que también quieren implantar. Los confinamientos aleatorios serán nuestros confinamientos por el bien de la Pachamama. Nuestra reducción de derechos y libertades se venderá como algo necesario para evitar el fin del planeta. De hecho, ya se hace.
Javier Villamor | Presentador y Periodista de 7NN
(artículo publicado originalmente en la Gaceta)