Asesinadas dos veces | Javier Toledano

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

A las víctimas de ETA se les está quedando cara de esas otras, olvidadas y repudiadas, de las milicias del Frente Popular asesinadas en la retaguardia durante nuestra Guerra Civil. El ministro Bolaños, ése que se cuela en todas las fiestas y borra sus fotos “mitineras” en Mojácar, rindió homenaje hace unos días a las víctimas del bombardeo de Guernica, un gesto que no tendrá jamás con los miles de asesinados en Paracuellos del Jarama. O con las víctimas del bombardeo de Cabra. O con los 700 cadáveres dos veces enterrados que aún reposan en una fosa común en el cementerio de Montcada y Reixach… aquellos que no fueron ni identificados, de un total de 1.200, ni incinerados en la cercana cementera Asland tras la matanza para el “borrado” de pistas, sistema “horno crematorio”… anticipándose Companys y los carniceros de la CNT-FAI al método operado a escala industrial en Auchswitz.

Inevitablemente, al blanquear el PSOE, primero Zapatero y luego Sánchez, a ETA (y su brazo político, lo mismo Herri Batasuna que Bildu), auxiliado por no pocos medios de comunicación, se oscurecen sus víctimas. Por decirlo de otra manera, se diluyen, se menoscaba su dignidad y dejan de ser un referente democrático según ese discurso, el de “¿Por qué no van a estar en las instituciones y por qué no pactar con ellos si ya no matan?”. Es metafísicamente imposible blanquear al victimario sin ensombrecer a la víctima. Y llegan a nuestros oídos esas cosas que “nos hielan la sangre”, como auguró la madre de Joseba Pagazaurtundúa. No falla, consecuencia de ese argumentario bastardeado, las víctimas que sobrevivieron, o los familiares de los asesinados, reciben lancinantes alfilerazos del tipo “las víctimas se recrean en su condición de víctimas”, “son unos llorones, unos pesados y molestan”, “están llenos de rencor, quieren venganza, no saben perdonar… hay que pasar página”, “añoran el protagonismo que tenían cuando ETA mataba… no han sabido adaptarse a los nuevos tiempos”, y otras lindezas por el estilo.

Cuando se dice que la facción terrorista del nacionalismo vasco ya no mata, y que por ello merece reconocimiento legal y “normalización” política, establecemos que la recompensa, en realidad y en su caso, se concede por haber matado primero. Me explico, ninguna otra fuerza política con representación parlamentaria ha sido “recompensada” jamás por dejar de matar, pues ninguna lo hizo, matar en democracia. De modo que con las diferentes marcas electorales de ETA se ha hecho una “generosa” excepción: un partido “legal” que ha matado, pues asesinos son algunos de sus candidatos (y otros, cómplices), tomen o no posesión del cargo.

Los afines a ETA son, en la actualidad, un agente político, y muy determinante, un aliado preferente del gobierno de Pedro Sánchez precisamente por haber matado primero, por las “hazañas heroicas” de sus “aguerridos gudaris”: quemar vivas a muchas personas en el aparcamiento del Hipercor de Barcelona, también en la “Casa del Pueblo” de Portugalete o por asesinar a bombazos a cinco niños en una Casa Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza. Cierto que la recompensa no fue instantánea, se ha demorado dos o tres décadas, pero finalmente se ha consumado la “amnistía” moral, cuando menos de buena parte de la izquierda española. Lo antedicho es lo que defiende, mejor expresado y documentado, Rogelio Alonso en “La derrota del vencedor”, un ensayo imprescindible para ahondar en la percepción social del terrorismo vasco y en la vergonzosa flojera de la clase política española. Impunidad y rendición.

Hace muchos años que Ordine Nuovo, organización de la ultraderecha italiana dirigida por Pino Rauti, involucrada en la comisión de atentados terroristas (sea el caso de la sangrienta masacre en la estación ferroviaria de Bolonia, año 1980), ya no mata. Cierto que ya no existe, tanto si es por desarticulación policial como por extinción voluntaria, pero nadie habría entendido que, por la “deferencia” de haber dejado de matar, recibieran sus simpatizantes el premio del blanqueamiento democrático presentándose a elecciones y condicionando la política nacional en calidad de “aliados preferentes”. El asesino pederasta de Lardero cumple prisión por su abominable fechoría. Quiere decirse que, una vez cumplida la pena, y recuperados sus derechos civiles y políticos, si no viola y despedaza a hachazos a otro niño en unos años, según la doctrina “ZP” con relación a ETA, y de su esbirro de aquella hora, Conde-Pumpido (“manchar la toga con el polvo del camino”), podría postularse como candidato a la Presidencia del gobierno. “Ya no secuestra niños, ni abusa de ellos, ni los asesina… vamos, un dechado de virtudes, todo un hombre de paz”. Podríamos poner más ejemplos, y mejor traídos, sin duda, pero cuando los autores de más de 300 asesinatos por motivación ideológica que aún no han sido resueltos, y una vez “disueltos”, no colaboran con las autoridades para arrojar luz sobre esos casos, quiere decirse que siguen matando porque esos 300 asesinatos están “vivos”, son asesinatos elásticos, duraderos, casi infinitos, que siguen perpetrándose a cámara lenta mientras tomamos un café o echamos la siesta… asesinatos que para cerrarse de una vez por todas exigen la identificación y detención de los criminales, y su condena. Y eso habría de inhabilitarles electoralmente para los restos.

Las víctimas de ETA no devolvieron golpes ni ofensas (pues ni el BVE, ni los GAL fueron cosa suya). Aguantaron el tipo. Muchos vascos hicieron las maletas. Se estima en casi doscientas mil las personas que marcharon por miedo. Un exilio silencioso. Unas víctimas y otras, las del Frente Popular, que no tienen quién las llore, ni película ni documental que las recuerde a ellas y señale a sus verdugos, y las de ETA, abandonadas y traicionadas por el gobierno de la nación, han unido, a su pesar, su trágico destino. Ya no son víctimas. Son muertos descuadernados, hacinados, arracimados en el dantesco gurruño de osamentas de la desmemoria, como esos muertos en costillares que aparecieron hace unos años en el terrorífico sótano de la Complutense. Víctimas asesinadas dos veces, a tiros primero y con el olvido… aún peor, con el desprecio, después.

Javier Toledano | Escritor

Deja un comentario