Por tierras de España: Albarracín | José Riqueni Barrios

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Muchas veces, y es una pregunta que nos viene de tarde en tarde desde el incontrolable e imparable discurrir de nuestra mente viajera es la que sigue: ¿Es Albarracín el pueblo más bonito de España? En esto, la respuesta siempre es la misma: Sí.

Claro que ello parece haberse convertido en un hábito que en nosotros se instaló en su día y que, como tal hábito, merece ser cuestionado, no vaya a ser que tal costumbre no sea del todo apropiada.

Ya de por sí, la pregunta, por cerrada y restrictiva, es ciertamente inadecuada, ya que, en España, en puridad, existe un conjunto de pueblos bonitos y elegir el que más suele obedecer más a una impresión del ánimo que a unos criterios de evaluación objetiva. De modo que ese o aquel pueblo será el más bonito para usted, porque para mí lo es este otro.

Como que Albarracín ocupa un lugar de cabeza tampoco es algo discutible para todo aquel que distinga lo bello, lo armonioso, lo antiguo, lo singular y lo lleno de misterio.

Alojados en su día en la “Residencia del Tiempo Libre” de Orihuela del Tremedal, visitamos una y otra vez Albarracín, haciéndolo durante el día, al atardecer y también de noche, a la luz almibarada de las farolas, bajo la bóveda de un manto de estrellas, al objeto de contemplar las distintas estampas de tan fotogénicas calles, sus rincones, un puzle de mil piezas que se unen para hacer del lugar algo único en su especie capaz de emocionar al visitante y transportarlo al ayer.

Mientras paseamos por calles adoquinadas, estrechas y empinadas, nuestra mirada apenas se basta para ir de sorpresa en sorpresa. Una sucesión de descubrimientos en donde todo está colocado a la perfección: plantas bajas de sillería, entramados de madera y yeso rojo de la región, rejas en balcones y ventanas, anchos aleros de madera, galerías…Sí, estamos en Aragón, pero aquí todo tiene su propia personalidad, un matiz de diferencia, de albarrecindad.

Hasta el siglo XIX, el nombre oficial de Albarracín fue Ciudad de Santa María de Albarracín. Al parecer, el topónimo procede Ibn (ben) hijo de Razin (reyes taifas de Albarracín desde la fitna hasta Ibn Mardanís, rey Lobo de Murcia), es decir, “el lugar de los hijos de Razin”.

Albarracín es un pueblo medieval de color rojizo que se asienta sobre un peñón encajonado por el río Guadalaviar, estando protegido a sus espaldas por una larga y bella muralla que escala la colina, paños que datan del siglo X, muralla reconstruida por los cristianos cinco siglos después. La arquitectura popular del casco urbano presenta la forja característica de la provincia y color rojizo que llaman rodeno. El casco urbano se divide en dos zonas: la Ciudad, con sus casas colgadas sobre la hoz del río, es la parte más antigua, y el Arrabal ocupa la vega del Guadalaviar.

Es desde la plaza mayor desde donde accedemos a la zona con más intenso sabor de este callejero detenido en los siglos.

¿Qué ver en Albarracín?

Lo primero es perderse caminando sin prisa por sus callejuelas, observando escudos en las fachadas, rejas, aleros, llamadores… pasando bajo sus arcos, disfrutando de las vistas de la muralla. Y también la Casa de la Julianeta, Casa de los Navarro de Arzuriaga, Catedral de El Salvador (1572 y 1600), Palacio Episcopal y Museo Diocesano (Tapices y orfebrería), Torre de Doña Blanca, Iglesia de Santa María, Iglesia de Santiago, Alcazaba musulmana…

© José Riqueni Barrios | Escritor

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