Entre julio y septiembre de 1936 fueron asesinadas en Cataluña y a manos de anarquistas 4.682 personas.
Durante la Guerra Civil, hubo represiones en ambos bandos. La diferencia es la aberración y crueldad a la que se llegó en algunos lugares, especialmente en la retaguardia en Cataluña. Lo que se avecinaba en las tierras catalanas pudo intuirse el 19 de julio de 1936, al caer el último reducto de los sublevados. Unos 130 hombres se habían atrincherado en el convento de Carmelitas de la Diagonal de Barcelona comandados por el Coronel Lacasa. Estaban rodeados por un millar de Guardias de Asalto a las órdenes del Coronel Escobar y detrás de los guardias esperaba una turba de anarquistas. Los coroneles pactaron la rendición, pero cuando empezaron a salir los heridos y resistentes, la muchedumbre revolucionaria enloqueció. El Coronel Escobar se acobardó y dejó que la masa se lanzase sobre los prisioneros. Estos fueron asesinados a golpes de culatazos y bayonetazos; no sólo los militares, sino también doce carmelitas que se habían visto atrapados en su propio convento. Alguien con una sierra cortó la cabeza del capitán Domingo de Ibarra. La ensartaron en una bayoneta y la pasearon por la Diagonal. Posteriormente los restos mortales destrozados de este capitán y del comandante Rebolledo fueron traslados al zoo del parque de la Ciudadela y, literalmente, echados a la jaula de los leones.
Fueron muchas las crueldades que se iban a ir sucediendo y que sobrepasan las meras represalias y se acercan al abismo de la crueldad absoluta. José Alabart y Fàbregues, tradicionalista residente en Tivissa (Tarragona) fue detenido por el comité de su pueblo y trasladado al Barco-prisión Río Segre y más tarde en el Castillo de Pilatos (en Tarragona), y el 28 de julio fue decapitado y su cabeza colocada en el centro del patio de la prisión como escarmiento. El 21 de julio de 1936 los anarquistas aprisionaron en Barcelona al Padre José María Murall, jesuita, y a dos jesuitas más y un hermano de la Compañía. El jefe de la patrulla decidió llevarlos a la carretera Rabasada, lugar donde fueron asesinados muchos catalanes. Ahí los fusilaron. Un patrullero se fijó en el Padre Murall y dijo: —Ese, todavía respira. Otro contestó: —Si tiene el cerebro fuera. ¿Cómo va a respirar? Y continuó la macabra conversación: —Pues yo le daría el tiro de gracia. Y el otro sentencia: —No malgastes balas, hombre… Y los asesinos se alejaron. El Padre, aún vivo, intentó huir arrastrándose pero no sobrevivió. El 25 de julio de 1936, “La Vanguardia” del 25 de julio de 1936, daba cuenta de que en Granollers las turbas habían linchado al General Joaquín Gay.
Sebastiá Tarragó Cabré era párroco de Bellmunt de Siurana (Tarragona). El 1 de agosto de 1936, el comité local de Bellmunt pidió un taxi a Falset para realizar un servicio. Llegado el taxista, le ordenaron trasladar al cura y a su doméstica a Vinaixa. A unos dos kilómetros de esta población obligaron a apearse a ambos. En pleno bosque, les obligaron a descender hacia un barranco, les desnudaron y quisieron obligar al sacerdote a faltar a su voto de castidad con la sirvienta. Al comprobar los milicianos que nada conseguirían, los maltrataron y asesinaron a tiros de balas y perdigones, rociando luego sus cuerpos con gasolina.
El Padre Tomás Capdevila Miquel, el 21 de julio huyó a Forés, su pueblo natal. En septiembre lo descubrieron y se lanzaron en su persecución como una cacería. Lo entregaron al Comité de Sarral (Tarragona) y de ahí lo llevaron a Solivella (Tarragona). Durante el trayecto, por espacio de hora y media, empezó el cruento martirio del sacerdote. Le amputaron la lengua y los genitales, le sacaron los ojos y le fracturaron la clavícula izquierda. La víctima iba desangrándose poco a poco. La macabra comitiva se dirigió al cementerio de la localidad. Como el camino era de herradura, lo bajaron del coche, fue arrastrado y lo precipitaron por un terraplén. Los milicianos le descerrajaron once tiros a bocajarro.
Dos sacerdotes de Aitona (Lérida) fueron capturados. Se trataba de los Padres Josep Camí y Manuel Lloan. Les dijeron que los van a llevar a Lérida a declarar. Pero no los subieron al coche sino que los ataron atrás y les obligan a correr varios kilómetros. Finalmente pararon. Los sacerdotes estaban exhaustos y medio muertos. Se abrazaron y los acribillaron a balazos. No era suficiente y con los coches pasaron por encima de ellos varias veces para chafar los cuerpos. Era el 27 de julio de 1936. Ese mismo día, el consejero de Gobernación de la Generalitat, José María España escribía en el diario de ERC, La Humanitat: “Las noticias que tengo de Cataluña son excelentes, hay tranquilidad absoluta”.
El 28 de julio de 1936, en Almatret (Lérida), los milicianos descubren a tres sacerdotes, uno en canónigo de la Catedral. Entre ellos está también Mn. Andreu Montardit, de 35 años. De otro pueblo llegan los milicianos que se encargarán de ellos. Agarraron al Padre Andreu Montardit y le abrieron el vientre. Les hicieron caminar tres kilómetros, mientas que el sacerdote tenía que aguantarse las tripas con las manos. Mientras caminaba, los milicianos iban contándole partes del bajo vientre (castrándolo). Llegado al lugar decidido, ataron a los tres sacerdotes y les prendieron fuego vivos. En la población de Pacs (comarca del Penedés) el asesinato del ecónomo, Bartomeu Pons, es simplemente terrible. Le ataron y le hicieron recorrer el viacrucis de las calles del pueblo. Le iban dando latigazos. Por fin, casi reproduciendo la pasión, lo ataron mirando al sol mientras se deshidrataba. Lo llevaron a una presa de vino donde lo mataron por aplastamiento. Mientras reventaba su cuerpo, los milicianos se reían: “A ver qué vino sale”.
El 27 de septiembre, tres hermanas Carmen, Rosa y Magdalena Fradera, que también eran religiosas Misioneras del Corazón de María, fueron secuestradas por milicianos. Al no poder violarlas, a base de golpes les saltaron los dientes. A una ya le habían roto el tobillo con la puerta del coche que las trasladaba. Sus torturadores cogieron troncos para destrozarles las vaginas. A la Madre Magdalena, la que más sufrió, le introdujeron astillas afiladas. También utilizaron los cañones de pistolas para similar la violación. Por último, dispararon sobre sus órganos sexuales. Por si no fuera suficiente, las rociaron de gasolina de tal modo que se fueran quemando lentamente. Por último, las acribillaron a balazos en todo el cuerpo y la cabeza. Fueron proclamadas beatas en 2007 por Benedicto XVI.
Hay constancia de cadáveres arrojados, a instancias de dirigentes de ERC, a los hornos de la cementera Asland de Moncada (Barcelona), a modo de horno crematorio. En la Checa de San Elías ya relatamos como fue descuartizada la Madre Apolonia Lizárraga y echados sus restos como comida de los cerdos. Igual suerte tuvo Eusebio Cortés Puigdengoles. Al iniciarse la Guerra Civil fue detenido y trasladado a la checa de San Elías. Nunca más se supo de él. Finalizada la guerra y gracias a las pesquisas llevadas a cabo por su mujer, supieron que había sido asesinado, descuartizado y sus restos sirvieron como alimento a la piara de cerdos.
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Uno de los asesinatos que causó un estremecimiento colectivo en Cataluña fue el del periodista catalanista Josep Maria Planas, el 24 de agosto de 1936. Era director de “El Bé Negre”, un satírico que durante años había atizado sin compasión a los anarquistas. Posicionado con la República, nadie podía sospechar que sería asesinado. Su amigo Tisner, en una entrevista en “La Vanguardia”, el 5 de marzo de 2001, describía así cómo lo encontró al ir a identificar su cadáver al Hospital Clínico: “Había centenares de muertos. Me quedé totalmente atenazado al ver aquella truculencia. Le habían reventado el parietal izquierdo a tiros, le habían vaciado el cerebro. Al rostro le había quedado un desconocido rictus de terror”. Entre el 18 de julio de 1936 y el mes de septiembre fueron asesinadas en Cataluña 4.682 personas.
(Javier Barraycoa. Diario La Razón)