La Democracia y la Vida | Alejandro Esponda Gaxiola

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       Pletórico el salón del parlamento;

el vestuario finísimo, impecable,

en espera solemne del momento

de que el legislador se yerga y hable.

Su paso es cadencioso y refinado,

la expresión de su porte es encomiable,

y proyecta, al llegar, desde el estrado,

su mirada profunda y enigmática.

 

       Empieza su discurso el diputado

en forma coloquial, y hasta simpática,

ganándose a su público al instante,

pues domina la norma democrática

en forma impresionante.

 

        Al abordar el tema «los derechos

humanos», argumenta lo importante

que las leyes gobiernen a los hechos

y que pueda por fin la humanidad

mirar completamente satisfechos

cual valores supremos: «Libertad»,

«Igualdad» para todos los humanos,

la más universal «Fraternidad».

 

       Exige gran respeto por los «sanos»

principios de la voz parlamentaria,

que levanten sus manos

y apoyen su propuesta «humanitaria«:

que otorguen por derecho a la mujer

que la maternidad sea «voluntaria«,

que no puedan contra ella proceder

si al «producto» decide hacer a un lado.

 

        Lo mismo es el «cortar el padecer»

en el anciano enfermo desahuciado;

y siendo muy realistas y conscientes

del futuro, – lo exige el diputado –

se eviten ya los seres dependientes

que serán una carga a la nación

y un sufrir de sus padres y parientes.

 

        Al fin da el orador su conclusión:

que aborto, infanticidio y eutanasia

obtengan su total aprobación.

 

        ¡Hipócrita! ¡Maldita Democracia

que nos conduce a este infernal abismo!

Es toda una satánica falacia

que llena de mentira al silogismo.

Se erige en «defensora del derecho»

y ese derecho mismo

es vejado y maltrecho.

 

        Hay un viejo refrán

muy sabio y muy bien hecho:

«no me defiendas compadrito Juan,

que mejor solo me defiendo yo».

 

      Se quiere defender con loco afán

al acto humano libre; ¡pero no!:

eso no es libertad: ¡libertinaje!

O, ¿puede un delincuente que robó

argüir en su favor que el mismo ultraje

era un derecho que por sí él tenía?

O ¿cómo quiere que la ley trabaje

en pro de la más grande villanía,

como es el de matar a un inocente

con premeditación, alevosía

y la ventaja por demás patente?

 

       Rebasa la más clara comprensión

que en vez de defender precisamente

a aquellos que merecen protección

como son los enfermos, los ancianos,

o los niños, hubiera una razón

que en lugar de tenerlos como hermanos

menores, o les diéramos abrigo,

se sigan argumentos burdos, vanos,

que concluyen que son ¡el enemigo

que habremos de vencer!

 

       Diabólica raíz lleva consigo

– decirlo es menester –

este liberalismo demagógico,

pues pretende tener todo el poder

(y créanlo, por más parezca ilógico)

sobre la vida y también la muerte.

 

          Así fue en el Pecado aquél teológico

del Primer Tentador, que quiso en suerte

ser idéntico a Aquél

que es infinitamente sabio, fuerte

y todopoderoso. Así, Luzbel,

Padre de la Mentira y la Patraña,

– pues es lo propio de él –

a todos nos engaña,

nos confunde, nos ciega,

nos envuelve y nos daña, …

 

           Así es la Democracia cuando llega

a creer que puede prescindir

de Dios Nuestro Señor, a quien le niega

influencia en el humano devenir.

Si emite alguna ley, dice: ¡procede!,

aunque tenga que, a Dios, contradecir.

 

        Lo que a este diputastro[1] le sucede,

pues cree en la Democracia todavía

como en un ídolo que todo puede,

es que intenta ganar la mayoría

a como dé lugar. Si necesario

lo fuera, pues también se ayudaría

de algunos centavitos del erario

o del partido (al cabo da lo mismo),

con tal de derrotar al adversario.

 

          Supone este sistema de civismo

que el número – la sola cantidad –

es fuente del derecho; y con cinismo

haría de una mentira, una verdad,

con tal que consiguiera

tener un voto más que la mitad.

 

«Voluntad Popular«: ¡una quimera!,

engañosa, inmoral y disoluta:

presume de que todo lo tolera;

pero es intolerante en forma bruta

con aquel que no quiera tolerar

la tolerancia absoluta.

 

         Por eso deberemos de luchar

contra esta democracia paleolítica,

liberal, dedocrática[2] y vulgar;

culpable, sin dudarlo, de esta crítica

situación de la Patria mexicana,

y alzar en su lugar una política

más congruente y más sana,

que contemple a la vida

– que toda vida humana –

desde que es concebida

hasta el día de su muerte natural,

lleva en sí y sin medida,

un valor infinito universal.

 

      Pues es el ser humano poseedor

de un derecho de origen celestial,

que ni un legislador,

por mucha democracia que existiera,

por mucha propiedad del orador,

por mucho que, aunque hubiera

rotunda mayoría,

no podría ni siquiera

quitarle este derecho, ni podría

decir: éste lo tiene y éste no;

– ¡es una iniquidad en demasía! –

éste sí lo posee, pues ya nació;

pero éste es sólo un feto: ¡a la mortaja!

 

        ¡Oh, Dios!, pregunto yo,

¿por qué así se rebaja

la humana dignidad?;

¿por qué de esta injustísima ventaja,

al tiempo de que se habla de «Igualdad»

y en el último colmo del descaro:

aún de «Fraternidad»?

¿Hasta cuándo aguantar sin un reparo

esta inmensa injusticia?

¿Hasta cuándo[3] – Señor – pondrás un paro

a toda la inmundicia

que existe y se respira

en aquellos Salones de Justicia

donde impera la Ley de la Mentira?

 

         Por eso me dirijo a los presentes

que siguen deteniendo la santa ira,

o siguen comodones e indolentes;

los invito a salir de su guarida,

y, entusiastas, auténticos, valientes,

luchar por la defensa de la vida.

Alejandro Esponda Gaxiola | Escritor y Poeta mexicano

 

[1] Pretende ser un despectivo de alguien que se jacta de ser diputado

[2] Vocablo que pretende reunir las ideas de “democracia” con la designación por “dedazo”; es decir, cuando las autoridades por el poder de su dedo, designan al candidato sin recurrir a la ciudadanía. Práctica muy frecuente en México desde 1929.

[3] Quosque tandem, exordio al inicio de la Primera Catilinaria de Cicerón

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