Pletórico el salón del parlamento;
el vestuario finísimo, impecable,
en espera solemne del momento
de que el legislador se yerga y hable.
Su paso es cadencioso y refinado,
la expresión de su porte es encomiable,
y proyecta, al llegar, desde el estrado,
su mirada profunda y enigmática.
Empieza su discurso el diputado
en forma coloquial, y hasta simpática,
ganándose a su público al instante,
pues domina la norma democrática
en forma impresionante.
Al abordar el tema «los derechos
humanos», argumenta lo importante
que las leyes gobiernen a los hechos
y que pueda por fin la humanidad
mirar completamente satisfechos
cual valores supremos: «Libertad»,
«Igualdad» para todos los humanos,
la más universal «Fraternidad».
Exige gran respeto por los «sanos»
principios de la voz parlamentaria,
que levanten sus manos
y apoyen su propuesta «humanitaria«:
que otorguen por derecho a la mujer
que la maternidad sea «voluntaria«,
que no puedan contra ella proceder
si al «producto» decide hacer a un lado.
Lo mismo es el «cortar el padecer»
en el anciano enfermo desahuciado;
y siendo muy realistas y conscientes
del futuro, – lo exige el diputado –
se eviten ya los seres dependientes
que serán una carga a la nación
y un sufrir de sus padres y parientes.
Al fin da el orador su conclusión:
que aborto, infanticidio y eutanasia
obtengan su total aprobación.
¡Hipócrita! ¡Maldita Democracia
que nos conduce a este infernal abismo!
Es toda una satánica falacia
que llena de mentira al silogismo.
Se erige en «defensora del derecho»
y ese derecho mismo
es vejado y maltrecho.
Hay un viejo refrán
muy sabio y muy bien hecho:
«no me defiendas compadrito Juan,
que mejor solo me defiendo yo».
Se quiere defender con loco afán
al acto humano libre; ¡pero no!:
eso no es libertad: ¡libertinaje!
O, ¿puede un delincuente que robó
argüir en su favor que el mismo ultraje
era un derecho que por sí él tenía?
O ¿cómo quiere que la ley trabaje
en pro de la más grande villanía,
como es el de matar a un inocente
con premeditación, alevosía
y la ventaja por demás patente?
Rebasa la más clara comprensión
que en vez de defender precisamente
a aquellos que merecen protección
como son los enfermos, los ancianos,
o los niños, hubiera una razón
que en lugar de tenerlos como hermanos
menores, o les diéramos abrigo,
se sigan argumentos burdos, vanos,
que concluyen que son ¡el enemigo
que habremos de vencer!
Diabólica raíz lleva consigo
– decirlo es menester –
este liberalismo demagógico,
pues pretende tener todo el poder
(y créanlo, por más parezca ilógico)
sobre la vida y también la muerte.
Así fue en el Pecado aquél teológico
del Primer Tentador, que quiso en suerte
ser idéntico a Aquél
que es infinitamente sabio, fuerte
y todopoderoso. Así, Luzbel,
Padre de la Mentira y la Patraña,
– pues es lo propio de él –
a todos nos engaña,
nos confunde, nos ciega,
nos envuelve y nos daña, …
Así es la Democracia cuando llega
a creer que puede prescindir
de Dios Nuestro Señor, a quien le niega
influencia en el humano devenir.
Si emite alguna ley, dice: ¡procede!,
aunque tenga que, a Dios, contradecir.
Lo que a este diputastro[1] le sucede,
pues cree en la Democracia todavía
como en un ídolo que todo puede,
es que intenta ganar la mayoría
a como dé lugar. Si necesario
lo fuera, pues también se ayudaría
de algunos centavitos del erario
o del partido (al cabo da lo mismo),
con tal de derrotar al adversario.
Supone este sistema de civismo
que el número – la sola cantidad –
es fuente del derecho; y con cinismo
haría de una mentira, una verdad,
con tal que consiguiera
tener un voto más que la mitad.
«Voluntad Popular«: ¡una quimera!,
engañosa, inmoral y disoluta:
presume de que todo lo tolera;
pero es intolerante en forma bruta
con aquel que no quiera tolerar
la tolerancia absoluta.
Por eso deberemos de luchar
contra esta democracia paleolítica,
liberal, dedocrática[2] y vulgar;
culpable, sin dudarlo, de esta crítica
situación de la Patria mexicana,
y alzar en su lugar una política
más congruente y más sana,
que contemple a la vida
– que toda vida humana –
desde que es concebida
hasta el día de su muerte natural,
lleva en sí y sin medida,
un valor infinito universal.
Pues es el ser humano poseedor
de un derecho de origen celestial,
que ni un legislador,
por mucha democracia que existiera,
por mucha propiedad del orador,
por mucho que, aunque hubiera
rotunda mayoría,
no podría ni siquiera
quitarle este derecho, ni podría
decir: éste lo tiene y éste no;
– ¡es una iniquidad en demasía! –
éste sí lo posee, pues ya nació;
pero éste es sólo un feto: ¡a la mortaja!
¡Oh, Dios!, pregunto yo,
¿por qué así se rebaja
la humana dignidad?;
¿por qué de esta injustísima ventaja,
al tiempo de que se habla de «Igualdad»
y en el último colmo del descaro:
aún de «Fraternidad»?
¿Hasta cuándo aguantar sin un reparo
esta inmensa injusticia?
¿Hasta cuándo[3] – Señor – pondrás un paro
a toda la inmundicia
que existe y se respira
en aquellos Salones de Justicia
donde impera la Ley de la Mentira?
Por eso me dirijo a los presentes
que siguen deteniendo la santa ira,
o siguen comodones e indolentes;
los invito a salir de su guarida,
y, entusiastas, auténticos, valientes,
luchar por la defensa de la vida.
Alejandro Esponda Gaxiola | Escritor y Poeta mexicano
[1] Pretende ser un despectivo de alguien que se jacta de ser diputado
[2] Vocablo que pretende reunir las ideas de “democracia” con la designación por “dedazo”; es decir, cuando las autoridades por el poder de su dedo, designan al candidato sin recurrir a la ciudadanía. Práctica muy frecuente en México desde 1929.
[3] Quosque tandem, exordio al inicio de la Primera Catilinaria de Cicerón