El orden mundial creado tras la Segunda Guerra Mundial que Trump quiere desmontar

Una lucha directa contra el globalismo

El proyecto político de Donald Trump va mucho más allá de EEUU. Trump ha decidido confrontar el sistema globalista impuesto tras la Segunda Guerra Mundial. Su propuesta es clara: romper con las instituciones internacionales que han limitado la soberanía de Estados Unidos y de otras naciones.

El viejo orden mundial surgió bajo la batuta del entonces presidente Harry Truman, quien en 1947 presentó una doctrina que definió el rol hegemónico de Estados Unidos. Su objetivo: contener a la Unión Soviética y promover una red de instituciones que aseguraran la influencia de Washington. Pero también, de forma encubierta, imponer una arquitectura globalista que ha degenerado en un sistema de privilegios para élites supranacionales.

Trump y el «America First»: una visión frontal

Desde el primer día, Trump prometió “hacer América grande de nuevo”. Pero detrás del lema se esconde una doctrina de soberanía nacional. Se opone al intervencionismo sin fin, al gasto militar en conflictos ajenos y a la sumisión a organismos supranacionales.

En su segundo mandato, ha decidido acelerar los cambios. “No estoy alineado con nadie. Estoy alineado con Estados Unidos de América y por el bien del mundo”, declaró en febrero. Con esa frase, resume su postura: sólo desde la soberanía se puede construir un orden justo.

El sistema creado tras la Segunda Guerra Mundial está agotado

Las instituciones creadas tras 1945 —como la ONU, la OTAN, el FMI y el Banco Mundial— han dejado de cumplir su función original. Ya no representan a los pueblos, sino a una élite globalista burocrática que no ha sido elegida democráticamente.

Durante décadas, republicanos y demócratas respaldaron esas estructuras. Se quejaban de su costo, pero nunca se atrevieron a cuestionarlas de raíz. Trump ha roto con esa complicidad silenciosa. Para él, estas instituciones son reliquias del pasado que impiden actuar con libertad.

Fin de las guerras eternas: Ucrania como ejemplo

Trump ha dejado claro que no quiere que Estados Unidos siga gastando recursos en conflictos ajenos. Hace un par de meses reprendió duramente al presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy, exigiendo responsabilidad. “Estás apostando con la vida de millones de personas. Estás apostando con la Tercera Guerra Mundial”, le dijo.

Trump se opone a enviar más ayuda militar a Ucrania. Quiere un alto al fuego permanente. Sin embargo, los combates continúan. Vladimir Putin ha intensificado los ataques en las últimas semanas. Trump busca desescalar, pero los globalistas quieren mantener la guerra para justificar la expansión de la OTAN.

¿Puede Trump retirarse sin parecer débil?

Muchos analistas temen que si Trump reduce su implicación en Ucrania, parezca débil frente a Rusia. Pero en realidad, su estrategia es realista. EE. UU. no puede ser el garante de la seguridad global sin obtener nada a cambio. Y menos aún mientras su economía se resiente.

Trump sabe que la guerra favorece a los intereses del complejo industrial-militar. Lo que él propone es poner fin a ese negocio de sangre, que alimenta a contratistas, burócratas y especuladores.

Diplomacia sin aliados globalistas

En el terreno diplomático, Trump actúa de forma directa. Negocia sin intermediarios. Eso le ha traído críticas, pero también resultados. En enero logró un alto al fuego entre Israel y Hamas, aunque duró poco. El intento revela su interés por la paz, no por el negocio de la guerra.

Las conversaciones con Irán siguen abiertas. Trump cree que pueden resolverse sin dilaciones. Los expertos izquierdistas y los globalistas lo critican, pero él ha demostrado que la voluntad política puede más que años de burocracia.

Política comercial: proteccionismo sin complejos

Trump ha sido implacable en su política económica. Ha impuesto aranceles a casi todos los países. Su objetivo es proteger la industria nacional. Quiere acuerdos bilaterales que beneficien a Estados Unidos. No confía en tratados multilaterales impuestos por burócratas.

Su principal rival es China, a quien acusa de prácticas desleales. Sin embargo, su enfoque ha generado tensiones con aliados. Aun así, Trump no cede. Defiende una economía basada en el trabajo, la producción y el control fronterizo.

El sistema globalista no se rinde fácilmente

Trump sabe que el sistema globalista no se dejará desmantelar sin pelear. Hay demasiados intereses en juego. Desde las fundaciones globalistas que financian ONGs izquierdistas, hasta los bancos centrales que imponen agendas económicas ajenas al pueblo.

Los foros de Davos, la ONU, la OMS y la propia UE actúan como custodios del viejo orden. No representan a los ciudadanos, sino a una red de poder sin rostro que dicta normas desde arriba. Trump lo sabe y por eso los enfrenta.

La amenaza a la soberanía de las naciones

Trump entiende que el verdadero peligro no es Rusia ni China, sino el globalismo izquierdista que pretende borrar las identidades nacionales. Ese globalismo promueve la ideología de género, el aborto, la inmigración descontrolada y la censura digital, donde la Agenda 2030, el multiculturalismo forzado y la ingeniería social son dogmas impuestos sin debate.

¿Podrá Trump lograr el cambio?

No será fácil. Los medios lo demonizan. Las élites financieras lo combaten. Pero Trump cuenta con el apoyo de millones de ciudadanos que ven en él una oportunidad histórica.

Su reelección ha reactivado un movimiento que defiende la familia, la patria, la libertad religiosa y la economía real. Su fuerza radica en hablar sin miedo, en denunciar lo que otros callan.

Una batalla que también se libra en Europa

El cambio que impulsa Trump tiene eco en Europa. En países como Hungría, Rumania, Polonia o Italia, surgen líderes que cuestionan el dominio de Bruselas. La soberanía nacional vuelve a ser una bandera legítima.

España no puede permanecer al margen. Los partidos del régimen bipartidista, los comunistas y el separatismo han entregado nuestro destino a burócratas extranjeros.

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