Guerra comercial.
El aterrizaje de Joe Biden como presidente de los EEUU fue recibido en la capital comunitaria con gran alivio y con la esperanza puesta en restaurar los puentes quemados durante la era Trump. Pero la luna de miel duró poco. La caótica y unilateral retirada de Afganistán, el acuerdo de submarinos AUKUS o la presión para que los europeos sean más asertivos con China fueron el aviso a navegantes de un terreno que ha terminado de fertilizar con la guerra en Ucrania. Mientras en Europa sienten el aliento y las consecuencias directas del conflicto que se libra a sus puertas y que los está afectando directamente a ellos, los norteamericanos lo rentabilizan con enormes beneficios en torno a la venta de gas natural licuado o de armas. Algo que empieza ya a irritar a los socios de este lado del Atlántico porque se está haciendo a costa y el sufrimiento de los europeos.

Pero el foco de tensión que ha hecho aflorar todas las tensiones ha sido la puesta en marcha de la Ley de Reducción de Inflación de Biden. Con una artillería financiera de 369.000 millones de euros, el plan de Washington para subsidiar las tecnologías verdes ha hecho saltar las alarmas en Bruselas. La UE lo siente como un retroceso proteccionista y desleal de su principal aliado, que asestará un enorme golpe a la industria europea, especialmente a las compañías renovables y automovilísticas.

En paralelo, Bruselas abre la puerta a aumentar sus ayudas de Estado para compensar la jugada norteamericana. Pero a menos de dos años de las elecciones norteamericanas, la batalla comercial entre sendos bloques parece no haber dicho todavía la última palabra.

Guerra en Ucrania

Una de las principales consecuencias que ha dejado la guerra de Rusia en Ucrania es el fortalecimiento de una OTAN que poco antes era definida por el propio Macron como en «muerte cerebral». Con este rearmamento, la presencia militar de Estados Unidos en Europa se ha multiplicado, depositando el doble de medios en las fronteras del flanco oriental o la primera base permanente en Polonia.

Estados Unidos y la UE han caminado de forma paralela y conjunta para evitar uno de los grandes propósitos de Vladímir Putin: la división de Occidente. Aunque es cierto que la unidad ha prevalecido sobre los choques, también lo es que hay puntos de vista diferentes en materias sagradas.

Fisuras similares emanan sobre cómo encarar las negociaciones hacia la paz. Desde la Casa Blanca se han aireado comentarios hacia el diálogo con Putin, sugiriendo incluso la idea de concederle territorio como estrategia para sellar la paz. El canciller alemán Olaf Scholz o el galo Macron también han secundado en alguna ocasión la necesidad de mantener canales abiertos con el Kremlin. En el otro lado, desde Lituania o Polonia abogan por arrinconar a Putin hasta las últimas consecuencias.

Gas y armas

El regreso de la guerra abierta en el Viejo Continente puso a la UE contra el espejo de su enorme dependencia energética de Rusia. Antes de la contienda, países como Alemania compraban más de la mitad de su gas a Rusia. Pero apostar todos los huevos a la misma cesta durante años -porque era mucho más barato- les ha salido caro. Una de las prioridades de Bruselas desde el inicio de la invasión ha sido desligarse de la energía rusa. Y para ello ha tenido que buscar mercados alternativos a contrarreloj. En un momento de inestabilidad y volatilidad brutal de los precios de la electricidad, los hidrocarburos son más escasos y más caros.

Uno de los grandes beneficiados -si no el que más- de este cambio de cartas ha sido Estados Unidos, el mayor oponente a las tuberías del Nord Steam I y II. El gigante norteamericano está acumulando grandes ganancias en torno al aumento de los precios del gas. Un mes después de la guerra, Bruselas y Washington cerraron un macro contrato mediante el cual EEUU se compromete a enviar 50.000 millones de metros cúbicos de gas para 2030. El GNL se ha erigido como la principal alternativa al gas ruso en la UE. Y EEUU ha aprovechado el momento erigiéndose como mayor suministrador del mundo durante este año.

En paralelo, la guerra en Ucrania ha aumentado la demanda de armas de fuego estos meses en el mundo. El grueso de la UE ha destinado 8.000 millones de euros para armar a Ucrania, el 45% de lo invertido por Estados Unidos, según las cifras que maneja Bruselas. La cuestión es que la mayoría de este material bélico se está produciendo en el otro lado del Atlántico, impulsando las industrias de este país, mientras las europeas no dan abasto en un momento en el que, además, los Ejércitos de muchos países como el alemán o el belga empiezan a tener problemas de reservas.

En definitiva, camino del décimo mes de combates, la fase que se abre en el futuro amenaza con agudizar las fricciones existentes entre Europa y EEUU. Los europeos, con una inflación récord que supera los dos dígitos, están sintiendo los efectos de forma más punzante que los alejados estadounidenses. En definitiva, mientras Europa pierde, EEUU gana.

(Con información de VozPopuli)