El 25 de septiembre de 1941 se creó el Instituto Nacional de Industria (INI) como una entidad totalmente estatal. El objetivo fue el de financiar y propulsar la creación de industrias, que no existían en la penuria económica provocada por la Guerra Civil. Se crearon grandes empresas como SEAT, ENDESA o ENSIDESA. En definitiva, se intervino la economía para crear un tejido industrial que no existía, de esta forma se consiguió un crecimiento que fue necesario para superar las carencias de la posguerra. Claro queda, que la medida fue tomada en un momento de extrema gravedad, con la esperanza de que la iniciativa privada se recuperase.
Ni que decir tiene, que medidas similares se habían adoptado pocos años antes en países como Estados Unidos. La Gran Depresión provocada por el crack financiero de 1929, obligó a generar una política de regulación de la economía y de protección social. El Estado promovió tener un papel activo, superando el laissez-faire, de los años anteriores. De esta manera se cimentaron las bases para la economía futura de libre comercio, ya que éstas fueron medidas transitorias, que al igual que en España, se tuvieron que tomar de forma urgente y casi desesperada.
Pues bien, conocidos los antecedentes históricos oportunos, nos encontramos con que nuestra Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ha tenido una revelación. Impulsa la creación de una “agencia industrial pública y un banco público de inversión”. ¿Qué le dirán ahora sus compadres coruñeses cuando se den cuenta de que su fémina más ilustre del siglo XXI, pretende resucitar una entidad que instauró el general Francisco Franco? Doy por seguro, que su idea no será la misma, tendrá su componente comunista copiada de la antigua URSS, con ese tinte rancio de los planes quinquenales estalinistas o vete tú a saber.
El plan da miedo, en manos de esta ministra claro, que no para de asfixiar a las contrataciones, a las empresas privadas, al campo, a las energéticas, a la banca y a todo lo que le suene a capitalismo, que por otro lado es el que nos da el estado de bienestar en el que vivimos, y del que ella se aprovecha llevando esos modelitos tan monos. Ahora se declara fan de Zara, cuando hace pocos años hablaba de Amancio Ortega como de una representación terrena de Belcebú, que evadía impuestos y ayudaba a la explotación infantil en países del sudeste asiático. Al menos que le sienten bien los modelitos de Zara; los gallegos, más humildes que ella, le agradecerán que deje en paz a una empresa en la que se gana más de la media del sector, y además es un ejemplo empresarial y de mecenazgo.
El plan de la ministra dice lo siguiente: “Refuerzo de la participación del Estado en empresas y sectores estratégicos a través de los instrumentos financieros y empresas públicas de las que dispone, promoviendo la creación una agencia industrial pública y un banco público de inversión con recursos suficientes a partir de los fondos públicos de apoyo a la empresa dependientes de los diferentes ministerios, así como la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales y el resto de instituciones financieras públicas».
Lo dicho, lo mismo que se hizo en España en el año 1941, pero con otro nombre y con intenciones inciertas. Sí es verdad, que con respecto al plan original tiene una diferencia considerable. Apuesta por la “centralidad en la transición ecológica”, me parece que ya nos hemos torcido, ¿qué significa eso?, y continúa: “de manera que España pueda aprovechar la ventaja competitiva que aporta la energía renovable en el contexto de relocalización productiva a nivel global. Lo de relocalización productiva, me ha dejado relocalizado… En fin, esto al gobierno de Franco no se le ocurrió, luego algo de original sí tiene.
El plan continúa con sus exigencias de tal forma que prohibirá a las empresas deslocalizadas provocar despidos colectivos, las obligará a devolver la totalidad del importe de la ayuda pública y siempre se realizará la transmisión de empresas cuando se presente un plan de viabilidad a la autoridad laboral. Me parece que las condiciones para acogerse al plan estatal no presentan las facilidades con las que, estoy seguro, anunciarán el proyecto. En este caso el ministerio se protege con medidas de difícil cumplimiento para empresas que se encuentren en dificultades. A esto hay que sumar que será obligatorio la “participación de los agentes sociales”. Imagino que lo que pretenderá será aumentar la acción de los sindicatos en las empresas solicitantes, luego se acabó la quimera, estarán abocadas al hundimiento por exceso de burocracia y defecto de productividad. Nada nuevo.
El plan tiene una medida estrella como guinda o colofón a todo lo anterior, y es: “Impulso de participación de personas trabajadoras en las empresas industriales y, en particular, en las cooperativas”. Esta medida, que es razonable, bien planteada no se podría rechazar, aunque siempre aclarar, es una medida poco novedosa. Le voy a contar a nuestra ministra una historia verdadera, no basada en hechos reales como se pone en las películas, que creo que le va a gustar.
Durante la posguerra española, el país quedó desolado, la población pasó una cantidad de penurias poco entendibles hoy en día. La inversión no existía, y la autarquía era el medio de salvar el día a día. En este contexto, un visionario emprendedor del norte de España decidió crear una escuela fundacional para los jóvenes de su pueblo, la llamó Escuela Profesional Politécnica, fundada en 1952 por el ministro Ruiz Jiménez, con capacidad para mil alumnos, empezó con ciento setenta. Para los más pequeños fundó en 1966 Alecoop (Actividad Laboral Escolar Cooperativa) dedicada a jóvenes que necesitaban trabajar al mismo tiempo que estudiaban. A los empresarios a los que les solicitaba fondos para ayudar a la causa les convencía arguyendo que: “la educación es la mejor forma de inversión”. Así se fueron conformando distintas sociedades a las que se incorporaban los estudiantes que habían salido de la escuela cooperativa. Las sociedades tuvieron un carácter heterogéneo: cocinas, fundición, rectificadores de corriente alterna, etcétera.
Nuestro protagonista, viendo el resultado próspero de su iniciativa tuvo otra idea brillante, la empresa debía estar constituida por todos los que colaboran en ella: trabajo, capital y empresario. Y de esta manera nació la primera cooperativa en 1955, la Cooperativa Ulgor. El crecimiento del grupo iba tomando dimensiones considerables de tal forma que hubo que fundar una Caja Laboral Popular y una Aseguradora. José María, que era el nombre del artífice de todo esto decía: “el que tiene que decir algo tarde o temprano lo dice, y tarde o temprano le escuchan”.
El protagonista de toda aquella epopeya vasca fue el sacerdote don José María Ariznabarreta que fundó la Cooperativa Mondragón y que da trabajo a alrededor de 70.000 personas en la actualidad. Las empresas más importantes que creó don José María son el Grupo Industrial Fagor, la Caja Laboral Vasca, Seguros Lagun-Aro, entre otras. A día de hoy lo forman más de 100 cooperativas de trabajadores. Mire señora ministra, lo que usted nos va a proponer ahora, está inventado desde hace años y además funciona de forma muy eficiente con la iniciativa privada, sin necesidad de intervención, ni manoseo, por parte del Estado.
Para finalizar, le diré que don José María también pensó en las mujeres, ¡fíjese usted, la rancia iglesia católica del franquismo! Creó Auzo-Lagun, que fue una cooperativa de mujeres casadas, con el objetivo de hacer compatible su actividad industrial con el trabajo en casa. ¿Qué le parece?. ¡Le animo a superarlo!
José Carlos Sacristán | Colaborador de Enraizados
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3 comentarios en «¿Refundamos el INI Sra Ministra? | José Carlos Sacristán»
Muy bien D. Jose Carlos Sacristan, pero que pena que mencione tanto a Franco y no al fundador del INI D. Juan Antonio Suanzes Fernandez que fue el que tuvo la idea y fue su Presidente durante décadas. Para la siguiente tal vez…..
Qué interesante, muy buen artículo, gracias!
Le animo a la Sra. Ministra de Trabajo a que impulse el mundo de la empresa cooperativa.