Primavera republicana | Javier Toledano

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La primavera, la sangre altera. La primavera o “primer verano” trae consigo una efervescencia vital desmelenada tras la austeridad del riguroso invierno. Las florecillas cubren la verdinal campiña, los arroyos bajan cantarines, a nuestros oídos llega el alegre tintineo de las esquilas de las vacas y las ardillitas roen los frutos de los árboles. Siempre ha sido así, incluso a pesar del alarmante y tenebroso cambioclimatismo al que hemos sido, velis nolis, anclados conceptualmente. En Cataluña, para reflejar ese estallido de vida, se dice atinadamente y con gracia (de la que no andamos muy sobrados): a l’estiu, tota cuca viu (“en verano, todo bichito asoma la mano”, en una literaria traducción).

Y en Barcelona, ese exuberante fenómeno de florescencia primaveral se aprecia cada año (es la implacable ley del “eterno retorno”) en la llamada “Primavera Republicana”, que es cuando el ayuntamiento de la ciudad condal, lo mismo con la inolvidable Ada Colau (embarcada en una flotilla rumbo a Gaza) que ahora con Collboni (PSC), engalana marquesinas, farolas y estaciones de metro, no dejando rincón sin decorar, con abundante cartelería anunciadora de numerosos eventos (conciertos, recitales de poesía, danza, exposiciones, conferencias), invirtiendo en ello una partida presupuestaria importante para recordarnos que, por mandato municipal, somos republicanos. La vara de la alcaldía muta en divinal tirso dionisíaco que despierta a la vida todo aquello que toca.

De modo que al curioso le da por huronear en el programa de actividades para penetrar el secreto de la motivación de la citada campaña y se topa con lo obvio. Nada nuevo bajo el sol. Ni una palabra sobre republicanismo como forma de gobierno. Cero. Y todos los ítems, sin excepción, nos remiten a los pretendidos y grandes avances sociales de la II República, a su inmaculada pureza democrática, a la ejemplaridad sin tacha de sus dirigentes… de izquierdas, claro es. Acabáramos: la edad de oro del más aquilatado “progresismo”.

Todo en su conjunto es un tenderete de nostalgia y exaltación “segundorrepublicana” en su versión “frentepopulista”. Para muestra un botón. Los diferentes carteles de las sucesivas ediciones de la primavera republicana de Barcelona, que no es ni la de Praga ni la de El Corte Inglés, traen cromática quintaesencia de la bandera tricolor, esto es, la bandera-fake de la II República. Esa bandera de la que dijo el General Vicente Rojo, paladín de las armas republicanas, que no respondía a una aspiración nacional, ni siquiera popular. La bandera republicana era desconocida por la inmensa mayoría de los españoles y reemplazó una bandera nacional por una bandera partidaria y, con ello, sólo consiguió dividir España… palabras textuales del militar.

Banderas que hoy no faltan en todas las verbenas LGTBI+ y en las manifestaciones de los liberados sindicales previas a pantagruélicas comilonas (¡A las mariscadas…!), pero que jamás llevamos los españoles del común al estadio para animar a nuestra selección nacional… aun siendo sus directivos y seleccionador unos indeseables. Bandera-fake digo, y gafada también, pues aquel mítico abanderado en la Puerta del Sol (abril de 1931), el teniente de ingenieros Pedro Mohíno, inmortalizado en una fotografía subido a un taxi y haciéndola ondear, fue fusilado, al cabo de unos pocos años, por sayones de su misma bandería.

En resumidas cuentas, que a la mayoría inmensa de nuestros republicanos les importa un bledo el republicanismo. Luego en España no hay verdaderos republicanos. No existe un republicanismo nacional como no hay una izquierda nacional. Hay, cómo no, añoranza de la Segunda República, excluidos, claro es, los mandatos de la derecha. En España el republicanismo es sinónimo de Frente Popular, de fraternal conchabanza con los nacionalismos disgregadores, de monopolio de una izquierda sectaria que coloniza todas las instituciones y declaradamente anti-nacional, más avergonzada de España que incluso la de aquel entonces. Una izquierda que a poco acabará reivindicando, sin demasiados escrúpulos, la memoria sombría de las checas y de los paseíllos, como blanquea en la hora presente la trayectoria de ETA, de sus zulos, de sus atentados y de sus pistoleros.

Javier Toledano | escritor

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