Pablo Hasél e Isabel Peralta, las consecuencias de banalizar el discurso del odio | Alejandra Soto

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Con la detención de Pablo Rivadulla (Pablo Hasél) y la investigación del Ministerio Fiscal a Isabel (Medina) Peralta se desata un nuevo debate, tan jurídico como social, que ya estaba tardando demasiado en ponerse sobre la mesa: Qué ampara la libertad de expresión, dónde comienza el discurso del odio y por qué ahora cualquiera puede ser tachado (o ensalzado) de fascista. Éste artículo no busca dar una clase de derecho, sino poner algo de sentido común a la “nueva normalidad” que nos ha tocado vivir.

Cuando hace unos días ardía tanto la ciudad de Barcelona, reivindicando la libertad de expresión del “rapero”, como las redes sociales, exigiendo la detención de la “antisemita”, la doble vara de medir, de todos estos especialistas en libertad de expresión y discurso del odio, se hizo la auténtica protagonista de la jornada. Ya veníamos riéndonos de conceptos como autoritarismo o racismo, desde que el partido “autoritario y racista” por excelencia (para nuestros medios de comunicación) se convertía democráticamente en la cuarta fuerza política en Cataluña, bajo el liderazgo de un “negro” de raíces afro-europeas. Pero ahora la cosa iba mucho más allá.

Pablo e Isabel, son las dos caras de una misma moneda, el uno llamando franquista a toda institución pública, siendo nieto de uno de los militares franquistas más afamados en la lucha contra los maquis (el teniente Andrés Rivadulla), y la otra poniendo al pueblo judío de vuelta y media, llevando ella misma un apellido sefarad (judío español). La ignorancia siempre fue atrevida. Uno justifica – e incita a la comisión de – atentados terroristas, la otra niega el Holocausto y culpabiliza a los judíos de los males actuales. Pero ¿qué tienen en común? Lo mismo que todos aquellos que se atreven a criticar a uno y ensalzar al otro, en vez de rechazar a ambos por igual: condicionan el valor de cada vida humana a su ideología, pues la dignidad es un concepto que ni les va, ni les viene. No tiene más. Un joven de 32 años que se niega a madurar y una chica de 18 años que se cree demasiado mayor. A uno le dijeron que podía decir cualquier cosa, porque solo la derecha cometía delitos de odio, y a la otra que dijera lo que quisiese, pues igualmente la tacharían de incitar al odio por no seguir el discurso de lo políticamente correctoet voilà, se hizo la magia.

¿Y quiénes son los verdaderos culpables? Pues para mí, como si de una nueva forma de prostitución se tratara: lo son los clientes, los seguidores, los que les ríen las gracias, los que les animan con su apoyo o incluso con sus insultos, los que dan voz y aumentan la repercusión de sus discursos, los que llaman “ultra” a todo lo que se opone a su forma de pensar, los que desde hace años intentan imponer ideologías sectarias en las escuelas y desde luego todos aquellos que ordenan tomar las calles cuando no salen las cosas como ellos quieren, porque no teniendo nada mejor que aportar, se limitan a vivir del revanchismo, el odio y la confrontación.

¿Acaso soy la única que ve en estos dos personajes el pico de un iceberg que aún no ha terminado de salir a la superficie? Sinceramente, espero que no. Como escribiera J. K. Rowling en uno de sus afamados libros Tiempos oscuros y difíciles nos aguardan. Pronto deberemos elegir entre lo que es correcto y lo que es fácil”.

Alejandro Soto | Abogada

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