Menos familias, más conflicto social | Mariano Martínez-Aedo

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

Lamentablemente nos adentramos en un futuro cada vez más negro.  Crisis moral, crisis económica, crisis nacional, crisis energética, etc.  Y todo ello es grave, y nos debe preocupar, pero como pasa en los edificios, es más fácil ver las goteras que los fallos en los cimientos.

En efecto, a todos esos problemas gravísimos, se dedican editoriales, propuestas, debates (aunque muchos sean manipulados ideológicamente) pero al menos se ve y llega a la gente, especialmente los que sufre directamente.  Pero hay graves problemas sociales que sólo salen a la luz esporádicamente cuando se publica alguna estadística o se produce algún acontecimiento que pueda llamar la atención sobre ellos, por ejemplo, la baja natalidad y la crisis demográfica asociada.

Y hay otros problemas/crisis que no salen a la luz porque no hay estadísticas ni reportajes, pero que existen y van carcomiendo nuestros cimientos sociales, hasta que puedan ser visibles sólo cuando sus consecuencias surjan devastadoramente, demasiado tarde ya para poder reaccionar.  Como el cáncer necesita ser detectado cuanto antes para poder combatirlo, es necesario traer a la luz estos problemas.

Me refiero a algo difícil de definir:  a la “desfamiliarización” de la sociedad.  En España (y en todo nuestro mundo occidental) cada vez la gente se casa menos, se casa más tarde y son más frágiles esos matrimonios, ya que una gran parte se rompen.  Aparte de otras consecuencias bien conocidas y, al menos, comentadas y denunciadas por diversos grupos y expertos, hay un aspecto que quiero analizar en este artículo: la responsabilidad y la cohesión social.

A primera vista puede parecer algo teórico y difuso, pero es innegable que para que una sociedad exista y funcione necesita unos valores comunes, una cohesión entre sus integrantes, unos ciertos objetivos compartidos, una solidaridad entre sus miembros.  Pues bien, aparte de otros problemas que puedan afectar a esta unión social (como el nacionalismo disolvente o la inmigración ilegal masiva), aparece cada vez más el grave problema intergeneracional.  Muchos dirán que no es tan grave, que siempre han existido roces e incomprensiones entre distintas generaciones y lo desdeñarán como un problema menor frente a tantos graves retos a los que nos enfrentamos.

Pero esa ceguera ante su aparente tono menor, es uno de los aspectos más peligrosos de este problema, ya que impide calibrar su impacto antes de que pueda llevar a mayores consecuencias.  Efectivamente, siempre han existido esas diferencias, y es normal que en una sociedad moderna, donde los cambios son mucho más rápidos y mayores, parezcan ser mucho mayores esas diferencias.  Sin embargo, hay un parámetro que no tienen en cuenta y es esa progresiva reducción de la presencia familiar en la sociedad.  Y la diferencia es radical.  Las personas de una generación podrán sentirse muchas veces extrañas en valores, gustos y planteamientos a los de las demás, pero si viven dentro de una familia auténtica, tienen una conexión vital con esas otras generaciones que se impone para vivir en una armonía básica, si no, esas diferencias pueden crecer y fundamentar sentimientos de oposición radical en cuanto a intereses y planteamientos, llevando a una auténtica fractura social.

Pensemos en los pensionistas, si no tienen hijos (y todavía más si no tienen nietos) pasarán de defender razonablemente sus derechos e intereses, a intentar imponerlos hasta el máximo aunque la sociedad “reviente”.  En cambio, si tienen familia, tenderán a buscar que sus necesidades no aplasten a sus descendientes y serán razonables en la búsqueda de un compromiso.  Por el contrario, los jóvenes (y no tan jóvenes), cada vez menos capaces de formar familias, ven como se les brea a impuestos para mantener un sistema elefantiásico, donde se les exprime fiscalmente para mantener unas pensiones y unos sistemas de salud y protección sobredimensionados respecto al aporte de sus beneficiarios, y sienten el temor a que cuando ellos lleguen “no tendrán pensión” o (más razonablemente) tendrán unas pensiones y condiciones mucho peores, debido al enorme déficit que se va creando para mantener esa situación, que ellos sufren como tremendamente injusta para ellos.  Igualmente ven como los jubilados, debido a su enorme poder de voto, aseguran esa desproporción tributaria/asistencial, y empiezan a plantearse si no habría que limitar ese voto de los mayores para asegurarse sus privilegios.

Como se ve, sin la familia como vínculo de estructuración social, cada grupo, cada generación tenderá a pensar más exclusivamente en sus intereses y en buscar cómo asegurarlos en contra de los demás.  Es decir, sin la familia, la sociedad se disgrega y se enfrenta cada vez más.

Otro efecto terrorífico de la exclusión de la familia como horizonte vital de más gente cada vez, gracias esas ideologías, a esa cultura políticamente correcta que se nos impone por los medios y los gobiernos de turno, por esa sociedad antifamiliar, donde ni la vivienda, ni el entorno laboral, ni las políticas públicas ayudan, sino todo lo contrario.

En definitiva, cuanto menos familia tengamos, habrá más insolidaridad y más enfrentamiento social.  Y, sin embargo, siguen empeñados en promover cualquier cosa menos la familia, el gran obstáculo para sus obsesiones ideológicas.

Mariano Martínez-Aedo es Presidente del Instituto de Política Familiar (IPF)

 

 

Deja un comentario