1. El franquismo prohibió los partidos causantes de la guerra civil y deseosos de entrar en la mundial, los de las chekas, del robo de inmenso patrimonio histórico… Debido a ello acusan al franquismo de perseguir la libertad, lo cual suena algo raro: había libertad en general, aunque no para ellos.
2. Aunque los partidos del frente popular fueron prohibidos en el franquismo, solo los comunistas lucharon contra él, muy poco los anarquistas y nada o casi nada los socialistas, separatistas y republicanos. No se tomaron muy a mal la prohibición, sino que se acomodaron al régimen y prosperaron en él. Solo pasaron a “luchar” años después de muerto Franco. Con heroísmo, eso sí.
3. Dado que el franquismo apenas tuvo oposición, salvo la “democrática” del PCE, el balance del antifranquismo debe examinarse por lo que hizo después de Franco.
4. En la transición, el antifranquismo impulsó la ruptura, para basar el nuevo régimen en la supuesta legitimidad del frente popular. Su postura fue abrumadoramente rechazada en referéndum popular de diciembre de 1976: el pueblo decidió que la democracia debía venir DESDE el franquismo y no CONTRA él. La cuestión de la legitimidad es esencial, pues en ella se fundarían las políticas concretas en la democracia.
5. Derrotada la ruptura, sus promotores, que nunca habían sido demócratas, optaron por la vía indirecta de desacreditar al régimen del que procedía la democracia mediante una agresiva y persistente campaña subvencionada con dinero público desde los medios, la enseñanza y la universidad.
6. Las campañas de opinión lograron imponer progresivamente el fundamental fraude histórico de identificar antifranquismo con democracia. En tal caso, los verdaderos demócratas habrían sido el PCE, la ETA o el GRAPO, y los demás partidos cómplices activos o pasivos del régimen anterior, desfigurado con los más negros colores.
7. Un fraude de tal alcance político fue posible porque los partidos salidos del franquismo (UCD, PP), no solo se inhibieron de cualquier réplica, sino que procuraron asfixiar las resistencias espontáneas. En 2002, el PP de Aznar se sumó oficialmente al discurso histórico-político de los “antifranquistas de después de Franco”. Anulaba así el referéndum del 76, legitimaba las políticas inspiradas en el frente popular, y hacía entrar la democracia en involución.
8. Puede decirse que a principios del actual siglo, la izquierda y los separatistas habían ganado de lleno la batalla cultural. Sus derivaciones políticas se verían pronto en las políticas del propio Aznar, de Zapatero, Rajoy y Sánchez.
9. Hubo, sin embargo, un tropiezo: a principios de siglo empecé a publicar, con éxito inesperado, una versión que desmantelaba por completo el relato histórico político de la izquierda y el PP. El PSOE se vio obligado a reaccionar con políticas de cancelación y, más grave aún, con imposición de la ley totalitaria de “memoria histórica”.
10. La ley de memoria y la siguiente no solo es radicalmente inadmisible en democracia. Supone, además, que unos políticos reconocidamente corruptos e ignorantes, puedan dictar a la población sus puntos de vista. Demuestra, además, que dichos políticos se identifican con los asesinos y torturadores de las chekas abandonados por sus jefes, juzgados y ejecutados en la posguerra, al tratarlos de “víctimas”.
11. La involución impuesta por Aznar en 2002 tenía que abocar antes o después al golpismo abierto, y ello ocurrió con el “referéndum” de Cataluña en 2017, de hecho facilitado por el PP. El golpe fue vencido solo muy a medias hasta derivar, por maniobras e intrigas antdemocráticas en la amnistía anticonstitucional de 2014, que acababa con el régimen de la Constitución del 98, o lo que le quedaba (muy poco) de democrático.
12. Sin entrar en más detalles: el PSOE llegó al poder pretendiendo que el franquismo fue un régimen corrupto y prometiendo “auditorías de infarto” de empresas y personajes del régimen anterior. Ninguna auditoría dio resultado y el tema fue prudentemente olvidado. En cambio la corrupción, ante todo moral y política, no solo económica, puede considerarse una seña de identidad definitoria del antifranquismo.
Pío Moa | Historiador y escritor



