Eldar Mamedov es un experto en política exterior con sede en Bruselas y amplia experiencia en diplomacia internacional y política europea. Exdiplomático letón, actualmente es miembro no residente del Quincy Institute for Responsible Statecraft y miembro del Pugwash Council on Science and World Affairs.
Rafael Pinto Borges le entrevistó para de europeanconservative.com sobre la guerra de Ucrania, la ineptitud de la política exterior de la élite de la UE y el proceso de paz liderado por el presidente Trump. Por su interés reproducimos dicha entrevista.
La guerra en Ucrania ha acelerado un orden global multipolar, con potencias como China e India ejerciendo su influencia. ¿Está Europa siendo marginada como consecuencia de la ineptitud de sus líderes?
La guerra de Ucrania ha impulsado un orden global multipolar, con China e India asumiendo el liderazgo mientras Europa se tambalea, en parte debido a la asombrosa ineptitud de sus líderes. La influencia del continente está disminuyendo, no solo porque el mundo esté cambiando, sino porque su clase política, personificada por figuras como la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y la alta representante para la política exterior, Kaja Kallas, ha fallado en la respuesta con una mezcla de arrogancia, belicismo y miopía estratégica. Europa está siendo marginada, y es ella misma la culpable.
Empecemos por el panorama general: la multipolaridad está aquí.
Mientras los líderes de la UE intentaban abordar la guerra en Ucrania desde la perspectiva de «democracias versus autocracias», India ha absorbido el crudo ruso, incrementando las importaciones del 2% al 20% de su suministro desde 2022. India está ejerciendo su poderío económico sin concesiones a las retóricas devociones democráticas. China e India se burlan de las sanciones, al igual que otras naciones del grupo BRICS, como Brasil, Nigeria, Sudáfrica y otras. Tras la última expansión, los BRICS representan ahora hasta el 54% de la población mundial y el 42% del PIB global. Esto hace que el «orden basado en normas» de Europa suene más a una cámara de resonancia regional que a un concepto verdaderamente universal. El PIB de la UE aún eclipsa al de Rusia en una proporción de 11 a 1, pero su lento crecimiento del 1-2% y sus problemas energéticos palidecen al lado del dinamismo de Asia. Europa todavía no es irrelevante, pero está perdiendo el rumbo.
Ahora veamos a los líderes de la UE. Von der Leyen impulsó un régimen de sanciones que provocó un aumento del 40% en los precios de la energía desde 2022, la industria alemana está perdiendo empleos y la inflación se sitúa en el 5% en 2025, mientras que el PIB de Rusia se mantiene en el 3,2%. Su ostentación en Kiev, que alimenta las esperanzas de la adhesión de Ucrania a la UE, ignora los propios límites fiscales del bloque; los 149.000 millones de dólares en ayuda desde 2022 consisten principalmente en préstamos que Kiev no puede devolver, y las estimaciones de reconstrucción (524.000 millones de dólares, según el Banco Mundial) eclipsan el presupuesto anual de la UE (185.000 millones de euros).
Kaja Kallas, ex primera ministra estonia y actual jefa de política exterior de la UE, es una férrea. Sigue presionando por una «derrota rusa», tan probable como la nieve en julio. Su retórica es desquiciada: insta a Europa a disuadir a China junto con Rusia. Considera a Irán una amenaza global. Todo al mismo tiempo. Pero la UE aún necesita la fuerza estadounidense para respaldar esta bravuconería. Y, sin embargo, Kallas se convirtió en persona non grata de facto en Washington, y el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, canceló a última hora una reunión programada con ella después de que intentara sermonear al secretario de Defensa, Pete Hegseth, sobre Rusia en la conferencia de seguridad de Múnich. Kallas está arrastrando a Europa a una confrontación en múltiples frentes que no puede ganar.
Esta ineptitud margina a Europa porque malinterpreta el poder. A China e India no les importan las moralizaciones de Bruselas; pactan con quien pueden. La UE ha gastado miles de millones de dólares en armar a Ucrania, pero Rusia sigue en pie, y las potencias asiáticas apenas lo notan. Mientras tanto, las industrias europeas se resienten, y según encuestas del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y YouGov, la mayoría de los países europeos están a favor de un fin negociado de la guerra en Ucrania, no de una guerra interminable.
Ha criticado la gestión del conflicto entre Ucrania y Rusia por parte de la UE, calificándola de excesivamente ideológica. ¿Qué medidas prácticas podría tomar Europa ahora para negociar un acuerdo de paz?
Una estrategia realista para Europa sería dejar de lado los eslóganes sobre apoyo incondicional “durante el tiempo que sea necesario” a los objetivos maximalistas y centrarse en cambio en la dinámica de poder, los incentivos para poner fin a la guerra y los compromisos viables.
En primer lugar, la UE, o sus principales miembros, como Alemania y Francia, deberían reanudar la diplomacia con Rusia. Abandonar la retórica moralista y demostrarle a Rusia que Europa se toma en serio el fin de la guerra. Eso significa dialogar directamente con Putin, no solo con Zelenski.
¿Qué podría implicar eso? Primero, reconocer las realidades territoriales. Crimea ha desaparecido de facto; Rusia no la va a devolver sin una lucha que Europa no puede ganar a un precio aceptable. El Donbás es más complicado, pero un conflicto estancado en la línea del frente actual podría ser la opción menos mala. Existe margen para negociar sobre las fronteras. Hablamos de acuerdos de facto, no de un reconocimiento de iure del control ruso.
A continuación, debe haber un debate serio sobre qué tipo de garantías de seguridad se pueden brindar a Ucrania. Insistir en una futura membresía en la OTAN es imposible. La UE debería sumarse a la administración Trump y eliminar ese punto de la agenda. En cambio, el estatus neutral de Ucrania debería ser codificado, no solo verbal. Una fuerza multinacional bajo mandato de la ONU, que excluya a los soldados de los países de la OTAN y Rusia, debería desplegarse en una zona desmilitarizada a lo largo de la frontera.
Luego, ofrecer incentivos económicos a ambas partes para poner fin a la guerra. Ofrecer a Rusia la reintegración a los mercados europeos, la reanudación del comercio de gas y una vía para el levantamiento gradual y condicional de las sanciones, todo ello sujeto al fin de la guerra. En el caso de Ucrania, redoblar los fondos de reconstrucción como incentivo para firmar un acuerdo.
La reconstrucción posbélica en Ucrania podría costar cientos de miles de millones. ¿Puede Europa, dada su difícil situación económica y fiscal, realmente asumir los costes? ¿O le parece que la adhesión de Ucrania a la UE es tan idealista como la incorporación de Kiev a la OTAN?
La reconstrucción posbélica en Ucrania es, sin duda, un desafío monumental. A finales de 2024, el Banco Mundial estimó la cifra en 524 000 millones de dólares durante la próxima década.
La situación económica de Europa dista mucho de ser optimista. El PIB colectivo de la UE eclipsa con creces al de Rusia, pero el crecimiento ha sido lento, con una media anual de entre el 1 % y el 2 % en los últimos años.
Las restricciones fiscales también son estrictas. Muchos países de la UE, especialmente los de la OTAN, ya están haciendo malabarismos para compaginar el aumento del gasto en defensa con prioridades nacionales como la sanidad y las infraestructuras. La idea de añadir la reconstrucción de Ucrania a esta combinación —potencialmente 50 000 millones de dólares anuales si se distribuye a lo largo de una década— resulta desalentadora cuando los presupuestos de la UE ya están al límite. La adhesión de Ucrania a la UE podría, en teoría, aliviar la carga si se plantea como un activo económico para el futuro —pensemos en la producción militar o la agricultura—, mientras que los fondos de la UE y el acceso al mercado impulsan su crecimiento. Pero aquí está el problema: la adhesión no es rápida. El proceso podría tardar una década o más. E integrar un país de 40 millones de habitantes devastado por la guerra, con un PIB per cápita muy inferior incluso al de los estados más pobres de la UE, exigiría una reforma del presupuesto, los subsidios agrícolas y las estructuras de toma de decisiones de la UE. Y, al fin y al cabo, algunos países, como Francia, han ordenado por mandato constitucional la celebración de referendos para cada nueva adhesión a la UE. Cuadrar el círculo no es imposible, pero es una tarea difícil para un sindicato que ya lucha con divisiones internas.
Comparen esto con la pertenencia a la OTAN, que Ucrania considera su salvavidas en materia de seguridad, pero que sigue siendo un pararrayos geopolítico. La línea roja impuesta por Rusia a la expansión de la OTAN alimentó en parte esta guerra, e incluso aliados como Estados Unidos y Alemania se han mostrado reacios a acelerar la adhesión a Kiev, alegando riesgos de escalada. La adhesión a la UE, aunque menos provocativa para Moscú, conlleva su propio idealismo: promete estabilidad y prosperidad a una nación que aún sufre por el conflicto, sin un objetivo claro de financiación o seguridad.
El conflicto de Ucrania ha puesto de manifiesto las vulnerabilidades energéticas de Europa y su dependencia de proveedores no occidentales. ¿Cree que las exigencias del presidente Macron de una «autonomía estratégica europea» pueden tomarse en serio?
El conflicto de Ucrania ha puesto de manifiesto las vulnerabilidades energéticas de Europa, revelando cuán dependiente sigue siendo el continente de proveedores externos, muchos de los cuales no se alinean del todo con los nobles ideales democráticos de la UE. La invasión rusa en 2022 obligó a un ajuste de cuentas: Europa se apresuró a reducir su dependencia del gas ruso, que en su momento representó más del 40% de sus importaciones, a menos del 15% para 2023. Pero en su desesperación por cubrir la brecha, la UE ha recurrido a alternativas dudosas, y Azerbaiyán destaca como un caso particularmente irónico y preocupante.
El llamado de Macron a la «autonomía estratégica europea» —la idea de que la UE debería controlar su propio destino en defensa, energía y más allá— suena noble, pero las medidas del bloque en materia energética lo hacen parecer más un eslogan vacío que un plan serio. Dejemos de lado la propaganda: las reservas de gas de Azerbaiyán son insignificantes comparadas con las necesidades de Europa. Peor aún, Azerbaiyán no tiene la capacidad disponible para satisfacer su propia demanda interna, y mucho menos la de Europa. Ha estado importando gas discretamente de Rusia y Turkmenistán para mantener las apariencias, lo que significa que la «diversificación» de la UE podría ser simplemente una puerta trasera para los combustibles fósiles rusos reetiquetados.
Las cuentas no cuadran, y la estrategia huele a pánico más que a autonomía. Ahora, entra en escena el comisario de Energía de la UE, Dan Jørgensen, quien ha estado congraciándose con el autócrata de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, como un suplicante. Este es el mismo Aliyev que ha gobernado con mano dura desde 2003, manipulando elecciones, encarcelando a periodistas y reprimiendo la disidencia.
La hipocresía se agrava cuando se considera Nagorno-Karabaj. En 2023, la ofensiva relámpago de Azerbaiyán expulsó a más de 100.000 armenios cristianos de la región, un ejemplo clásico de limpieza étnica. Cambiar el gas autoritario de Putin por el de Aliyev no hace a Europa independiente; solo demuestra su bancarrota moral.
¿Qué opina de la propuesta de Gran Bretaña y Francia de una «coalición de voluntarios» para establecer una fuerza de paz en Ucrania? ¿Son viables tales ambiciones dado el estado de las fuerzas armadas europeas?
Naciones más pequeñas, como Holanda, Suecia y Dinamarca, pueden jugar un papel en esa propuesta de “coalición de los dispuestos”, pero claramente Gran Bretaña y Francia tendrían que hacer el trabajo pesado.
El propio primer ministro británico, Keir Starmer, ha declarado que el apoyo estadounidense es «vital», pero la administración Trump no ha mostrado ningún interés en ello. Putin ha calificado repetidamente a las tropas de la OTAN en Ucrania como una línea roja, prometiendo represalias: drones, misiles o algo peor. ¿Tienen Gran Bretaña y Francia la agallas para esa escalada? Esta ambición solo sería viable si el apoyo aéreo estadounidense se materializa milagrosamente y Rusia cede. Nada sugiere que ninguna de estas opciones sea realista. Gran Bretaña y Francia quieren liderar, pero su coalición parece más dispuesta que capaz.
Algunos en Occidente han abogado por la continuación de la guerra argumentando que debilita a Rusia, mientras que otros la consideran la consolidación de un eje chino-ruso y el cimentación de una coalición paneuroasiática antioccidental. Esto refleja los temores de Zbigniew Brezinski en su libro » El Gran Tablero de Ajedrez» . ¿Cuál es su punto de vista y qué implicaciones tiene esto para la arquitectura de seguridad europea en las próximas décadas?
Superficialmente, quienes defienden que «la guerra debilita a Rusia» tienen razón. Las estadísticas son discutibles, pero parece muy probable que las bajas de Moscú en la guerra se cuenten en decenas de miles. 300.000 millones de dólares en reservas están congelados. Su PIB es un 5 % menor de lo que habría sido, según las propias estimaciones de Rusia, y las sanciones tecnológicas han desmantelado su acceso a la aviación y a los chips.
Pero la contraperspectiva —una consolidación chino-rusa— suena más convincente. Rusia no se está derrumbando, sino adaptándose. Las sanciones empujaron a Moscú a los brazos de Pekín: el comercio alcanzó los 240.000 millones de dólares en 2024, un 30% más que antes de la guerra. Además, los 10.000 soldados norcoreanos en Ucrania indican una constelación más amplia. Rusia también firmó un ambicioso acuerdo de asociación estratégica con Irán, a quien Occidente ha distanciado imprudentemente al no respetar el acuerdo nuclear de 2015. No se trata solo de un conflicto chino-ruso; es una coalición euroasiática que se pavonea, aunque no es un eje. Creo que Brzezinski se horrorizaría al ver esto.
¿El mayor riesgo? Aferrarse a los delirios liberales —las sanciones como remedio universal, la OTAN como salvador— mientras Eurasia se consolida.
Si las negociaciones de paz tienen éxito, ¿cómo imagina el papel de Ucrania en el orden global (miembro de la OTAN, estado tapón neutral o algo más) y qué implicaría eso para el flanco oriental de Europa?
El argumento más sólido —pragmático y estabilizador— es el de Ucrania como Estado neutral, inspirado en la Finlandia de la Guerra Fría o la Austria actual. Esto transformaría el flanco oriental de Europa en una frontera tensa pero manejable, equilibrando el poder sin una escalada constante.
La neutralidad no significa debilidad: es una jugada calculada para congelar el conflicto y asegurar la soberanía de Ucrania sin acorralar al oso ruso.
En ese escenario, Rusia obtiene una ventaja —sin misiles de la OTAN a 500 km de Moscú—, lo que alivia sus percibidas preocupaciones de seguridad (un factor clave desde 1991). Occidente obtiene una Ucrania estable, no una herida sangrante. Ucrania logra la supervivencia: pierde el 18% de su territorio, pero el 82% permanece libre, con tiempo para reconstruirse. Finlandia y Austria demuestran que la neutralidad no es sinónimo de rendición.
En Estambul, en 2022, Moscú parecía decidido a conseguir concesiones lingüísticas, así como concesiones respecto a la desmilitarización de Ucrania. Antes de la invasión, en 2021, Moscú también exigió que la OTAN dejara de desplegar fuerzas en Europa del Este. Y, anteriormente, los rusos habían hablado de la «federalización» de Ucrania. ¿Cuál es, en su opinión, el objetivo final de Rusia en Ucrania?
El objetivo final de Rusia en Ucrania para abril de 2025 se ha concretado en torno a tres demandas fundamentales: el control del Donbás y Crimea, la neutralidad de Ucrania (sin la OTAN) y la limitación de sus fuerzas armadas, perfeccionadas a partir de propuestas anteriores como las de Estambul en 2022 y las previas a la invasión en 2021. El maximalismo inicial de Moscú (desmilitarización, federalización, retirada de la OTAN de Europa del Este) se ha reducido debido a la presión de la guerra y la economía (un 5% del PIB afectado por las sanciones). Estos tres objetivos reflejan la meta final de Putin: asegurar la profundidad estratégica, neutralizar las amenazas y consolidar las ganancias, todo ello mientras proyecta fuerza a nivel nacional y regional.
Además, Moscú exige que a los partidos que abogan por un estatus oficial para el idioma ruso y por los derechos de las minorías étnicas rusas en Ucrania se les permita presentarse a las elecciones en el país, pero eso actualmente no forma parte de las tres demandas principales de Putin.
El retroceso de la OTAN hacia el Este es una quimera. Si Putin triunfa en el campo de batalla en Ucrania, debería tener cuidado de no excederse, ya que esto pondría en peligro sus logros y su gobierno se vería amenazado a nivel interno. La mayoría de los rusos parecen apoyar la guerra en Ucrania, pero solo mientras sea ganable. Es improbable que acepten una extralimitación militar que suponga el riesgo de una guerra directa con la OTAN.
Ha escrito sobre los límites de las sanciones occidentales a Rusia. ¿Son las sanciones una herramienta política del pasado en un mundo que ahora parece decididamente multipolar también en el ámbito económico?
En un mundo económico multipolar, las sanciones se parecen cada vez más a una herramienta oxidada: aún lo suficientemente afiladas como para herir, pero ni de lejos el arma decisiva que antaño fueron contra estados más pequeños y menos conectados. El cambio es radical. En la década de 1990, cuando el dólar estadounidense reinaba con supremacía y la globalización se regía por los principios occidentales, las sanciones podían asfixiar a un objetivo como Irak o Yugoslavia: aislados, dependientes y económicamente superados. Rusia es diferente. Desarrolló herramientas para eludir las sanciones, como comerciar con China en yuanes, apoyarse en los socios BRICS y construir redes de pago paralelas para eludir el SWIFT. Incluso Turquía, miembro de la OTAN, comercia con Rusia con entusiasmo.
Sin duda, las sanciones siguen siendo duras. Pero el golpe de gracia nunca llegó. ¿Por qué? Porque la multipolaridad implica alternativas.
¿Cómo debería Europa —y Occidente en general— tratar con Moscú? ¿Rivalidad continua o acercamiento ?
El acercamiento ofrece una manera de desescalar, estabilizar y redirigir recursos, sin engañar a nadie sobre la naturaleza de Putin ni las ambiciones de Rusia. La justificación de una competencia controlada parte de la realidad: Rusia no se irá a ninguna parte. Es una potencia nuclear con 5.500 ojivas nucleares, un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y poder de saboteo sobre la energía y la seguridad de Europa.
La diplomacia, no la enemistad, podría forjar un modus vivendi. El argumento moral para llegar a un acuerdo con Putin duele. Pero el pragmatismo no se trata de pureza moral; véase también la distensión de Richard Nixon con Mao mientras China mataba de hambre a millones, y la posterior desescalada con la Unión Soviética de Brézhnev. Rusia seguirá siendo un rival, interfiriendo en las elecciones y tanteando los límites de la OTAN. Pero la diplomacia cambia el rumbo del conflicto candente a la coexistencia fría. La rivalidad ha agotado sus recursos; la competencia controlada es la estrategia más inteligente.
Mirando las consecuencias más amplias, ¿cómo cree que el conflicto de Ucrania puede estar transformando las alianzas en Medio Oriente y Asia, y cuál es el mayor riesgo para Europa si no se adapta a esta nueva realidad geopolítica?
El conflicto de Ucrania es un terremoto geopolítico que sacude las alianzas en Oriente Medio y Asia, a la vez que expone las vulnerabilidades de Europa. Los Estados actúan por interés propio, no por sentimentalismo, y las consecuencias de esta guerra están redefiniendo el mapa de las alineaciones de poder, impulsadas por la seguridad, la evasión y el oportunismo. La incapacidad de Europa para adaptarse corre el riesgo de marginarla en un mundo donde la influencia depende del poder duro y la influencia económica, no de sermones morales.
China es la gran ganadora, relegando a Rusia al papel de socio menor. India triangula la búsqueda de acuerdos con Moscú y Occidente basándose en su seguridad nacional y sus intereses económicos, no en su ideología. Incluso Japón y Corea del Sur están cubriendo sus apuestas, buscando la coexistencia, no el conflicto.
Europa debería hacer exactamente lo mismo, aprovechando su fuerza, sin perseguir la quimera de convertirse en una gran potencia militar. Europa no puede superar en fuerza a China ni en gasto a Estados Unidos; su estrategia debería ser el renacimiento de una diplomacia eficaz y pragmática, así como de la resiliencia económica. Si esto falla, el mundo realista avanza: Europa se convierte en un museo de glorias pasadas, no en un jugador del nuevo juego.