Los antibióticos. ¿Sabemos usarlos correctamente? | Albert Mesa Rey

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Pocos “remedios” han salvado más vidas que los antibióticos. El 28 de septiembre de 1928, Sir Alexander Fleming estaba realizando varios experimentos en su laboratorio y el día 22, al inspeccionar sus cultivos antes de destruirlos notó que la colonia de un hongo había crecido espontáneamente, como un contaminante, en una de las placas de Petri sembradas con Staphylococcus aureus.

Fleming observó más tarde las placas y comprobó que las colonias bacterianas que se encontraban alrededor del hongo (más tarde identificado como Penicillium notatum) eran transparentes debido a una lisis bacteriana.

Para ser más exactos, Penicillium es un moho que produce una sustancia natural con efectos antibacterianos. La lisis significaba la muerte de las bacterias, y en su caso, la de las bacterias patógenas (Staphylococcus aureus) crecidas en la placa. La casualidad hizo que se descubriera el primer antibiótico, la Penicilina. En 1945 Fleming recibió el Premio Nobel de Medicina.

¿Pero sabemos cómo y porqué funcionan los antibióticos? Sobre estos medicamentos existen muchos mitos y el desconocimiento del público general, muchas veces les atribuyen virtudes y efectos que no tienen.

Lo primero que quiero recalcar es que los antibióticos no sirven para tratar cualquier enfermedad. La función de los antibióticos es eliminar bacterias. Por tanto, sólo son útiles para tratar enfermedades que estén causadas por estos microorganismos.

Estos medicamentos no son útiles para infecciones causadas por virus o infestaciones de parásitos. Entre las enfermedades que no se pueden tratar con antibióticos, están los resfriados, la mayoría de los dolores de garganta o la gripe.

Las principales “familias” de antibióticos son: los beta-lactámicos (penicilina y cefalosporina), los macrólidos (claritromicina y la azitromicina), las quinolonas y las fluroquinolonas (el ácido nalidíxico, el ciprofloxacino, el ofloxacino, el moxifloxacino y el levofloxacino), las tetraciclinas y los aminoglucósidos (la estreptomicina, la amikacina, la neomicina y la framicetina).

Según su mecanismo de acción los clasificamos como bactericidas cuando directamente eliminan el germen o bacteriostáticos que son los que, aunque no producen la muerte de una bacteria, impide su reproducción; la bacteria envejece y muere sin reproducirse.

De forma general, los antibióticos se clasifican como de amplio espectro y de espectro reducido. Esta clasificación no tiene nada que ver con la efectividad o potencia del antibiótico frente a una determinada infección. No, los mejores antibióticos no son los que eliminan más bacterias. Es falso el mito de que el mejor antibiótico es aquel que elimina más bacterias, tal y como indica la Organización Mundial de la Salud (OMS): “El cuerpo humano tiene un gran número de bacterias cuya actividad es beneficiosa para el organismo y, si las elimina el antibiótico, tendremos un impacto negativo en nuestra salud”.

El cuerpo humano contiene aproximadamente dos kilos de bacterias, “la mayoría de las cuales son necesarias para que funcione correctamente”. Algunos antibióticos que eliminan muchas bacterias pueden producir un desequilibrio en la microbiota intestinal, que se puede traducir en síntomas digestivos, dolores de cabeza o debilidad. Por lo tanto, un buen antibiótico no es el que más bacterias mata, sino el que mata las pocas bacterias que queremos eliminar.

Otra de los mitos o creencias más extendidas es que no se puede beber nada de alcohol si se están tomando antibióticos. Tal y como indica el sistema público de salud de Reino Unido (NHS, por sus siglas en inglés), es una buena idea evitar el consumo de alcohol cuando se toman medicamentos o uno se siente mal.  Pero es poco probable que beber alcohol con moderación cause problemas si están tomando los antibióticos más comunes. Sin embargo, según subraya el organismo, algunos antibióticos pueden tener efectos secundarios (como náuseas o mareos) que pueden empeorar con el consumo de alcohol, pero desde luego su ingesta no afecta a la acción que tiene sobre las bacterias que causan infección.

Es un axioma en farmacología clínica que no hay fármaco exento de efectos secundarios. En mi larga carrera profesional como Adjunto en Investigación Clínica (CRA – Clinical Research Associate), he constatado que todos los fármacos que se aprueban para uso humano deben ser eficaces y seguros. Cuando las Agencias Reguladores los aprueban, se tienen en cuenta esos efectos secundarios que ya se han identificado durante las fases de investigación. Su dictamen positivo se basa siempre en un balance riesgo-beneficio positivo. Los antibióticos no podrían ser diferentes.

Los antibióticos betalactámicos inhiben la producción de la pared celular bacteriana. Los efectos secundarios comunes de la penicilina incluyen diarrea, náuseas, malestar estomacal y vómitos. En casos muy raros, las personas pueden tener una reacción alérgica y se han dado casos de shock anafiláctico.

En casos raros, la cefalosporina produce náuseas, calambres estomacales leves y diarrea. Las personas pueden experimentar una reacción alérgica, como una erupción en la piel o fiebre.

Los macrólidos dificultan la producción de proteína bacteriana. Los posibles efectos secundarios incluyen náuseas, vómitos y diarrea. En raras ocasiones, se puede desarrollar un impedimento auditivo temporal. En casos raros, puede haber una reacción alérgica. Estos síntomas incluirían anafilaxia y afecciones dermatológicas.

Las fluoroquinolonas evitan que las bacterias produzcan ADN. Relativamente seguras y bien toleradas, las fluoroquinolonas pueden causar varios efectos secundarios leves, siendo las más comunes los vómitos, la diarrea, las náuseas y el dolor abdominal. Los efectos secundarios menos comunes, pero más graves incluyen dolor de cabeza, confusión y mareos, fototoxicidad y convulsiones.

Las tetraciclinas inhiben la capacidad de las bacterias para producir proteínas. Es importante notar que la tetraciclina se vuelve tóxica con el tiempo y puede causar un síndrome peligroso que conduce a daño renal. Los efectos secundarios comunes incluyen calambres, diarrea, dolor en la lengua o la boca. Las tetraciclinas también pueden causar fotosensibilidad de la piel y sensibilidad a la luz solar.

Los aminoglucósidos inhiben la síntesis de proteínas bacterianas. Los aminoglucósidos pueden causar daños tóxicos irreversibles en el oído y la audición. Además, hay que tener en cuenta que los antibióticos aminoglucósidos pueden ser nefrotóxicos y causar daño renal.

Lo importante de este artículo es lo que viene a continuación. ¿Los sabemos usar adecuadamente? Y la respuesta desgraciadamente es que en muchos casos NO, ¡y son demasiados!

Los antibióticos acaban con las bacterias que provocan una infección, pero no con todas a la vez (si así fuese bastaría con una sola dosis), sino que unas bacterias aguantan más que otras. Y, ¿qué pasa si dejamos de tomarlo según se nos ha prescrito?: La respuesta es que, para entonces, sólo quedan vivas unas pocas, las más resistentes, que sobreviven quizá en número escaso como para reproducir la infección, pero sí pueden ser suficientes para saltar a otras personas, y quisiera recalcarlo “sólo las más resistentes al antibiótico”. Si terminamos el tratamiento, es probable que acabemos con todas las bacterias de esa cepa, pero si lo abandonamos a la mitad, estamos apoyando la evolución de esas bacterias hacia variedades más resistentes. ¿No es eso lo más llamativo de la Teoría de la Evolución?

Como ya se han mencionado, al usarlos, por ejemplo, contra infecciones de virus (que son inmunes a los antibióticos) como la gripe, contra la fiebre o el dolor, ha hecho que se favorezca la selección de esas cepas resistentes.

La resistencia bacteriana a los antibióticos es un problema sanitario de primera magnitud, que ha obligado a las autoridades sanitarias a una estricta regulación en la dispensación de estos fármacos, ya que su consumo inadecuado sin cumplir con las indicaciones médicas hace que aparezcan infecciones resistentes, peligrosas y difíciles de tratar. No es cierto que la resistencia a los antibióticos sólo afecta a las personas que los consumen.  Es importante cumplir con la pauta completa prescrita y no interrumpir el tratamiento, aunque hayan desaparecido los síntomas.

Tal y como señalan desde la OMS, cualquier persona de cualquier edad y en cualquier país puede contraer una infección resistente a los antibióticos. Al menos 33.000 personas mueren al año en Europa directamente por infecciones de bacterias resistentes a antibióticos.

Los antibióticos están perdiendo eficacia a un ritmo que era impensable hace sólo cinco años, según el Ministerio de Sanidad, que colabora con el Plan Nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos lanzado en 2014. El organismo subraya que el uso incorrecto de los antibióticos sólo sirve para que las bacterias se vuelvan resistentes a estos medicamentos, de manera que, si una persona necesita tomarlos en el futuro, es posible que ya no surtan efecto.

Albert Mesa Rey | Escritor

 

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