Por lo común, las personas de extracción humilde, medios limitados, partidarios de las libertades civiles y políticas, del derecho a la propiedad, sea poca o mucha, y de la iniciativa privada, quien la tenga, somos tanto o más defensoras de lo público que aquéllas otras que se erigen en sus juramentados paladines. De la boca les cae, a cada paso, encendidas loas de la educación pública, de los medios públicos de comunicación, de la pública sanidad, de todo lo público que se menea, salvo, en teoría, de aquello que se decía antaño de las “mujeres públicas”, pues con mando en plaza promueven legislaciones restrictivas de tan antiquísimo fenómeno, aunque a la prostitución recurren frecuentemente para celebrar sus éxitos en política o en el más privativo ámbito del enriquecimiento personal… aun tratándose a menudo de “iniciativas”, bien que lucrativas, de dudosa legalidad.
Pero más que el montante total del dinero de los impuestos destinado al funcionamiento de los servicios públicos, pesan los criterios de gestión. Nunca se inyectaron partidas presupuestarias tan colosales como en la actualidad para sufragar los gastos en materia sanitaria y educativa, sea el caso, y, sin embargo, el resultado es calamitoso. Dejamos para otro día la ponderación de las infraestructuras ferroviarias, pues los trenes fallan más que una escopeta de feria. Largas esperas en la Sanidad para visitarse por el especialista, hacerse una resonancia magnética o pasar por quirófano. A pesar del fiasco general de la asistencia médica, en los noticieros sólo vemos las “manis” (mareas blancas) convocadas en Madrid. ¿Qué es usted médico o enfermero y su situación laboral es precaria, está mal pagado y advierte que la calidad del servicio es pésima? Pues manifiéstese contra Ayuso aunque trabaje en Toledo o Cádiz, o de lo contrario su queja no tendrá repercusión mediática. Y no entro en la hecatombe de la gestión sanitaria de pandemias, particularmente en el espinoso asunto de la adquisición de material profiláctico (recordemos la broma sangrante de las mascarillas “insolidarias” o las homilías diarias de aquel sujeto llamado Fernando Simón).
A la Educación hay que darle de comer aparte. España es la punta de lanza del fracaso escolar en la UE. Bajan los índices de comprensión lectora, matemáticas socioafectivas, proscripción de las Humanidades, depauperación de los planes de estudio, geografías particularistas (los alumnos catalanes desconocen qué cosa sea el Golfo de Cádiz (acaso un “pillo” de siete suelas), pero estudian los arroyuelos tributarios del río Tordera), talleres de pililas de plastilina para párvulos y toda la tralla woke. Y, cómo no, la exuberante proliferación de hablillas y chapurreos localistas con ínfulas de lengua vehicular en la instrucción pública. El “andalú”, el bable, el “estremeñu” y eso que llaman “fabla” aragonesa, se suman a la fiesta con el beneplácito entusiasta de los gobiernos regionales del PP. Eso se lo están haciendo hoy a nuestros hijos, sobrinos y nietos, y los españoles adultos lo permitimos indolentemente. Ésos que nos sulfuramos como erinias furibundas cuando creemos nuestras pensiones amenazadas.
Establecido que la Educación pública, piedra angular de una nación sólida, el ascensor social que permite a personas de origen modesto acceder a una vida profesional digna y a unos ingresos aseados, deviene en España carrusel de fruslerías que igualan por lo bajo al alumnado y equiparan en analfabetismo funcional a venideras promociones, titulillos devaluados, aprobados políticos con una buena ristra de suspensos a la espalda, abocándolas a un futuro gris de paguitas y amenidades subvencionadas. Lo público, en este vector capital de la nación, es el “tren cheolochico” a los Mallos de Riglos (no es broma), los “bokadilloak de tortillak”, el bellotero “estremeñu”, “Chanchencho”, digo, Sangenjo, y el río Tordera. Toda pura irrisión. Un fracaso nacional, social y generacional sin paliativos. Y para esta mandanga nunca se recaudó más dinero a base de innúmeras exacciones, recaudación confiscatoria, desbocada, tasas municipales a tutiplén, también autonómicas (quise decir “regionales”), duplicadas, triplicadas… un desparrame impositivo que cuenta con piezas verdaderamente sublimes, como la de gravar al sector agropecuario las flatulencias bovinas o abonar seguros y cursillos habilitantes para pasear un chihuahua por la calle. Todo esto nos lleva a la contradicción flagrante que supone el incremento portentoso del gasto público para obtener a cambio una prestación deficiente de servicios. Y es que no por gastar más, la eficacia es mayor. A menudo sucede lo contrario, pues cuando tiramos con pólvora del rey, el derroche no tiene fin.
Lo “publico” cobra un protagonismo fundamental y ejemplarizante en caso de grandes tragedias, de catástrofes naturales, algunas más impredecibles que otras. Muy recientemente hemos tenido ocasión de comprobarlo. La ayuda pública se hace esperar lo suyo. Medios humanos y materiales, Ejército y maquinaria pesada para la limpieza, y ayudas directas y créditos blandos para las tareas de reconstrucción. La UME tardó unos días y el Ejército regular, unas semanas, estando acuartelado en Bétera, a tiro de piedra del epicentro de la devastación. En cuanto al parné, ya pueden esperar sentados, que primero van los damnificados por la erupción de La Palma, aún pendientes de percibir la totalidad de las ayudas. Mucho antes llegaron, y sin papeleo de por medio, las aportaciones de particulares, sector privado, de los voluntarios y de los dueños de Mercadona e Inditex, tan denostados por la izquierda “charista”.
Los hay que confunden lo público, “el dinero público no es de nadie”, con lo “púbico”, por las querencias naturales de los cuadros y mandos del facineroso clan en el poder. Una senda que ya transitaron algunos condenados de los ERE de Andalucía, putas, farlopa y “dinero p’asar una vaca”, ahora redimidos por el Constitucional. Tomó el testigo Tito Berni y el hábito llega hasta nuestros días con “los pisos de señoritas”, Aldama dixit. Ellos benefician a las mujeres, y cuando no, “se las benefician” (véase Errejón). A fin de cuentas, ¿Qué se podía esperar de esta pandilla si uno de sus cabecillas es el corpulento Koldo García, del que en su laureado currículo destaca su desempeño como portero de discoteca? En definitiva, y el círculo se cierra, lo “público” sí, pero no la bazofia de comedero porcino que nos arrojan con asco y desprecio a la cara.
Javier Toledano | Escritor
Comparte en Redes Sociales |
Evita la censura de Internet suscribiéndose directamente a nuestro canal de Telegram, Newsletter |
Síguenos en Telegram: https://t.me/AdelanteEP |
Twitter (X) : https://twitter.com/adelante_esp |
Web: https://adelanteespana.com/ |
Facebook: https://www.facebook.com/AdelanteEspana/ |