La Segunda República o el paraíso que no fue (VIII) | Gabriel Calvo

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8. La Revolución socialista de Asturias: 4 de octubre 1934

La ley electoral diseñada por los republicanos jacobinos y que bonificaba injusta y extraordinariamente las coaliciones de partidos políticos había permitido en 1931 la victoria de las izquierdas. El 19 de noviembre de 1933, se producen las primeras elecciones después de las Cortes Constituyentes. En esta ocasión, si quedó reflejada más objetivamente la mentalidad del pueblo español. De este modo, una derecha organizada ya políticamente resultó la ganadora indiscutible en las elecciones, a pesar de «que cobraron una extrema virulencia y que, pese a la claridad de su derrota, las izquierdas no la aceptaron en absoluto»[1]. A este bienio la historiografía izquierdista lo califica como «negro», cuando en realidad el nombre más apropiado sería el de «moderado». El gran error de la derecha consistió en no reformar en profundidad la injusta ley electoral pergeñada por la izquierda. Así se llegará a las elecciones del 16 de febrero de 1936, con una victoria arrolladora del Frente Popular en número de escaños, aunque no en el de votos, que se podía haber evitado.

Al menos, las consecuencias de dichas elecciones no hubieran sido tan sumamente deletéreas para la nación. Se trató, pues, de una grave omisión, cuya responsabilidad recae sobre los gobernantes del bienio moderado. No obstante, como científicamente ha demostrado Roberto Villa, dichas elecciones de 1936 controladas por las fuerzas de la izquierda, devinieron en fraudulentas[2].

El clima de tensión político-social había crecido sensiblemente ya antes de las elecciones de noviembre de 1933. Desde el fracaso del golpe de Estado, al estilo decimonónico, del general Sanjurjo -«sanjurjada»- el 10 de agosto de 1932, que fue secundado muy minoritariamente por la derecha; la Conjunción Republicano-Socialista presidida por Azaña se deterioró no solo debido a la oposición que le venía de fuera, sino también por la propia descomposición interna. En enero de 1933 la matanza de unos anarquistas en Casas Viejas a manos de la Guardia de Asalto republicana -bajo orden de Azaña-[3], y con anterioridad los guardias civiles que fueron salvajemente mutilados en Castilblanco el 20 de diciembre de 1931, sirvió para que la oposición de centro y derechas desgastaran a la izquierda. De este modo, su victoria en las elecciones significaba la reacción del electorado ante los atropellos y extremismos de la izquierda: tanto la jacobina de Izquierda Republicana, como la marxista del PSOE y la anarquista de la CNT.

El año 1934 dista, con mucho, de ser calmado pues crece el malestar social con decenas de huelgas y asesinatos, junto con centenares de atracos de sedes políticas y periódicos de la derecha, además de continuar la quema de iglesias. «El 4 de octubre cuajó el nuevo gobierno, el primero de centro-derecha en una república nacida de la mano de los conservadores para adoptar enseguida un tinte izquierdista, que muchos consideraban ya connatural a ella»[4].

Durante el bienio moderado, la oposición socialista intentó, más que una revolución, hablando con propiedad, una autentica guerra civil programada para toda España, un auténtico golpe de Estado, aunque tuvo éxito solamente en Asturias, pues en Cataluña no llegó a triunfar[5].

El presidente de la Generalidad, Luis Companys, proclamó en Barcelona «el Estado Catalán dentro de la República Federal Española». El Gobierno de Madrid impidió esta subversión; 500 soldados republicanos dominaron la situación en pocas horas, con un total de 46 muertos y 11 heridos. El 5-6 de octubre se dio el pistoletazo de salida de la revolución de Asturias, promovida por los socialistas, tanto del PSOE como de la UGT al no aceptar el veredicto democrático de las urnas que habían otorgado la victoria a las derechas agrupadas en la CEDA de Gil Robles. Después de 12 días de sangre y fuego que elevaron a 1.400 el número de muertos, el gobierno consigue sofocar la revolución por medio de las fuerzas armadas de élite traídas de África (legionarios y regulares) que colaboraron con la Guardia Civil.

Para interpretar el significado y la lección de la Revolución de Asturias y para entender igualmente la persecución de la Iglesia española en 1936, no bastan las explicaciones simplistas y antihistóricas de que las matanzas eclesiásticas obedecieron a una represalia bélica por las muertes ocurridas en la zona de Franco durante la contienda[6]. Nótese bien que estamos en octubre de 1934 y no en el verano de 1936. Las fuentes informativas que narran los sucesos de Asturias datan de 1934 y 1935, y, por consiguiente, no están influenciadas ni por una literatura bélica ni por un clima de cruzada antimarxista. Cabe entonces preguntarse con Montero: «¿Hará falta insistir en que, al margen de la propia guerra civil y con antelación a la misma, estaba minuciosamente previsto el programa de persecución a la Iglesia?»[7]. Hay que decir sin tapujos que fue un auténtica ofensiva organizada con la finalidad de aniquilar físicamente a la Iglesia. Los revolucionarios destrozan 58 iglesias, dinamitan la catedral de Oviedo y asesinan a 34 sacerdotes[8].

Marañón afirmó que «la sublevación de Asturias en octubre de 1934 fue un intento en regla de ejecución del plan comunista de conquistar España»[9]. La revolución de Asturias fue una llamada de atención de lo que la izquierda preparaba, sin embargo, la política religiosa de la República no cambió ni un ápice. El octubre rojo de Asturias sirvió para consolidar en el poder al Partido Radical de Lerroux y a la CEDA, que eran las únicas fuerzas en el campo de la República que no habían intentado asaltar la democracia violentamente. Los católicos de derechas de Gil Robles tuvieron responsabilidades de Gobierno ocupando carteras ministeriales desde octubre de 1934 hasta finales de 1935. De marzo a diciembre de 1935 se suceden cinco crisis ministeriales, Lerroux, Chapaprieta y Portela Valladares, que demuestran que la crisis institucional de la República era apabullante e insostenible.

La Revolución de Asturias de 1934, donde la izquierda se encontraba implicada en bloque, supuso el punto de inflexión del régimen. Su concepción patrimonialista de la Segunda República se traducía en la exclusión permanente del poder de la derecha, a pesar de que contara con el aval de la legitimidad de las urnas. A pesar de la historiografía convertida en propaganda, ¿cabría denominar a esta conducta como democrática? Por ello, ha de insistirse una y otra vez sin descanso, que no fue la guerra la que destruyó la democracia, sino que, la destrucción de la democracia por la izquierda fue lo que provocó la guerra. Como el historiador socialista Gerald Brenan calificó, la Revolución de Asturias de 1934 fue la primera batalla de la Guerra Civil[10]. De ahí que resulte imprescindible detenernos también en el golpismo separatista catalán de la Ezquerra Republicana que la acompañó, a fin de analizar pormenorizadamente sus decisivas causas ideológicas que propiciaron los violentos sucesos de 1936.


[1] Pío Moa, La quiebra de la historia progresista, Encuentro, Madrid 2007, 141-142.

[2] Cf. Roberto Villa-Manuel Álvarez, 1936 Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, Espasa, Madrid 2017, 579 y ss.

[3] Cf. José Javier, Esparza, El libro negro de la izquierda española, Chronica, Barcelona 2011, 79

[4] Pío Moa, Los personajes de la República vistos por ellos mismos, Encuentro, Madrid 2000, 310.

[5] Cf. Pío Moa, 1934: Comienza la Guerra Civil. El PSOE y la Esquerra emprenden la contienda, Áltera, Barcelona 2004, 129.

[6] Cf. Santiago Mata, Holocausto católico. Los mártires de la Guerra Civil, La esfera de los libros, Madrid 2009, 19.

[7] Antonio, Montero, Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939, BAC, Madrid 1961, 52

[8] Ángel, Garralda, La persecución religiosa del clero en Asturias (1934 y 1936-1937), Gráficas Summa, Avilés 1977, vol. I. Martirios, 54.

[9] Gregorio, Marañón, en Obras Completas, Espasa-Calpe, Madrid 1968, tomo IV, 378.

[10] Cf. Gerald Brenan, El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de la Guerra Civil, Planeta, Barcelona 2017, 389.

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