La responsabilidad compartida de políticos, progres y periodistas en el atroz asesinato de la pequeña Lola Daviet

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Toda Francia sigue estremecida por el asesinato de Lola Daviet, una niña de 12 años cuyo cadáver apareció el pasado fin de semana en una maleta en una calle del barrio de Saint Dennis, en París.

La pequeña fue abordada cuando ya había llegado al inmueble donde vivía tras acabar el colegio, situado a 200 metros, y nunca alcanzó a su piso. Según la investigación, Dhabia B., una inmigrante de 24 y de origen argelino, se la llevó al sótano del edificio y allí consumó el asesinato.

Lola fue secuestrada, asaltada, asfixiada, violada, degollada, masacrada. Los detalles de esta macabra historia ya se conocen y saldrán sin duda a la luz en los próximos días todavía más información al respecto.

Lamentablemente no hay un efectivo control a la presencia de estas alimañas en Occidente, debido a la permisividad y laxitud de los gobiernos occidentales. Asesinos como los de la niña Lola usufructúan los intersticios que encuentran en los sistemas democráticos, de los que ellos abjuran, para penetrarlos.

Se ha insistido mucho en un hecho que no tiene la importancia que se le da. La asesina y alguno más de los detenidos estarían en situación irregular en Francia. Es lógico decir que si hubieran sido expulsados a tiempo, este horrible crimen no hubiera tenido lugar. Pero tenemos que reconocer que este argumento es en cierta manera un subterfugio para seguir mintiéndonos sobre la verdadera naturaleza de la situación y esquivar las necesarias medidas a tomar.

¿Acaso pensamos que expulsando a los extranjeros ilegales, se acaba una criminalidad (que adquiere ya características masivas) que tiene su origen en circunstancias muy distintas a la situación administrativa de esas poblaciones de cultura, mentalidad, usos, costumbres y valores completamente opuestos a los nuestros?

¿Acaso es la situación administrativa de estos chacales lo que los ha llevado a cometer estos actos de barbarie contra esta pobre niña?

¿Acaso si la estancia de estos extranjeros en Francia hubiera estado enmarcada dentro de la ley, los salvajes instintos que estas fieras se hubieran transformados en mansedumbre y bondad?

¿Es acaso una situación meramente de “papeles” lo que genera estos actos monstruosos y transforma a pacíficos ciudadanos en bestias sanguinarias?

¿Acaso si estos asesinos hubieran conseguido a tiempo su permiso de residencia legal no hubiesen cometido esta atrocidad? ¿La situación irregular de las personas en un país ajeno llevan necesariamente a estas a cometer crímenes? ¿Acaso unos papeles (su tenencia o su ausencia) vuelven buenos o malos a las personas?

Las respuestas son obvias.

Es también necesario alertar de que muchos de estos crímenes no se sucederían sin los prejuicios que han sido injertados en la psique colectiva para que no establezcamos correlatos políticamente incorrectos que apunten a determinados colectivos. Otros en cambio no están sujetos a estas normas protectoras. La rusofobia campa por sus anchas en Europa sin que parezca moralmente lícito ponerle freno. En cambio, el neologismo “islamofobia”, que significa literalmente “miedo irracional al Islam, es utilizado como evidente manipulación por la izquierda y sectores del progresismo, que pretenden acuñar el término como si implicara intrínsecamente prejuicio o discriminación contra los musulmanes, tornando a los elementos más radicales de estos últimos de victimarios en víctimas. En virtud de ello hay un prurito en denunciar la protervia de los crímenes perpetrados por los integristas. La sola posibilidad de ser acusados de islamófobos, inhibe a muchos políticos y periodistas de condenar o criticar explícitamente el terrorismo, los crímenes por honor, la violencia contra las mujeres, el ahorcamiento de menores y homosexuales, las lapidaciones, azotes y la mutilación genital femenina, entre otras aberraciones. Los complejos injustificados y la incuria con el incontrolado avance del fanatismo integrista en muchas sociedades europeas, motivan a pensar en una pulsión de Occidente al suicidio. Por eso la muerte de Lola tiene muchos inductores.

La pobreza, la marginación, el rechazo, todas esas consabidas excusas que el buenismo hipócrita y mortífero invocan infaltablemente para justificarlo todo, no conducen nunca a nadie cometer actos bárbaros y atroces (como mucho pueden llevar a robar unas latas de sardinas en un supermercado o a trapichear con esto y aquello). Las razones detrás de estos hechos monstruosos hay que buscarlos donde se encuentran. Y hay que tener la inteligencia de saber encontrarlos y el valor de exponer la verdad.

Por lo tanto no hay que detenerse en esta cuestión, absolutamente menor en el orden general, aunque en este caso haya sido determinante. No hay que preguntarse por qué esta gente seguía en Francia, aún con una orden de expulsión en el bolsillo (por lo menos algunos de ellos). Hay que hacer las buenas preguntas. Porque, como decía Albert Einstein, las preguntas son siempre más importantes que las respuestas.

Los simples datos de este horroroso crimen nos sitúan ante la verdadera naturaleza de la cuestión. Un grupo de  personas, de la misma nacionalidad, identidad, cultura, religión, nacionalidad… cometen un asesinato (y todo lo demás) contra una niña francesa. Con estos simples datos ya está expuesta toda la problemática en su verdadera dimensión.

Esas personas no eligen a su víctima al azar, no secuestran, violan y asesinan a una niña de cualquier etnia, raza, nacionalidad o cultura. Eligen a una francesa, blanca, de raza europea. No eligen a una niña argelina, árabe, musulmana, o como queramos decir. Estas alimañas han ido a buscar a su presa en la “manada” local, el “rebaño” europeo confiado y abundante en presas fáciles) porque son los de enfrente, los otros, los ajenos…

No conciben cometer estas fechorías contra los suyos, no tocan a su grupo, no depredan dentro de sus filas… Aquí está planteada la verdadera cuestión que podemos sintetizar así: Ellos y Nosotros.

Es lo mismo que con las violaciones en Europa (los países del norte de Europa detienen los mayores récords de violaciones). Se trata de un problema cuantitativo, sin duda (por el carácter masivo del fenómeno), pero sobre todo cualitativo, por las características propias de los criminales y las de sus víctimas, que responden de manera masiva a un determinado patrón: violador extranjero/víctima europea autóctona.

Los distintos casos de grupos organizados de violadores en Gran Bretaña responden igualmente a ese patrón: los criminales son siempre de un grupo y sus víctimas son siempre del otro grupo. Esa característica de esos casos son determinantes, es el centro de la cuestión.

Vivimos tiempos totalitarios que buscan un cambio civilizatorio y, por ello, en este Occidente crepuscular se estigmatiza y se encarcela a quienes se atreven a no sucumbir intelectualmente ante determinadas reglas coercitivas. En este sentido, intelectuales de talla internacional como Gilles Kepel, Pietro Citati, Eric Zemmour o Alain Finkielkraut, entre otros, ya han advertido que nos encaminamos hacia un nuevo gran conflicto en Europa, y quizás en otras regiones del mundo desarrollado. Ninguna gran cultura de las que han hecho avanzar la humanidad ha muerto sin luchar y la gran civilización occidental, que ha levantado el mundo que vemos a nuestro alrededor, no va a ser diferente. Ciñéndonos solamente al ámbito de la Unión Europea, hay ya demasiados territorios donde no llega, o lo hace muy difuminadamente, el peso de unos Estados presuntamente democráticos que cada se van haciendo más convulsos, más inanes y más inoperantes. De Cataluña a Molenbeek y de Marsella a Malmö, pasando por determinados lugares de Alemania o Gran Bretaña, nuestros países están dejando de serlo porque los derechos fundamentales ya no están en posesión de los ciudadanos que los conformamos sino en manos de múltiples comunidades perfectamente diferenciadas sobre cuyas demandas y exigencias permanentes, nunca saciadas del todo, las élites socialdemócratas, sean éstas de derechas o izquierdas, garantizan su supervivencia.

El futuro se ennegrece porque los ciudadanos tenemos padres, madres, familias, estirpes, historia, tradiciones, costumbres y memoria, pero los nuevos protagonistas sobre los que el totalitarismo rojo desea levantar el futuro carecen de todo tipo de anclajes con nuestro pasado y con nuestro milenario legado ético, cultural y espiritual. La tradición occidental, y los valores a ésta asociados, ya no sirve para sus intereses espurios y globalizadores. Y, por ello, el totalitarismo rojo ha decidido apagar la luz y decretar la oscuridad permanente porque, como bien sabemos, de noche todos los gatos son pardos, y en ella las víctimas pueden ser confundidas con los verdugos, los auténticos hombres libres son identificados como peligrosos extremistas, los terroristas y sus apologetas son instalados en los Parlamentos y los muchos herederos de Lenin y Stalin pueden ser considerados, otra vez, como los grandes libertadores del siglo XXI.

Estamos en una guerra: un grupo cada día más numeroso, se ha instalado entre nosotros, una población de costumbres, mentalidad, moral y cosmovisión antagónicas con las nuestras, un grupo cada día más hostil y agresivo, que se crece día a día con nuestra debilidad, nuestra cobardía, nuestra dejadez, nuestra estupidez.

Descanse en paz la pequeña Lola Daviet.

(Con información de Alerta Digital)

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