El pasado viernes, me presenté como buen reportero frente a las Cortes Españolas en la Carrera de San Jerónimo. Una plaza triangular, recoleta, con árboles antiguos de buena sombra y en su vértice Este y mirando al dios Neptuno, una estatua a un soldado de la unidad militar más antigua de España, el Tercio de Nápoles, Don Miguel de Cervantes, autor del Quijote.
A la sombra de sus altos árboles y frente a la puerta de las Cortes un pequeño estrado, unas vallas rodeándole y unos técnicos comprobando el buen funcionamiento del equipo de audio. Un cercadito de vallas, pequeño, frente al estrado que da la espalda a las Cortes y que va siendo ocupado por los equipos de televisión y radio; Y todos a la sombra de los árboles que nos protegen de los rayos solares, de los más de 30ºC que prometen el calor y su dureza sobre nuestras cabezas.
Van apareciendo los convocados, los españoles, muchos más de los que yo esperaba, pero muchos al fin. Los políticos, que vienen a reivindicar la lucha contra el terror en este 25 aniversario de la muerte de Miguel Ángel Blanco. También y sobre todo las víctimas, los que hemos sentido el aliento de los etarras en nuestra nuca y en su máxima representación José Antonio Ortega Lara. Empiezan los corrillos, las declaraciones a los medios y la aglomeración de público asistente que lanza proclamas patrióticas.
Pero al otro lado de la calle, quizás tras los visillos del templo de la democracia, alguna persona dudosa, digo dudosa por no decir algo más fuerte y digo persona por no caer en otro calificativo, está molesta. ¿Cómo es posible que la plaza esté llena? ¿Cómo es posible que los que debieron morir en algún ataque etarra estén allí vivos y protestando? Y sobre todo, ¿Cómo es posible que estén a la sombra y no quemándose al duro sol de este día? Como ciertamente se merecen todos los que no se han rendido.
Los teléfonos repican, suenan, y finalmente la radio del jefe del operativo policial recibe la orden de: sacar de allí a esa gente. …//… Y aquí hago un paréntesis. La legalidad lo es, sea quien sea quien manda y quien asiste a una manifestación, las normas están para todos, para los que mandan, pero también para los que se presentan frente a los que mandan a invocar la ley…//… Hace algunos años, en una manifestación legal frente al Ministerio de Agricultura, los manifestantes se saltaron lo previsto vertiendo leche sobre el asfalto y cortando todo el tráfico rodado. El jefe del dispositivo policial un capitán/inspector jefe se vio obligado a ordenar al dirigente de la manifestación, un tal Pepiño Blanco, que se ciñeran a lo pactado y no se extralimitasen. El diputado socialista se encaró violentamente con aquel jefe de Unidad y este se vió obligado a medirle al diputado las costillas con su porra. Si quieren ver la cara de ese capitán, hay una foto suya, de primer plano y primera plana, en un periódico y en la famosa manifestación del cojo manteca de 1987. El mantener “la Ley y el Orden” llevó a aquel mando policial a un despacho, a no ascender y a tener que retirarse por la edad, antes de tiempo.
El viernes pasado, igual que con el mando de la Guardia Civil que trató con los monjes del Valle de los Caídos, nadie se jugó el ascenso, ni el ir destinado a la Valla de Melilla. Fue todo mas sencillo. A aquellos manifestantes, que con banderas de España y gritos patriotas a favor de las Fuerzas del Orden, también en recuerdo de los asesinados de la policía y la Guardia Civil, del Pueblo Llano, de los Militares y curiosamente también en recuerdo de los políticos, también de los “19 del PARTIDO SOCIALISTA OBRERO ESPAÑOL” que fueron vilmente asesinados antes de que el actual presidente de ese partido pactase con los amigos de los etarras. Y digo, que aquellos patriotas, en su mayoría gente mayor, muchos de ellos jubilados, fueron obligados a abandonar la plazoleta, a discurrir por las aceras que van hacia la Plaza de Neptuno, con riesgo de su integridad, por el enorme tráfico existente en la zona y, por supuesto a estar al duro sol del mes de julio en Madrid, seguramente para que se disolvieran antes.
No obstante, se les permitió terminar su manifestación, su discurso, el de una víctima que estuvo casi dos años cautivo de los etarras, en el que quedó claro que por mucho que además de ser víctimas, sean perseguidos, no se olvida, por mucho que quieran borrar el pasado. Por eso, porque no se borre el pasado es por lo que hay que luchar contra la maldad y los malvados y enviarlos a las calderas de Pedro Botero. Para eso y, como en otro mes de julio hace muchos años, ¡os quiero en la trinchera!. Y ahí, lo dejo…
José Antonio Ruiz de la Hermosa | Periodista