¿Hacia un totalitarismo blando?

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

El estadounidense Rod Dreher y el quebequés Mathieu Bock-Côté han publicado sendos ensayos sobre nuestras derivas modernas. Un enfrentamiento entre dos intelectuales que van a contracorriente de la ideología dominante.

Mathieu Bock-Côté es sociólogo, profesor en HEC Montreal y columnista, sobre todo de Le Figaro. Ha publicado Le multiculturalisme comme religion politique (2016) y L’empire du politiquement correct (2019).

Rod Dreher es escritor y periodista, columnista de The American Conservative y antiguo colaborador de The New York Times. De origen protestante, se convirtió al catolicismo (1993) y luego a la ortodoxia (2006) y se dio a conocer con La opción benedictina.

¿Cómo resumirían ustedes los principales peligros que amenazan a nuestras democracias occidentales? ¿Creen que existe un grave riesgo de derivar hacia una forma de totalitarismo?

Mathieu Bock-Côté – Digan lo que digan los que no quieren verlo, el régimen de la diversidad está imponiendo por doquier un control ideológico cada vez más severo de las poblaciones, como si las sociedades occidentales tuvieran que transformarse en un vasto campo de reeducación ideológica. Ya sea en la universidad, en los medios de comunicación o en la empresa privada, el wokismo se está normalizando y convirtiendo en una inquisición. A través de él, lo políticamente correcto se fanatiza. En el centro de esta dinámica ideológica se encuentra la demonización del llamado hombre blanco, que debe arrodillarse, autocriticarse e incluso autodestruirse, para que el mundo pueda renacer bajo el signo de la revelación diversitaria. Todas las sociedades occidentales estarían estructuradas en torno a la supremacía blanca, y tendrían que desprenderse de ella. Solo así se derrumbará el «racismo sistémico», pero esto requiere una reconstrucción completa de todas las relaciones sociales y un control permanente del discurso público, para evitar que se escuchen discursos que transgreden la ortodoxia «inclusiva» y diversitaria. Las mayorías históricas occidentales sustituyen al vandeano y al kulak como chivos expiatorios, convirtiéndose así en los despojos de la humanidad. Así que, para responder a su pregunta, creo que sí, que estamos ante una tentación totalitaria: la resistencia de los pueblos se considera de extrema derecha, la disidencia es asimilada al odio, las leyes para combatirla son cada vez más coercitivas, el odio al adversario político se convierte en norma y, a través de esto, soñamos con hacer un hombre nuevo, negando para siempre su filiación occidental para renacer purgado de su pasado. La historia se acelera: la Inquisición Woke representa el 1793 del régimen de la diversidad.

Rod Dreher – Ya estamos en lo que yo llamo «totalitarismo blando». Lo llamo blando por varias razones. En primer lugar, porque no se parece a la versión soviética, con los gulags; es más difícil de detectar. En segundo lugar, hace que parezca que está lleno de compasión por las víctimas. Sin embargo, ¡sigue siendo totalitarismo! René Girard lo entendió hace veinte años. Decía: «El actual proceso de demagogia espiritual y ensañamiento retórico ha transformado la preocupación por las víctimas en un mando totalitario y una inquisición permanente». Un orden totalitario es un orden en el que solo hay un punto de vista político aceptable, un orden en el que toda la vida está politizada. Este orden está conquistando las instituciones de la vida en la anglosfera a un ritmo asombroso. Lo que hoy es blando se convertirá en duro. Solzhenitsyn dijo que el comunismo conquistó Rusia porque «los hombres se habían olvidado de Dios». Esto también es verdad para nosotros, en nuestro tiempo y en nuestro país. Hemos dado la espalda a Dios y comprobamos que es imposible construir una civilización vivificante sin Él. Michel Houellebecq hace un gran diagnóstico del fatal malestar de Occidente. Cuando se olvida, o se niega, la dimensión trascendente de la vida, la gente trata de llenar el vacío de Dios con sexo, consumismo y hedonismo. Y cuando eso no funciona, recurren a una pseudoreligión política. El libro de Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo (1951), analiza cómo Alemania y Rusia cayeron en el totalitarismo. La totalidad de los principales signos identificados por Arendt están presentes hoy en día, especialmente nuestro profundo sentido de atomización social, nuestro amor por la transgresión y nuestro desprecio por la verdad.

La nueva tiranía la ejerce una policía del pensamiento que ha adquirido un poder desorbitado: ¿cómo se explica este dominio de las mentes y, sobre todo, el hecho de que afecte a temas que hasta hace poco eran unánimemente rechazados (el nuevo «racialismo», el «matrimonio» entre personas del mismo sexo, la maternidad subrogada, la eutanasia…)?

Rod Dreher – Según el eminente sociólogo estadounidense James Davison Hunter, casi todas las revoluciones culturales comienzan por las élites, que difunden sus ideas a través de sus redes hasta que esas llegan a las masas. En Estados Unidos, esta forma de pensar tan ideológica conquistó primero a las élites universitarias. La mayoría de sus ideas eran tan extremas que nadie se preocupaba por su difusión. Pero cuando estas ideas se introdujeron en los medios de comunicación, la propaganda nunca se detuvo. Hace seis años, las grandes empresas se involucraron con fuerza en la promoción de políticas culturales progresistas -pro-LGBT, pro-Black Lives Matter, etc.-, tal vez para evitar que la izquierda hiciera demasiadas preguntas sobre sus prácticas comerciales.

Hoy en día, el llamado «capitalismo woke» es, quizás, la fuerza que impulsa con más eficacia estas locuras progresistas en la sociedad estadounidense. El fondo del asunto es que sus partidarios controlan actualmente todos los puntos de entrada a la clase media y al éxito profesional. Se ha convertido en la ideología de los que quieren triunfar profesionalmente y de las generaciones más jóvenes, fuertemente adoctrinadas por las redes sociales.

Mathieu Bock-Côté – Estoy absolutamente de acuerdo con Rod Dreher sobre el poder revolucionario del capitalismo woke. Dicho esto, me gustaría ordenar las cuestiones que usted plantea y no condenarlas ni aceptarlas todas, pero entiendo el sentido de su pregunta. La propia naturaleza del régimen de la diversidad consiste en normalizar las reivindicaciones de las «minorías» y de patologizar lo que hasta hace poco se conocía como sentido común, reduciéndolo a un viejo bagaje de prejuicios y estereotipos. Se apropia de la referencia a la democracia para invertir su significado: ahora se reduce a la ampliación de los derechos de las «minorías» y a la desubstancialización del pueblo histórico. Tiene a su disposición el aparato administrativo del estado social, reconvertido en estado terapéutico a fin de modificar los comportamientos sociales. Basta con que un movimiento que se proclama «minoritario» plantee una reivindicación para que esto se traduzca de inmediato en un derecho fundamental, oponerse al cual se convierte en un escándalo. Cualquiera que confiese la más mínima reserva será señalado para la vindicta pública, como hemos visto con el caso de J.K. Rowling, que ha tenido el valor de señalar que un hombre no es una mujer, desafiando así la transformación de la fluidez identitaria en nueva norma antropológica de las sociedades occidentales. No es sin razón que la teoría de género ocupe tanto espacio en nuestra vida pública: si podemos hacer que una sociedad acepte que los hombres y las mujeres no existen y son solo construcciones sociales arbitrarias, entonces podemos hacer que acepte cualquier cosa. En el corazón del régimen de la diversidad hay una fantasía constructivista, la de la flexibilidad integral del orden social. Esto también puede verse en lo que se conoce como escritura inclusiva. Todo, todo, todo debe ser ideologizado.

Todas estas derivas que reducen progresivamente nuestras libertades, ¿no se deben sobre todo al hecho de que, como los niños mimados que durante un largo período de prosperidad no han tenido grandes dificultades, los pueblos occidentales han perdido el amor por la libertad y, como hemos visto con la pandemia del COVID-19, prefieren la «seguridad sanitaria» a sus libertades?

Rod Dreher – No sé si es exacto decir que el problema es la pérdida de nuestro amor por la libertad. No puedo hablar de la situación en Francia, que ha tenido un confinamiento sanitario mucho más severo que el de Estados Unidos. Pero en Estados Unidos he visto algo diferente durante el COVID. Muchos pensaban que cualquier intento de coacción era intolerable. La idea de hacer un sacrificio por el bien común les parecía extraña y ofensiva. Mi experiencia al hablar con disidentes cristianos del bloque soviético me hizo ver que, aparte de una fe sólida, las dos cosas absolutamente necesarias para resistir a la opresión son la solidaridad con los demás y la disposición a sufrir. Hoy no tenemos nada de esto. Parece que Estados Unidos se está desmoronando. Creo que lo veremos de manera más obvia con los menores de 40 años. Están mucho más nerviosos que las generaciones anteriores. Muchos de ellos renunciarán de buen grado a sus libertades políticas a cambio de una garantía de placer y seguridad personal. No solo aceptarán el totalitarismo blando, sino que lo exigirán. Un profesor me dijo que dejó de leer y analizar en clase la novela de Aldous Huxley Un mundo feliz (1932) porque ninguno de sus alumnos la reconocía como una distopía; todos pensaban que era un paraíso.

Mathieu Bock-Côté – Creo que el punto principal está en otra parte. Hemos subestimado el efecto del condicionamiento ideológico de las últimas décadas, que ha deslegitimado todas las normas comunes y sacralizado la postura de víctima. Soy una víctima del hombre blanco, por lo tanto soy: así es como se entra en el espacio público. Nuestra civilización está atormentada por la fantasía de su propia aniquilación, como demuestra también la neurosis antiespecista.

En Europa, la inmigración masiva implica un gran problema con un islam que se ha convertido en mayoritario en ciertos barrios e imposible de asimilar, por no hablar del islamismo y el terror que siembra ciegamente: ¿qué opinan de esto? ¿Creen que el peligro es el mismo en Estados Unidos y en Europa?

Mathieu Bock-Côté – Ninguna sociedad puede ser completamente indiferente a la población que la compone: un pueblo no es solo una abstracción jurídica, administrativa o estadística. Sería un error subestimar el efecto de la inmigración masiva, que está destruyendo el equilibrio cultural y demográfico de las sociedades occidentales, sobre todo porque va mucho más allá de su capacidad de integración. Esto también es cierto en América del Norte, a pesar de que no es un bloque homogéneo. Me parece que Estados Unidos ha tomado el relevo de la URSS como potencia revolucionaria de nuestro tiempo, y que ahora se está desviando hacia una obsesión de la diversidad que hará que se pierda. Este país me parece condenado a perderse en una espiral de violencia regresiva. Lo digo con tristeza: yo amaba Estados Unidos.[Salto de ajuste de texto]Canadá es un no-país, ha renegado de su historia para convertirse en el receptáculo de la utopía de la diversidad encarnada, el lugar del multiculturalismo radicalizado. Como Estado posnacional reivindicado, cree que representa la siguiente etapa de la historia de la humanidad. Quisiera decir unas palabras sobre la situación del pueblo de Quebec, aislado en una federación que niega su existencia y lo acusa de supremacismo étnico cada vez que intenta recordarlo. La cuestión de Quebec es inseparable de la vieja aspiración del pueblo quebequés de asumir su «diferencia vital» en América y, a largo plazo, de constituir un Estado independiente. Pero la inmigración masiva condena a los quebequeses francófonos a convertirse en una minoría en su propio país, es decir, a convertirse en extranjeros en su propio país, porque las poblaciones nacidas de la inmigración se convierten en canadienses y anglófonos mucho más que en quebequeses y francófonos. Asistimos a la eliminación silenciosa de un pueblo en su propio país, en el que se está transformando poco a poco en un residuo folclórico. La cuestión de las pequeñas naciones, por utilizar la categoría acuñada por Milan Kundera, nos recuerda una cosa: es importante que lo que se llamará un «pueblo histórico» siga siendo una clara mayoría en su propio país. Solo entonces podrá integrar en su cultura a hombres y mujeres de otros lugares.

Rod Dreher – Me gustaría responder a Mathieu sobre la desintegración de los Estados Unidos. Durante estos meses de verano estoy viviendo en Budapest con una beca. Me resulta bastante sorprendente la claridad con la que se ve el suicidio de Estados Unidos desde Europa. No me sorprende que los estadounidenses estemos destruyendo nuestro país -es obvio para cualquiera que tenga cerebro-, pero al salir de las fronteras de Estados Unidos queda claro que es aún peor de lo que pensábamos. Desde hace algunos años pienso que la mejor manera de entender lo que se avecina para Estados Unidos es mirar la historia de la Guerra Civil española. Los estadounidenses tienen muchas armas, sin embargo me es imposible imaginar que vayamos a tener una verdadera guerra civil. Pero sí creo que el Estado acabará imponiendo un sistema de crédito social para controlar a la población, porque es la única manera de contener la violencia de la gente que desprecia lo que los ideólogos en el poder les están haciendo.[Salto de ajuste de texto]Volviendo a su pregunta, creo que el islam es principalmente un problema europeo. En Norteamérica, los inmigrantes musulmanes se asimilan más fácilmente. Me parece que vosotros, los europeos, no podéis afrontar el problema porque la izquierda no os deja hablar de él con franqueza. Que Dios os ayude si este virus cultural anglosajón de la teoría racialista encuentra una forma de infectar Europa y muta en una forma pro-islámica. En ese caso no habrá solución posible. En Estados Unidos vemos que allí donde se ha impuesto esta ideología racialista, el diálogo es totalmente imposible; todo se convierte en una cuestión de poder. No sé si ahora es posible una solución pacífica. Por eso creo más que nunca en la «opción benedictina». No hay posibilidad de escapar ante lo que llega, pero con la ayuda de Dios podemos soportarlo.

Una democracia puramente procedimental como las nuestras, emancipada de todo límite por haber rechazado la idea de una verdad que nos supera, solo puede llevar a la tiranía de la mayoría o, más exactamente, de las minorías organizadas que practican un severo control del pensamiento para imponer «democráticamente» sus puntos de vista: ¿es viable una democracia sin Dios, es decir, sin una trascendencia que imponga límites a la voluntad humana?

Mathieu Bock-Côté – En esta cuestión soy un moderno: la democracia moderna no puede basarse en la hipótesis de Dios, y menos aún en un mundo donde su existencia ya no es evidente. Esto no significa, sin embargo, que podamos abolir la cuestión de la trascendencia. Pero la trascendencia de los modernos es la cultura, sabiendo que estamos al borde del abismo y que el mundo puede ceder bajo nuestros pies. De ahí la importancia de la transmisión, de asegurar su duración, legando el patrimonio de la civilización que nos corresponde y enriqueciéndolo al mismo tiempo. Permítanme añadir que la crisis del COVID nos ha mostrado lo inhumana que es una existencia ritualizada y artificial. El abandono de los rituales funerarios durante la pandemia nos llevó al borde de la barbarie en nombre de la razón sanitaria. No se trata de negar lo sagrado, que es consustancial al orden político e histórico e impregna la nación… ¿acaso no hablamos del sagrado amor a la patria?

Una cosa es cierta: el contractualismo integral de la existencia conduce a la disolución del mundo, en la medida en que es la propia realidad la que debe disolverse bajo el peso de una subjetividad tiránica, que llega a la conclusión de que el mundo no existe. Occidente, invertebrado existencialmente y reducido a una serie de principios desencarnados, ya no sabe cómo responder al islam, al que quiere ver como una preferencia espiritual entre otras y no como una civilización, ni a la inmigración masiva: hay que redescubrir una filosofía política que permita percibir y recuperar políticamente la permanencia antropológica.

Rod Dreher – Es una pregunta muy importante. La respuesta corta es que no, no es viable, por la razón expuesta en su pregunta. Pienso en la famosa frase de T.S. Eliot: «Si no quieres un Dios (y es un Dios celoso), tendrás que presentar tus respetos a Hitler o a Stalin». Quizá me falte visión, pero no veo cómo podemos vivir en paz sin Dios, salvo bajo la tiranía. La mayoría de nosotros puede ver claramente que el liberalismo está muriendo, porque ha tenido mucho éxito «liberando» al individuo de Dios, de la comunidad y del pasado. Nadie puede vivir así para siempre. Pero, ¿qué lo sustituirá? En Norteamérica, Matthew y yo vivimos en países pluralistas. Si el liberalismo ya no puede gobernarnos, ¿entonces qué? En Estados Unidos, hay algunos intelectuales católicos que proponen una visión fundamentalista, pero es un sueño utópico. Los católicos son una minoría en Estados Unidos, y el número de los que se someterían a un «estado cristiano integral» no podría llenar un estadio de béisbol de un pueblo pequeño. Buscan una solución política a un problema que, en el fondo, es espiritual. Y no son los únicos. Tanto en la izquierda como en la derecha, todos buscan realmente a Dios, pero un Dios compatible con sus puntos de vista individuales y liberales, que no podrán encontrar, por lo que están creando un mundo preparado para aceptar al Anticristo.

(Debate moderado por Christophe Geffroy |La Nef | InfoVaticana)

Deja un comentario