¡Fuera la religión de los colegios! | Alicia Beatriz Montes Ferrer

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Manifestación contra el intento de sacar la religión de las escuelas

Recientemente he podido leer una noticia sobre un tema que lleva años sobre el tapete:

“Piden a las familias que no matriculen a sus hijos en Religión dentro de la escuela pública. Una docena de organizaciones afirma que esta elección “provoca la segregación del alumnado en función de las creencias de sus padres y madres y elimina horas lectivas de otras asignaturas”[1].

Yo a los partidarios de esta posición radical con respecto a la enseñanza de la religión en los colegios públicos, y teniendo en cuenta el contenido que se expresa en esa publicación, les comentaría algunos detalles que quizás se les haya pasado por alto o sean presos de la ignorancia:

Comencemos esclareciendo que la clase de religión NO es catequesis. En la parroquia se prepara a los niños para recibir un sacramento, y como tal, se les enseña lo relacionado con esa celebración, incluidas las oraciones y la práctica de la fe. En la clase de religión impartimos contenidos curriculares que tienen que ver con las enseñanzas de la religión en sus diversas manifestaciones culturales, sociales y morales, en un ámbito escolar. Si pedimos una educación integral y de calidad, no podemos olvidar la dimensión religiosa o espiritual del ser humano que ayuda a encontrar sentido a la existencia, a nuestro vivir diario.

Que un sistema educativo sea laico, como sostienen en el artículo, no significa que se expulse lo religioso. En primer lugar, laico y aconfesional son términos inexistentes en la Constitución Española. Que un Estado y un sistema educativo sea laico, no incluye que sea ateo o laicista, que no es lo mismo que laico.

El artículo 16, 1 de la Constitución española, prescribe que «se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley».

Y en el artículo 16.3 indica “ninguna confesión tendrá carácter estatal”.

Esto traducido sería que el Estado ha de permanecer a un margen en cuestiones religiosas, con la única obligación de reconocer y proteger el Derecho de los ciudadanos. Carece de competencias en asuntos específicamente religiosos, es laico, sí, en cambio, sobre las cuestiones sociales. Pero esto no impide que el Estado tenga relaciones positivas incluyendo unas obligaciones. Iglesia y Estado deben cooperar hacia el bien común y éste debe ser garante de la libertad religiosa.

El artículo 18.4 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos del 1966 sostiene que “Los Estados partes en el presente Pacto se comprometen a respetar la libertad de los padres y, en su caso, de los tutores legales, para garantizar que los hijos reciban la educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”.

Las corrientes actuales de laicismo agresivo y secularismo, pretenden eliminar todo lo religioso de la esfera pública en favor de una ideología atea y agnóstica.

Recordemos que esta ideología atea que se ha apropiado el Estado rompe con su principio de laicidad que afirma, tal y como he explicado, se debe mantener neutro. En su lugar defiende una confesión en contra de lo religioso, en concreto del cristianismo, porque para las otras grandes religiones el camino es ancho.

Estamos viviendo una etapa en nuestra sociedad líquida, como diría Bauman, en la que todo fluye rápidamente. Tiempos cambiantes en los que aquello que nos parecía terrible hace unos pocos de años, ahora se nos asemeja de lo más normal y corriente, o a la inversa. Bien podrían testimoniar sobre este asunto nuestros abuelos que han pasado por épocas muy diversas, incluyendo esa postguerra en la que los españoles éramos fuertes, sacrificados y con unos principios estables que nos mantenían en pie. Digo “éramos” porque tal y como he comentado, los tiempos cambian, y los españoles ya no somos ni la sombra de lo que con añoranza muchos aún recuerdan.

Las ideologías han ido y venido, se podría decir, que sobre todo desde el siglo XVIII en adelante, no es algo nuevo, pero sí quizás ahora lo percibimos con más intensidad, bueno, no todos claro está son capaces de captarlo nítidamente, pero sí que huele un tufillo a algo en el ambiente que les hace interrogarse sobre qué estamos haciendo mal, en qué estamos fallando como sociedad. Porque evidentemente, aunque la inmensa mayoría de la población está más preocupada de su pequeño mundo que gira en torno así mismo, que de lo que hay más allá de sus narices, cuando salen noticias del aumento de suicidios, del incremento de abusos sexuales entre menores, del consumo de pornografía, de la plaga de abortos, del fracaso escolar o un sinfín de cosas más, es fácil preguntarse qué estamos haciendo mal.

Hemos destruido las bases sólidas que nos dejaron nuestros antepasados, hemos dejado escapar unos años florecientes entre nuestros delicados dedos de porcelana que no soportan el más mínimo sufrimiento porque caemos en la desesperanza y la depresión… hemos perdido el rumbo de nuestro camino dirigiendo nuestros pasos detrás del flautista que nos ha cautivado con el placer, el bienestar y el todo vale con tal de que me de alguna dosis de felicidad aunque sea efímera y cambiante, como nuestra líquida sociedad. Les hemos dejado a nuestros hijos un país sin raíces, sin principios, sin guía, sin Dios.

Hemos desterrado de nuestras vidas la cultura cristiana cuna de la civilización europea que ha soportado fuertes embestidas con coraje y éxito. Hemos despreciado las fuentes del agua viva que nos ayudan en el duro sendero de la vida, nos hemos dejado emborrachar por el dios “Eros” y les hemos dejado a nuestros hijos un vacío existencial del que no saben cómo salir.

Todo esto no ha sido fruto de la casualidad, del azar que hace girar una ruleta. El reloj que marca el ritmo actual comenzó a contar hace dos siglos, en una pequeña taberna en el que, entre cerveza y cerveza, se planeó lo que sería la Revolución francesa y con ella la llegada de la Ilustración, la línea roja que separaron los muchos siglos de una sociedad europea en equilibrio entre la organización de la vida común con unos valores morales acordes con la religión cristiana. Desde entonces nos enfrentamos al laicismo: la ideología dominante del Estado.

Si se quejan porque la clase de religión católica resta espacio para otras asignaturas, cabría preguntarse que si eso fuera así, los padres no elegirían, como siguen haciéndolo todavía por mayoría, la religión para sus hijos. A su vez podríamos preguntarnos por qué en lugar de querer quitar la religión del colegio, no eliminan todas esas efemérides inútiles e ideologizadas de la “religión del Estado” que restan muchas horas de enseñanza como serían el día de San Valentín, del medio ambiente, de la mujer, el día del agua, de la violencia de género o del orgullo gay por poner algunos ejemplos. Por qué no dejan de perder tiempo con talleres en los que les enseñan el sexo oral, la masturbación, la transexualidad y lo tóxicos y violentos que son los hombres.

Quizás la respuesta más acertada al por qué de estas demandas discriminatorias sea que para poder inculcar a los menores las ideas progresistas, supuestamente neutras, de un supuesto sistema educativo laico, la religión les estorba.

Señores, ya lo dijo Cristo, “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, si no les gusta la clase de religión en los colegios, la solución es bien sencilla: marquen la casilla de valores sociales y déjenos a los profesionales ejercer nuestra labor educativa que los padres nos solicitan.

Ahora quizás se entienda más claramente porqué la sociedad va a la deriva: lo único que la puede salvar del naufragio, la base de todo ser humano, es lo que se quiere apartar de la esfera social en favor del super hombre materialista y superficial del que hablaba Nietzsche, que se ha erigido el dios de su propia existencia despreciando a su origen y fin, su Creador y cualquier noción transcendente.

Alicia Beatriz Montes_ colaboradora AE Alicia Beatriz Montes Ferrer | Casada, madre de 6 hijos, máster en Ciencias de la Familia, maestra de religión católica y socia voluntaria de las asociaciones Libertas y ECA y colaboradora de la asociación Enraizados.

 

 

[1] https://cordopolis.eldiario.es/cordoba-hoy/sociedad/piden-familias-no-matriculen-hijos-religion-escuela-publica_1_10265828.html

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